¡Contra ti arremeteré, oh, Muerte, invicta e inquebrantable! El silencioso grito de un grupo de amigos atravesados por la Otredad.
Jun 24, 2025

Fue un sábado el día que dió comienzo al año 1927 bajo el calendario gregoriano (esa marca occidental que nos mancha y nos acerca cada momento más y más hacia el final). Fue un sábado, también, el día 18 de junio cuando Virginia Woolf reflexionaba en su diario sobre la semana que había transcurrido en su visita a Rodmell, un pequeño pueblo del este de aquella Inglaterra de “interbellum”. Para la autora, las casas del poblado eran, en realidad, figuras de barcos que yacían sobre una tierra «feroz y espumosa»: este paisaje marítimo creado en su consciencia la envolvía en un inmenso abrazo, en una sensación de profunda paz.
Así es cómo se presentan las Ideas. Creo firmemente que sólo unas pequeñas porciones de la Vida son planeadas; cualquier gestación es imprevista e inesperada. Es la fórmula que da sustento a nuestra existencia. Una noche cualquiera, una mujer se entera que será madre; esa noche muere un paciente en su cama de hospital; a metros de distancia el fruto de un árbol cercano al edificio está listo para brotar la mañana siguiente. El existir pende de un hilo: la espontaneidad. Aquellos barcos navegando sobre la espuma feroz del mar virtual de Woolf estaban, entonces, invocando una cadencia, un ritmo que iba a tomar forma en su séptimo libro: «Las Olas».
«Y las ideas comenzaron a gotear despacio; y de repente me sentí arrastrada por una rapsodia (...) y me recité la historia de las mariposas nocturnas que me parece que escribiré muy aprisa, quizás entre la escritura de los capítulos de ese largo libro que pronto terminaré acerca de la narrativa. Ahora, me parece que las mariposas nocturnas recubrirán el esqueleto que esbocé aquí; la idea del poema obra teatral; la idea de un continuo caudal, no sólo del pensamiento humano, sino también del barco, de la noche, etcétera, todo fluyendo conjuntamente, y cortado por la llegada de las mariposas. (...) Será una historia de amor (...); la muerte de la humanidad; y luego, las mariposas siguen entrando. (...) se oye el mar de noche; un jardín bajo la ventana. Pero hace falta que madure. Trabajo un poco por la noche escuchando en el gramófono las últimas sonatas de Beethoven. (Las bisagras de las ventanas crujen como si estuviéramos en el mar.)»
— Virginia Woolf en su diario, entrada del Sábado 18 de Junio de 1927. («A writer’s diary», 1953).
Mientras investigaba sobre el proceso creativo de Woolf para esta novela, o como ella lo describe: un «playpoem» (algo así como una mezcla entre poesía y obra teatral), este fragmento de su diario llamó mi atención gracias a todas las menciones que vislumbran la forma que tomará la obra. Virginia alude a su idea como un fluido que gotea y afirma que será como un caudal eterno que fluye en conjunto (los barcos, la noche, la humanidad, el pensamiento). También esboza que se tratará sobre el amor y la «muerte de la humanidad». Como últimos elementos, también se refiere a un mar y un jardín.
Esto lo podemos encontrar de distintas formas plasmado en su séptimo libro. El fluido que gotea es el constante bullicio inconsciente con el que nos identificamos y mediante el cual descubrimos a los seis personajes (cada uno va a narrar a modo de soliloquios la experiencia de una vida a lo largo de la obra); el continuo y eterno caudal de diversos elementos que fluyen como un todo se refleja, justamente, en aquellos discursos. El amor se ve reflejado en la incesante unión (y desunión) de la vida de siete personas desde su infancia hasta su adultez, y, aquella séptima persona, la que no tiene voz, Percival, será la «muerte de la humanidad». Al menos, la humanidad que conforma aquel grupo de amigos.
No todas las Ideas sobreviven. Este es el caso de las mariposas nocturnas (las misteriosas polillas). Cuando Virginia comenzó a escribir tenía la intención de nombrar a la obra «The Moths» («Las Polillas») gracias a una carta que recibió de su hermana, Vanessa Bell, en la cual la pintora le comentaba la inusual visita de una gran cantidad de estos insectos terminando la tarde de cada día.
«Sí, pero, ¿y Las Mariposas Nocturnas? Tenía que ser un libro abstracto, místico y ciego, una obra teatral en verso. Pero puede darse afectación en ser excesivamente mística, excesivamente abstracta (...) es la faceta imborrable de mi personalidad.»
— Virginia Woolf en su diario, entrada del Miércoles 7 de Noviembre de 1928. («A writer’s diary», 1953).
«Y ahora ese libro, Las Mariposas Nocturnas. ¿Cómo voy a empezarlo? ¿Y qué será? No siento grandes impulsos; no siento fiebre; sólo la gran presión de la dificultad. En este caso, ¿a santo de qué escribirlo? ¿Para qué? Todas las mañanas escribo un breve esbozo, para divertirme. (...) Una mente pensando. Podrían ser islas de luz, islas en el caudal que estoy intentando expresar; la vida en sí misma discurriendo. La corriente de las mariposas nocturnas volando reciamente hacía aquí.»
— Virginia Woolf en su diario, entrada del Martes 28 de Mayo de 1929. («A writer’s diary», 1953).Virginia Woolf con uno de sus perros, en 1931. Colección de la Biblioteca de Houghton.
«Y ahora ese libro, Las Mariposas Nocturnas. ¿Cómo voy a empezarlo? ¿Y qué será? No siento grandes impulsos; no siento fiebre; sólo la gran presión de la dificultad. En este caso, ¿a santo de qué escribirlo? ¿Para qué? Todas las mañanas escribo un breve esbozo, para divertirme. (...) Una mente pensando. Podrían ser islas de luz, islas en el caudal que estoy intentando expresar; la vida en sí misma discurriendo. La corriente de las mariposas nocturnas volando reciamente hacía aquí.»
— Virginia Woolf en su diario, entrada del Martes 28 de Mayo de 1929. («A writer’s diary», 1953).
Las «mariposas nocturnas» volando juntas se transformaron en el golpe de las olas danzando sobre la costa. Y bajo la influencia de aquella danza escuchamos los pasos (y también ese bullicio goteando) de aquel grupo de siete amigos, aunque hay que aclarar que uno de ellos no baila: uno calla, uno es el silencio, uno es esa «muerte de la humanidad» siempre latiendo en los corazones de los personajes restantes. Es así entonces cómo podemos confirmar que Virginia toma el nombre definitivo de «The Waves» («Las Olas») ya entrando hacia el 1930.
«No venderé más de dos mil ejemplares de Las Olas. Estoy muy encima de este libro, quiero decir que estoy como pegada a él, como una mosca al papel engomado. A veces me siento desorientada; pero sigo adelante; luego tengo la impresión de que al fin, gracias a medidas violentas (...) mis manos tocan algo importante. (...) Pero sé cómo voy a darle unidad, a ligar sus diferentes partes para que formen un solo libro; aunque vislumbro cómo va a ser el final; puede consistir en una gigantesca conversación. Los interludios son muy difíciles, pero los considero esenciales; para cumplir la función de puente y también como telón de fondo; el mar; la naturaleza insensible; no sé.»
— Virginia Woolf en su diario, entrada del Domingo 26 de Enero de 1930. («A writer’s diary», 1953).
Esos nexos a los que Woolf hace referencia son una serie de interludios que se encuentran escritos en itálica y giran en torno a la descripción (inmensamente poética) del sol levantándose en el cielo durante el transcurso de un día. La obsesión lumínica de Woolf a lo largo de toda la obra (he anotado la palabra «luz» un centenar de veces en la marginalia de mi edición) en estos puentes conectores simbolizan la vida y su breve duración: la espontaneidad se encuentra con la brevedad. Toda gestación tiene su fin. Toda Idea, a veces más temprano, a veces más tarde, morirá.
Cabe destacar el caudal que encarnan los personajes en «Las Olas»; ese copioso mar inconsciente tan propio de Virginia. Se cree que fueron inspirados por personas reales, figuras del círculo de Bloomsbury; Bernard sería E.M. Forster; Rhoda; retrato de la propia Virginia, Louis, T.S. Eliot; Neville, Lytton Strachey; Susan, la pintora Vanessa Bell; Jenny, Mary Hutchinson; y Percival encarnaría al hermano fallecido de la autora: Thoby Stephen.
Además de estos paralelos con la realidad, la dicotomía que representan es constante y, a veces, muy palpable. Por ejemplo, Jinny nos habla de la belleza canónica, del aparentar en la sociedad, cuya herramienta por excelencia es corpórea, es el vehículo que la eleva y, pareciera ser, el único motivo de su vida: la mirada de los otros (sobretodo la masculina) y la propia confirmación de su cuerpo. Su opuesto, que a la vez la complementa, es el personaje de Susan: ella evoca lo que en inglés se conoce como la experiencia de la «girlhood» y, más tarde, de la maternidad. Se encuentra de manera incesante y, a veces agotadora, comparándose y peleandose con la corporeidad de Jinny. Este enfrentamiento alcanza su clímax cuando Susan decide vivir en el mundo que tanto añora: el bucólico.
Otro contraste interesante ocurre con Louis y Rhoda. Louis se siente como un «outsider» dentro de su grupo de amigos, siempre haciendo énfasis en su acento australiano, en su labio fruncido, en el trabajo de su padre y en cómo su destino ya está escrito antes de que él pueda decidirlo. Personalmente, creo que Louis representa cierta estabilidad, la cual podemos descubrir a lo largo de Las Olas como alusión a algo «sólido» que los personajes experimentan. Sin embargo, Louis lucha contra esa aburrida y respetada estabilidad, contra esa oficina heredada: la pelea comienza siempre que regresa a su «buhardilla»… «(...) cuelgo el sombrero y continúo en soledad ese extraño intento que no he dejado de hacer desde que golpeé por primera vez la veteada puerta de roble de mi profesor. Abro un librito. Leo un poema. Un poema basta.» De alguna manera se rebela contra su destino cuando se relaciona con Rhoda: Rhoda es la abstracción pura, la ausencia presente, la intensa introspección y el miedo a la vida. A mi entender es muy notorio cómo vuelca la escritora su esencia en este personaje, que, además, presenta los mejores soliloquios en la obra.
Neville es un caso aparte: él es el manifiesto de la sexualidad de Woolf, tan imponente, tan pura y fresca, sin embargo, muchas veces escondida y enterrada bajo el nombre de «amistad». Es el retrato de un hombre homosexual que abraza el amor como un acto transcendente, casi religioso: es la ola que lo arrastra hacia distintos amantes aunque siempre esté atrapado en la nostalgia del amor primigenio, el de la infancia: Percival, quien ha fallecido.
Bernard es mi personaje favorito junto con Rhoda. Él es un observador entrenado: es aquel que colecciona palabras en su mente y, luego en su libreta, para sus próximos escritos. No creo que sea azaroso que Bernard sea quien abre y quien cierra el libro. El personaje comienza viendo un «anillo» que «cuelga de un círculo de luz»; al final, termina exponiendo a su enemigo, un enemigo que avanza con la cadencia de las olas, un enemigo hacia el cual nosotros también cabalgamos aunque deseemos lo contrario: es la muerte. Bernard exclama: «La muerte es el enemigo. Es la muerte hacia la que cabalgo con la lanza en ristre y los cabellos al viento como los de un muchacho, como los de Percival, cuando galopaba en la India. Clavo las espuelas en los flancos de mi caballo. ¡Contra ti arremeteré, oh, Muerte, invicto e inquebrantable!»
Así entonces llegamos a la figura de Percival: claramente representa la muerte, pero también es un nexo, un puente silencioso e invisible que une a estos seis amigos; el dolor los une, el impacto de la brevedad los amontona, los mantiene juntos en aquel caudaloso mar; sin embargo, siempre hay otro deseo que palpita en ellos: las olas del río Lete. Los seis personajes anhelan e intentan beber de aquel río del Inframundo para lograr olvidar lo que produce la muerte, lo que produce la vida: desean olvidar la separación, y lo intentan, paradójicamente, separándose. Sin embargo no hay tal cura. No existe el olvido.
Escrito por Julia Guerrera, año 2023.
Bibliografía consultada:
Woolf, Virginia (1931), The Waves, Inglaterra, Hogarth Press.

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