Hay días en que el invierno no entra por la ventana: se despierta adentro, como una humedad que nace entre los huesos y empieza a subir despacito, hasta enturbiarte la mirada. Me desperté con la garganta llena de niebla y el pecho habitado por un murmullo que no sabía si era tos o recuerdo.
Hay vapor saliendo de mi boca, y a veces me distraigo viéndolo irse, como si ese pequeño fantasma supiera más de mí que yo mismo. Como si dijera lo que no digo. Cada bocanada de aliento se vuelve nube —una breve mentira de fuego en la boca—, y mientras tanto me sorprendo con una pregunta que no me deja en paz:
¿Se puede sentir melancolía de algo que no ha ocurrido? La respuesta no me consuela ni me entrega calma.
Porque lo mío no tiene rostro, fecha ni escena concreta. Es una añoranza sin origen, como una carta sin remitente que llega todos los días. Imagino cosas que no han pasado, paseos por calles que no conozco, manos que no tomé, risas que no escuché más que en el eco blando de mi cabeza.
Esa gente, esos lugares, esos momentos que sólo existen en mi cabeza… me duelen. Como si el hecho de no haber sucedido los hiciera más frágiles, más delicados. Me siento ridículo extrañando ficciones, llorando por escenas que no tuvieron ni oportunidad de fallar.
Tal vez soy culpable de habitar más en mis ficciones que en mis días. Tal vez el invierno y yo nos pusimos de acuerdo sin saberlo: él para llover hacia afuera, yo para llover hacia adentro.
O tal vez solo estoy resfriado, con la nariz tapada y el corazón congestionado, y estoy dándoles categoría de tragedia a cosas tan simples como no poder respirar bien por tener mis fosas nasales tapadas. Pero hay algo más. Un fondo más hondo que el frío y la congestión. Una nostalgia sin hechos, sin nombres, sin causa.
Y el vapor seguía saliendo de mi boca.
Mientras escribo esto, sé que a mi alrededor el invierno sigue aquí. Y yo, sigo sin saber si es tristeza, fiebre o simple poesía desbordada. ¿Necesito un abrazo o un paracetamol? Aún no lo he descifrado.
Pero ahora, cuando camino por la calle, miro con más respeto al humo que respiro. Tal vez es el alma de todo lo que no fue, recordándome que lo irreal también pesa.
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