Carta abierta para las almas sin tregua

A quien encuentre estas palabras entre el polvo y el viento:

Vengo de tierras olvidadas por los mapas y de noches sin hoguera. No tengo estandarte ni tierra que me reclame.

Me llaman *El Errante del Alba", otros me han dicho loco. Algunos pocos, si acaso sabios, murmuran que lo mío es magia, poesía prohibida o alquimia sentimental. Pero lo cierto es que sólo persigo verdades, esas que incomodan, que huelen a ceniza antigua y que nadie quiere mirar de frente.

He recorrido aldeas, castillos, montañas de sal y bosques encantados. En ningún paraje hallé eco alguno a las preguntas que me arden por dentro. ¿Qué significa estar vivo? ¿Por qué repetimos las palabras heredadas de la plebe sin escarbar en su raíz? ¿Quién nos convenció de que pensar distinto es peligroso?

Los reyes temen a quien sueña. Los sacerdotes tiemblan ante quien duda. Y los mercaderes no pueden tasar la lucidez. En mis pasos no he visto más que silencio frente al abismo que separa la costumbre de la verdad.

Y, sin embargo, aún camino.

Quizás esos nobles rebeldes están ahí, ocultos en alguna taberna del mundo o en los márgenes de un pergamino inédito. Pero aún no los encuentro.

De todas formas, no los dejaré de buscar.

Busco entre ruinas y estrellas un fulgor distinto, una chispa que no se apague con el juicio ajeno. Camino sin destino, solo con el pulso de preguntas que nadie quiere hacerse. No persigo gloria ni oro, sino almas que sientan hondo, que piensen sin miedo, que duden. Anhelo hallar, en algún rincón del mundo, un reflejo rebelde de mí mismo.

¿Por qué tememos lo que nos da sentido, y abrazamos lo que nos adormece?

¿Es libertad elegir entre cadenas distintas, o romper el lenguaje que las nombra?

¿Cuánto de lo que creemos es nuestro ha sido sembrado sin nuestro permiso?

¿Cómo puede el silencio gritar más fuerte que mil voces unidas?

¿Y si el verdadero hogar no es un lugar, sino la herida que nos obliga a seguir caminando?

Entonces que este eco les alcance, a ustedes, los distintos, los que llevan fuego bajo la piel y preguntas en los ojos. No se oculten más entre las sombras por temor a arder; la noche también necesita estrellas que no pidan permiso para brillar.

Salgan. Desaten sus pensamientos, abran los portales del alma, desanden lo heredado. El mundo no cambiará por los que repiten, sino por los que se atreven a reinventar el verbo.

Aquí, en este umbral donde la locura se confunde con lucidez, encontrarán abrigo. No están solos.

—El Errante del Alba