Una cartuchera y un mundo de papel
tirados en el piso donde estoy parada.
Improvisar sin razonar.
Me quedo acá,
con mi voz
y la de mi conciencia.
La mirada del vecino adolescente que pasea al perro —
¿juzga o solo observa de más?
¿Qué mirás?
¿A dónde querés caminar?
La poesía no tiene un final,
y a veces, ni siquiera un sentido.
¿Qué estoy construyendo
mientras ese perro tira restos de pasto
cerquita mío?
Respiro sol
y veo el aire dorado.
Es un domingo soleado.
Árboles con un brillo verde
y la plaza con aires solitarios este mediodía.
La poesía sin sentido es esta.
Y yo respiro,
ahora de color rojo,
como las hojas otoñales del árbol que está acá.
Jubilados sentados al solcito.
¿Qué buscan,
sino el sentido?
Caminar mientras escribo una poesía,
mientras mis piernas entran
en el calor del invierno.
Acá descubrí una cafetería,
en este barrio tan olvidado.
Experimento las sensaciones:
la frialdad de los otros,
las miradas,
las conversaciones.
Voy a parar recién cuando llegue a ver a mamá.
Ahora.
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