Fue un momento mínimo.
El agua corriendo, el espejo empañado,
y ese azul escondido entre la ropa.
Tenía sueño.
Solo quería lavarme los dientes,
sacarme el día de encima,
sentir que todo seguía en su lugar.
Pero no.
Ahí estabas, sin estar.
Entre las cosas que ya no uso,
pero todavía no me animo a dejar.
Una tela que guarda más de lo que dice.
Un olor que ya no es del todo tuyo,
pero tampoco mío.
No pensé en vos.
Fuiste vos quien pensó en mí primero.
O eso quiero creer.
Y sin querer —o queriendo mal—
me invadió una frase.
Vieja conocida.
Siempre al acecho.
La que no necesita música para doler.
"Para que puedas imaginar que estoy con vos y me abrazas."
La doblé sin mirar demasiado,
como si mirarla fuera invocarte.
Y no tenía fuerzas para eso.
No esa noche.
Pero fue inútil.
Hay telas que no abrigan,
porque guardan más ausencia que abrigo.
Y esa remera,
la que hablaba de vos sin nombrarte—
volvió a pesar lo mismo que entonces:
lo que no fuimos.
Lo que casi.
Nunca supe si me la diste porque ya no la querías,
o porque no supiste cómo quedarte.
Nunca supe si era un regalo,
o una despedida con olor a vos.
Hay recuerdos que se quedan quietos,
suspendidos en el tiempo
como quien cierra los ojos para no mirar,
pero igual ve.
Y respiran.
Y duelen.
Yo solo quería
lavarme los dientes.
Pero apareciste igual.
Como nunca. Como siempre.
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