VER EL SOL. CAER.
Me sentía como una chica dentro de un reloj gigante, con engranajes visibles e invisibles. A veces aparecía una playa y el sol se reflejaba muy bonito en mi cara. Una ventana que se abría. La luz feliz que entraba otro día. Y desaparecía.
Cuando me sentía confiada, siempre que me sentía confiada, todo desaparecía de golpe. La oscuridad invadía la regulación de la psique. Quería ver el sol, lo buscaba en el mismo lugar que la última vez que lo había percibido. Iba al mismo lugar, pero solo encontraba mi pie repleto de polvo sobre un piso de madera viejo y desvencijado. A veces daban ganas de entenderlo y barnizarlo. Abrir las ventanas. Cuidarlo. Después de todo, sostenía mis pies, resguardándolos del vacío. La caída. Pero ahora estoy cayendo y solo tengo una flecha que seguir en dirección a las estrellas, a la deriva de la desolación. La posibilidad de inventar el universo con otros cuentos. También tengo una historia que escribir y un tormento que no es mío, que soltar. Escribo desde mi propio fondo y, aun así, puedo sonreír. Quizás sean las facturas con mucha azúcar que comí esta mañana, pero puedo hacerlo y estoy contenta con ello. Y quiero más. Si no tienes nada, el deseo que te hace sonreír puede ser el impulso desde donde saltar, desde donde soltar. Decidí que nada más. Fui a buscarme al olvido sometido de la oscuridad y decidí que no iba a bajar más. El piso se volvió de piedra y no hay otra dirección que la salida. Soy mi propio amigo, mi propio príncipe. Como disociada, reinvento y me vengo a rescatar. Mientras tanto lo cuento. Invento un cuento para resignificar. Traspongo acciones, pero no me voy a dejar caer.
Así, inundada en el fondo del reloj. El aire es cortado en diagonal por unos engranajes gigantes que se mueven aparentemente a gran velocidad. Los sonidos de los martillos hacen eco a lo lejos. Presionan las rumiantes voces del qué dirán. Como la torre del reloj, bajo el gobierno de las tinieblas, esas que no admiten la disidencia. No se detienen, son constantes y precisos como una máquina cuidadosamente programada. Buscaba una respuesta pero el frío metal no escuchaba. Mis preguntas estaban destrozadas. Lo observaba girar con constancia y trataba de entenderlo más allá de sus movimientos. Tampoco reacciona a los sentimientos. Podía empatizar con el desgarro del aire, lo sentía como parte.
Hasta que de pronto una luz apareció. Sin tiempo para pensar, sus pies se desprendían del suelo y aparecieron en la playa, una vez más. Quería tratar de entender cómo había ocurrido pero qué lindo sentir el frío y fresco sabor del agua fresca y cristalina, deslizándose por sus pies. Sin tiburones a la vista. El paisaje al frente se iba conformando a medida que pasaban los minutos. Las olas que no estaban en el horizonte aparecían en su estómago. Tan perfecto que asusta, tan preciso que nunca podría ser orgánico.
Llegó un momento en que me cansé. Ya no podía más con las risas y sonrisas. Los gritos y caricias. Los fríos escalofríos del metal pasado destrozando el aire con la aceleración quieta de la constancia que no se detiene. Me quedé quieta, percibiendo la mitad. Los pies del piso, de fría madera, no quería despegar. Los pies descalzos inmóviles, ni una astilla me quería clavar. El dolor entraba y salía. Hacía lo que quería y mucho más, ante vacía inmobilidad.

.f.
¿mi vida?¿Dónde está lo que yo no decidí perder mientras era maltratada, abusada y humillada con mi cuerpo en mecanismo de defensa? MI vida, cimiento de mis sueños. No esta basura.
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