Mamá dice que es hermoso el sonido del océano, sentir la fresca brisa en el rostro, el ritmo del mar neceando tu bote. Creo que fue el mar la hizo tan bonita, como una flor, cuidando a todos, reviviéndolos con un par de sus coloridas palabras.
Mi primer recuerdo, son los barcos quemándose detrás nuestro, las llamas iluminando la oscura noche, la arena hundiéndose bajo mis pies, mi hermano y mi madre tomándome de la mano; caminando los tres en el medio del desierto.
Mi segundo recuerdo, el sol rostizando mi piel. Morderme la lengua para aguantar el dolor, para contener el grito que nacía en el fondo de mi pecho gracias a la enrojecida arena, que quemaba mis pies en un seco aullido. Al final no aguantaba y terminaba llorando sobre la espalda de mi hermano.
No recuerdo cuándo fue que me di cuenta. Cuando comenzamos el camino éramos cientos de personas, tal vez mas. Cuando le pregunté a mi hermano donde estaba su amigo con el que siempre hablaba y reía tanto sus ojos se cristalizaron, se incorporó lentamente en la arena y su voz quebradiza me susurró una frase que jamás olvidaré: -"Él está recorriendo otro camino, uno en donde tus pies no duelen y las estrellas se reflejan sobre sus senderos de agua cristalina, justo como un mar de estrellas. Cuando lo recorres no sientes hambre o sed, solo caminas y tarareas feliz tus canciones favoritas"-
Al finalizar una sonrisa adornaba sus finos labios y una solitaria lagrima surcaba su rostro. -¿por qué no nos lleva con él?- pregunté. Su sonrisa se ensanchó en ironía-"todos recorremos ese camino algún día, pero no elegimos cuándo, mama, papá, incluso tu Hikoi"-
-¿y cómo vamos con ellos?- agregué con la esperanza de que él tuviera la respuesta. Me respondió que era un secreto, pero que para lograrlo primero teníamos que llegar al mar.
Ya casi no hablábamos, pues nuestra garganta no lo permitía, nos exigía agua, nos exigía parar, pero no la escuchábamos. Para ese entonces podría contar con mis manos cuántos éramos, tal vez con dos, tal vez con una, ya no lo recuerdo. Solo tengo una imagen borrosa de mi padre, que para ese entonces ya no estaba con nosotros. No puedo recordar la voz de mi abuela, esa que según lo que escuché me hacia dormir con su canto todas las noches. Quería preguntar cómo se veían, pero mi garganta no lo permitía. Comenzamos a dormir de día y caminar de noche, comenzamos a tener frío, los demás comenzaron a quedarse atrás, solo mamá se mantenía colorida, de cierto modo nos impulsaba a seguir. Era la más fuerte, aunque era más frágil, aunque éramos menos, aunque nos daba su agua y su comida. Volvimos a caminar de día, pues era más fácil ver las serpientes y los escorpiones, eso también fue idea de mamá, para ese entonces aprendí su nombre, Putiputi koraha, la doncella del desierto... no, la flor del desierto. Mi madre murió frente a mis ojos, no pude llorar su muerte... no tenía con que hacerlo, no pude arrodillarme a su lado... no soportaba el calor, no pude gritar su perdida... pues mi garganta no lo permitía.
Nuestras figuras, tambaleándose por el cálido viento, avanzan lento. Marcan el camino a sus espaldas y lo crean a sus pies, nuestras pieles enrojecidas por el sol, arrugadas, no tienen que beber. Hace días que caminamos sin descanso, usando únicamente esa pizca de esperanza que nos queda para mover nuestras piernas, deseando un futuro en el que nadie sufra, un futuro en el que nos deslicemos felices sobre las grandes olas cargadas en espuma de mar, deseando un futuro... Seguimos caminando, pesados, sin fuerzas. A nuestro lado, el hombre que nos acompañaba cayó seco, ni siquiera nos molestamos en enterrarlo, ya el desierto se ocupará de eso, solo caminamos, sin mirar atrás, caminamos, sin parar, solo... caminamos.
El paso tambaleante de mi hermano comenzó a preocuparme, perdido en el horizonte, con la mirada apagada y los brazos colgando inmóviles a sus lados, su cara roja por el sol resaltaba las grandes ojeras bajo sus ojos, parecía un... un muerto. Sus ojos caídos se iluminaron, curioso seguí su vista hasta la pequeña línea ondulada que se asomaba frente nuestro, eso que tanto buscábamos estaba ahí, esperándonos pacientemente, con los brazos abiertos, tantos pasos, tantos días, al fin veíamos el mar, al fin veíamos el final del camino. Por primera vez en mi vida corrí, corrimos como si esa pequeña línea azul se nos fuera a escapar. No sé cuántas veces caímos, ni cuántas tropezamos, pero esa vez, ese día, ese momento... se convirtió en la primera vez que lloraba. Todavía lo recuerdo fervientemente, correr con la vista nublada por las lágrimas, mis mejillas húmedas por su travesía y mis labios adornados por una sonrisa.
Para el atardecer ese tan ansiado destino estaba solo a unos cuantos pasos de nosotros, para el anochecer ya estaba frente nuestro, con todas las estrellas reflejadas en su superficie. Un mar de estrellas se extendía hasta donde el cielo y la tierra se unen, pero... el seco resonar de la arena me sacó de aquel magnifico trance. A mi lado, mi hermano, mi compañero. Aquel que me contaba las más hermosas historias, el que me enseñó a hablar, el que me cargó cuando ya no podía caminar del dolor y el cansancio. El que siempre estuvo para mí, yacía tumbado a mi lado, tomando mi mano sin fuerzas mientras su pálido rostro permanecía sonriente, sus ojos vacíos de vida seguían anhelando el cielo. Empezó como un susurro, terminó con un desgarrador grito que frenó en seco las turbulentas aguas. Me arrodillé a su lado ignorando eso que tanto busqué, grité, llore y patalee, hasta perder todas mis fuerzas. Mis piernas ya no servían así que nos arrastré hasta el agua, hundí mi cabeza y volví a gritar, como si le reclamara al mar por su muerte. Grité otra vez, y otra más, y otra, y otra.... ahora la persona más importante de mi vida, la que me motivó a seguir, yace enterrado junto al mar, tres metros bajo tierra en una tumba sin lapida y sin nombre. A un paso, a una mirada de lograr su más grande sueño. Quiero creer que se fue feliz a continuar su viaje, que el cielo le sonrió como él lo hizo y que navegue. Surcando las cristalinas aguas, que recorra finalmente, su tan ansiado mar de estrellas.
en paz, en guerra
en el cielo, en la tierra
entre las nubes vuelo
en la arena dejo mis huellas
no detendré mi caminar
no hasta encontrar,
ese hermoso mar de estrellas.....
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Mateo
Un chico que siempre quiso tocar las estrellas y vivir sus sueños. Aprendió a volar con relatos y soñar con palabras, he aquí la prueba de ello
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