Camila se tapa la cara con la almohada, más bien la abraza contra su rostro, mientras que con la mano derecha se saca el short. Sigue masturbándose aún con más intensidad, piensa en Natalia, recuerda la última vez que estuvieron juntas. En medio de su recuerdo aparece el rostro de Aylén. Se desconcentra un poco e intenta volver al recuerdo del sábado anterior, mientras estaba con su novia. Se dispersa, está caliente pero su mente no piensa lo que, según ella, es moralmente correcto, Camila sabe en el fondo que acabaría si continúa pensando en Aylén. De hecho hasta lo disfrutaría más que si sigue pensando en Natalia.
Mientras mantiene su lucha interna, desde el living viene un sonido estruendoso e interrumpe toda posibilidad de continuar. Tira la almohada contra la pared, con bronca, estira los brazos y respira tratando de relajarse.
Pasa un rato considerable y el volúmen no baja, al contrario, se incrementa. Escucha a su hermana Lucía y a Gastón, su cuñado, gritar y putear mientras juegan a la play. Esto le provoca ganas de levantarse y así en bolas como está ir hasta el living y mandarlos a la concha de su madre. Claramente no lo hace.
El quilombo que viene del living y la falta de compresión por parte de ella sobre calentarse con Aylén, la lleva por pensamientos oscuros. Pasan dos horas que no hace más que estar desnuda, con los ojos cerrados, pensando en dejar a Natalia. Piensa también porque apareció la imagen de Aylén mientras se masturbaba. Su cabeza hace preguntas sobre su hermana y esa play de mierda, se cuestiona si esos gritos fueran sexuales, ¿la irritaría de la misma forma? La respuesta es sí, prefiere el silencio.
Comienza a imaginar cómo sería el silencio en ese momento. De a poco sus oídos se "bloquean", y extraña la calma de Bariloche. De repente, al pensar en aquella ciudad del sur, extraña a la madre. Se pregunta si la madre se fue a vivir allá para no soportar más a las tres hijas. En el fondo no quiere conocer esa respuesta.
Mira el teléfono y son las 14:16, se pone el short y una remera desteñida de los Clash. Agarra la billetera, las llaves y todavía no sabe que carajo va a ir a comprar al chino.
Cruza el living, casi llegando a la puerta que da a la calle, Lucía pega un grito saludándola, Gastón se saltea el saludo y le pide, mientras sigue jugando sin sacar los ojos de la pantalla, doritos y una coca y que después le paga. La enana aprieta las llaves contra la palma de la mano, siente el dolor. No responde nada.
El único chino abierto un domingo está en calle Bahía Blanca entre Cabezón y Ladines. Ella vive sobre Alberti, agarra Azcuénaga para salir a Avenida San Martín y cruzar hacía capital. Mientras camina el puente de San Martín, mira hacía General Paz y observa la autopista. Algunos sectores atascados y otros carriles fluyendo; relaciona esa imagen a lo que sería la vida de una persona. Observa dos carriles a provincia que están totalmente detenidos, detiene su paso. Entiende lo trabado del tránsito, casi inconscientemente toma esa imagen y crea una analogía con respecto a su relación actual. Piensa profundamente cuántas analogías encuentra entre ella y esa autopista. Comprende que la vida es un clavo y también un viaje lindo hacía casa en una ambigüedad asquerosa.
Se pregunta a sí misma en una voz interior, ¿qué carajo hago acá parada? Ese interrogante es muy válido para aclarar la acción de estar mirando una autopista, pero también esconde un sentido profundo y existencial.
Sigue caminando y repite varias veces la pregunta. La repite cómo si divinamente apareciera un agujero en el cielo azul y obtuviera la verdad; esa verdad que todos querríamos saber pero que al saberla, no podríamos continuar viviendo.
Entra al chino, mira al pibe en la caja que está encerrado en una serie que ve por su teléfono, apenas alza su mirada oriental y baja la cabeza. Mira la decoración, camina entre las góndolas y no sabe que necesita. Se desliza suavemente entre los productos de limpieza, acaricia un paquete de carilinas y flashea en limpiar su mente. La escena de la autopista está presente, llega al final del supermercado y gira por los congelados, dobla en un cubículo pequeño dónde está el alcohol. Agarra dos botellas de vino, Portillo Malbec y Latitud 33 Cabernet. Llega a la caja a pagar y pide una bolsa de tela para las botellas.
Sale del supermercado con la cabeza a gacha, no sabe muy bien cómo sentirse y ni siquiera sabe por qué compró dos vinos. Sí es consciente que no quiere estar dónde está, hay algo que la hace sentir fuera de órbita. Cruza General Paz sin mirar a los lados, solo quiere llegar y encerrarse en su pieza. Cuando toma la diagonal de Azcuénaga, hace unos metros y ve que viene hacía ella una moto sin cachas a toda velocidad. En ese instante deja las dudas existenciales y encuentra un posible peligro en su cara. Si no corre con suerte, probablemente esté frente a la muerte. La moto pasa a su lado, los dos pibes que van arriba, son chorros. El de atrás lleva el arma en la cintura y la enana la puede ver porque el viento agita la remera por encima del pantalón. Camila respira profundamente y ruega que siga en dirección hacía la avenida. Sigue caminando sin mirar atrás, cuando el silencio vuelve a esa calle, corre; Y no dejó de hacerlo incluso una vez que dobló en Alberti, la calle de su casa.
Cruza el living agitada, Gastón pregunta por la coca pero no tiene tiempo ni para terminar la pregunta, Camila se encierra en su pieza, traba la puerta. Deja las botellas en el suelo, apoya la espalda contra la madera de la puerta y se desliza bruscamente hasta acabar en el piso y llorar desconsoladamente. Es un llanto inusual, es un llanto desesperado, llora cómo quién entiende el significado de estar vivo. Después de unos minutos, queda exhausta tendida en el suelo, recién ahí escucha la sirena de un patrullero. Piensa en el sistema deplorable de seguridad y le da asco vivir tan a la deriva. Analiza el hecho de estar en un lugar dónde cualquiera es verdugo.
Escucha a Lucía golpear la puerta de forma insistente, oye la voz de su hermana preguntando si está bien. Camila no responde, está con los ojos llenos de lágrimas y en un trance extraño del cual no puede salir. Gastón se acerca a la puerta y también, preocupado, pregunta una y mil veces si está bien. Se da cuenta que si quiere conservar la soledad debe responder.
- Sí. Estoy bien, quiero estar sola.
Del otro lado, Lucía inconforme con la respuesta, le avisa que en un rato van a cocinar una tarta. Y pregunta
- ¿Querés que te guardemos la mitad?
- Sí, estaría bueno. Por favor.
Aún tiesa en el piso, escucha los pasos alejarse. Vuelve a llorar.
Es un frenesí de emociones que no sabe cómo abordar. Escucha que el volúmen del televisor bajó, escucha silencio. Es consciente que la hermana y el cuñado no entienden la situación, ella imagina que están los dos, allá afuera, susurrandose a los oídos hipótesis. Entonces decide ir a enfrentar la situación para quedar en calma. Hace un esfuerzo, se levanta del suelo, se seca con un pañuelo las lágrimas y piensa su discurso. Sale y va hasta el living. A medida que va recorriendo el pasillo de las habitaciones y el baño, hay un silencio mortal. Al entrar al living, la play está en pausa, Lucía y Gastón efectivamente están susurrando y al verla se callan. La enana habla rápido para que no haya preguntas.
- Sencillamente estoy desbordada, me cansé de Natalia. No me pasa más que eso. Tranqui…me voy a bañar. Después les robo unas porciones de tarta.
Se da media vuelta y vuelve a caminar por el pasillo hasta su pieza. Se encierra, respira varias veces para tranquilizarse y agarra un short deportivo y una remera limpia junto a la toalla para entrar al baño.
Mientras se ducha, se da cuenta que es lo más normal del mundo estar al menos una vez en la vida frente a la muerte, comienza a reírse, se tienta, acepta sin más cuestionamientos que es normal en un país en decadencia que haya tantos chorros y tan poca seguridad. Cierra la canilla de la ducha y mientras se seca, escucha en su interior, el sonido placentero del corcho saliendo del pico de la botella.
Se sienta en la cama, estira las piernas, aprovecha el espacio. Apoya en la mesita de luz el Portillo, lo descorcha. Oye el ruido y sonríe, plap, suena de la misma forma que lo había imaginado.
Prende la televisión y selecciona la opción de reproducir algo. Comienza a sonar Iggy Pop y dos chabones corriendo. Ella no sabe qué película es, ni conoce la música, pero la atrapa la voz en off que narra lo siguiente:
"Choose life. Choose a job. Choose a career. Choose a family, choose a fucking big television. Choose washing machines, cars, compact disc players, and electrical tin openers. Choose good health, low cholesterol, and dental insurance. Choose fixed-interest mortgage repayments. Choose a starter home. Choose your friends [...]".
Sin saber muy bien que es un compact disc players y mientras rebusca en su cabeza alguna imagen de ese aparato, la toma por sorpresa el choque del auto y la sonrisa desquiciada del tipo atropellado y la película se lo presenta como Renton. Desconoce qué mierda está mirando, pero no pone pausa, no saca la película ni deja de tomar vino en su copa. Sigue mirando y se siente identificada, se da cuenta que el film es viejo pero que no había futuro, cómo no lo hay ahora.
Termina la botella, tiene hambre, pausa la película que le faltan 25 minutos para el final y va a la cocina. Encuentra a la hermana cortando la tarta, pregunta en qué puede ayudar y Lucía le pide que ponga la mesa.
Pasa por el living llevando los platos y cubiertos y ve a Gastón todavía jugando en la consola. Le corre por el pecho bronca. Vuelve a la cocina a buscar una jarra de jugo y tres vasos. Al pasar nuevamente por el living, Gastón se gira y asoma la cabeza por arriba del espaldar del sillón y dice dos cosas que la enana entre la calentura acumulada desde hace meses y la botella de vino, pensó en partirle la cabeza con el cristal de la jarra.
- Cami, ¿ya está la comida? -cuando la ve pasar con la jarra, agrega- Por un momento pensé que no estaba funcionando el servicio.
Y culmina con una risita burlona.
Hace lo posible por centrarse y que el alcohol no la lleve a una mala decisión. Se sienta en la mesa, cierra los ojos y no puede evitar pensar en cagarlo a trompadas al pelotudo de su cuñado.
Durante ese trance imaginario escucha el metal de la tartera apoyarse contra la madera que está en el centro de la mesa. Abre los ojos.
Almuerza estando abrumada, piensa en todos los sentimientos y emociones que experimentó en ese día. De fondo escucha las voces de los otros comensales, pero no tiene ni idea de qué hablan.
De un instante al otro, interrumpe la conversación y pregunta:
- ¿Lu, mamá se fue a Bariloche por qué motivo?
La hermana desconcertada, le pide que vuelva a preguntar. Cuándo entra en el eje de la conversación, responde.
- Porque la abuela murió y alguien tenía que hacerse cargo de la casa.
- ¿Y no era más rentable alquilarla o venderla?
Gastón se sirve dos porciones de tarta, se para y avisa que va al living a jugar.
- No. Vender creo que nunca lo pensó, pero alquilar… ¿A quién? Bariloche ya no es lo mismo de antes. Cuando mamá era piba, había turistas de todo el mundo. Todo el año, alemanes, suizos, yanquis, japoneses. Todos en dólares te pagaban. Ahora qué hacés con alquilarle una casa a un turista, en pesos, por diez días al año.
Camila se queda en silencio. Duda en plantearlo. Mira a Lucía que sigue comiendo, la observa y se da cuenta que para su hermana fue una conversación banal. Intrascendente. Decide plantearlo.
- ¿Y si mamá se fue porque no aguantaba más el bardo que somos las tres?
Lucía se quedó atónita, bajó el tenedor con un pedazo clavado de tarta y no podía procesar la pregunta. Su mente quedó en blanco, no entendía cómo Camila había pensado semejante bestialidad. Respondió, enojada.
- Vos sos una pelotuda. No me cabe ninguna duda. Mamá sufrió mientras vivía acá. La peleó, se fumó las boludeces de papá, y siguió con nuestra crianza. Cuando tuvo la oportunidad y se dieron las cosas…la abuela estaba muerta, nosotras ya éramos mayores, aprovechó.
Eleva el tono de voz, proyecta su reproche, lo acompaña con un puño golpeando la mesa
- Además la que se quedó con la pieza de ella y aprovechó la cama doble, nos fuimos nosotras.
Gastón escucha los gritos de su novia y se dirige rápido al comedor. Entra, se acerca a Lucía, le apoya su mano en el hombro, la mira y pregunta qué pasa, Lucía enojada despotrica contra la hermana, la trata de borracha y ventajera. Camila se bloquea y no presta atención a la agresión. Pasan varios segundos que sus ojos miran como Lucía se va indignando paulatinamente hasta levantarse de la mesa e irse del comedor. Vuelve en sí, lo mira a Gastón ahí parado, como una zanahoria, ahora lo tiene cara a cara. No se queda callada.
- ¿Vos qué carajo hacés metido en nuestras discusiones, por qué no te tomás el palo?
Gastón mantiene una postura serena, huele de lejos el olor a vino, y de violencia.
- Es la casa de mí novia también. Simplemente estaba distraído y escuché gritos. Ya me voy.
Lo ve irse. Piensa en lo parásito que es el chabón. Se pone a hacer cuentas y lleva como diez días ahí encerrado, sin hacer más que jugar y comer mientras las tres pibas laburan y mantienen la casa. Se indigna y piensa en abrir la segunda botella, en terminar la película y mandar a cagar a Natalia.
Termina de ver Trainspotting y piensa en intentar hacer Choose Life.
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