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    Tomar el fresco

    Feb 12, 2024

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    Tomar el fresco
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    Ayer cuando el sol empezaba a esconderse salí a caminar por el barrio. Hacía muchísimo calor, “no se movía ni una hoja” como decía mi abuela y el aire era denso, por momentos irrespirable. El penetrante y quejoso sonido de las chicharras como única compañía.

    No tengo una rutina establecida, así que salgo sólo con la intención de moverme durante una hora más o menos y voy variando el recorrido.

    Me dedico a mirar las casas, los frentes, los jardines delanteros, las fachadas. Me apasiona imaginar quienes pueden vivir en cada una, partiendo sólo de la estética que veo.

    Tomé por una cuadra por la que no paso con habitualidad.

    De pronto, una imagen me llevó como un flashback a mi infancia.

    Un chalecito típico de esos que ya quedan pocos, con piedra Mar del Plata, dos ventanas con cortinas de enrollar, levantadas y abiertas de par en par. En el medio la puerta de entrada, también abierta, implorando la entrada de aire. Un breve jardín delantero; un cuadrado de pasto y un sinfín de macetas dispuestas sin orden aparente. Malvones, geranios, alegrías del hogar, lenguas de suegra y achiras.

    En una silla de comedor, sentado un hombre mayor, calvo, en cueros, sólo un short de baño y ojotas mordidas por algún perro.

    No pude dejar de mirarlo, sin dudas lo advirtió, porque levantó su mano y me saludó, al mismo tiempo que inclinaba su cabeza reforzando el gesto.

    Ya no hay gente que salga a sentarse afuera, en la vereda como cuando yo era chica. No había en mi barrio, ninguna había cuadra en la que, en las tardes o las noches agobiantes de calor, los vecinos no salieran a tomar aire. Dos, tres o cuatro sillas, grandes y chicos, todos unidos por un ritual. El mate y la factura, o el aperitivo para los más osados.

    Se hablaba, de cualquier tema, se departía, se discutía, se interactuaba. A veces se jugaba al “veo veo”. Se vivían las horas en la calle. Se decía que era por el calor, que se salía para buscar el fresco, pero en realidad, creo que era otra manera de conectarse. Con la familia y con los demás. Con lo que pasaban; se saludaba al caminante, se chusmeaba de conocidos y ajenos. Nadie tenía miedo de estar en la calle. Nadie pensaba que eso no se podía hacer. Al contrario, para algunos era cita después de cenar, incluso para quedarse hasta tarde, a veces con la sola compañía de un perro o un gato. Mirando, pensando, murmurando, recordando. Viviendo.

    Ayer el señor calvo me llevó un ratito a mi infancia.

     

     

    Silvina Casteller

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