Remotos encuentros bajo el estallido de emociones punzante, remotas señales ansiosas de algo más, me pregunto la significancia de ellas, sí en los mensajes codificados se halla alguna verdad, o sí simplemente es mi mente queriendo introducirme auto sabotajes sin fin. Existe una inexplicable verdad, y es la de un lamento eterno, la imposibilidad de perdonarme a mi misma, y las innegables ganas de salir corriendo a buscar algo que ya no puedo materializar, algo que ya no está. No puedo evitar preguntarme el por qué, sin más, ¿qué es lo que usted pretende de mí? He dado todo, lo he dejado todo. No convierta mi transcurso existencial en un escabroso camino de autorreflexión. No me dejes a la deriva, podrías acaso, ¿decir algo? ¿acaso mis palabras atentan contra tu irracionalidad?, o mis silencios se han convertido en tu única realidad? una realidad aceptable? Me inquieto, me ansío de saber. Pero al mismo tiempo, muero por no saber. Y es que el silencio es de las pocas cosas que se me dan bien, mi mejor manera de querer. Me contradigo y desemboco en un recuerdo cercano, las manos y pies fríos en un junio helado. Encimados estimamos descansar un rato, y una simplicidad reducida a un querer ajeno que ya no nos pertenece, una realidad que ya no nos compete. ¿Sostener u olvidar?
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