El afán de la certeza es el olvido.
El eterno respiro de un cuerpo inerme que perdura a pesar de todos,
Que tiembla de miedo y no es escuchado por nadie.
Que camina.
Las negras banderas de las turbas nos azotan
y elevan las temibles gestas como fuego.
Los sepulcros, como diademas infectas sin augurios fingidos
(cetros de un poder que no perdona),
van regalando lo que nadie quiere,
ahuyentando cualquier sospecha de humanidad,
replegando el agua,
el pasto,
las ideas.
Asociados a lo oculto, van fatigando al cosmos,
como pioneros de una ola maldita
que remontan en el tórrido pavor de la venganza.
Nos despiertan en la mañana
con el café recién colado
y las dianas en nuestros jardines florecidos,
con nuestros colores y nuestras banderas:
manteles,
lana
y porvenir,
con las más claras reacciones
de una vigilia nauseabunda y prometida
-que de nada ha servido para ahuyentarlas-.
¿Cómo sobreviven las legiones?
¿En qué enorme cavidad de la ignorancia
cuecen su hedor los hacedores?
¿Acaso hemos preguntado cuánto pecado hemos acumulado?
¿Cuánta de nuestra maldad se amontona en las espaldas?
Y ahora, heridos, aterrados como liebres en el horizonte,
recibimos el bumerán salado del disimulo,
la cínica coacción de la crueldad.
Pero nadie quiere responder.
Responder es la virtud de la entereza.
La única solución para el camino,
para el delirio de los mares
y la cálida intimidad de los desiertos.

Yom Hernández
Aquí un licenciado en Historia, loco por la literatura que lee y escribe pertinazmente. Padre de tres libros publicados por Ed Atlantis, Ed Adarve, Ed Cuadranta.
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