Irma se levantó, como todos los días, a las ocho de la mañana. Luego de tender la cama se dirigió al baño y con sus manos nudosas lavo su cara manchada por la edad y el sol y se peinó la corta cabellera blanca. Después fue hasta su ropero, saco una camisa de lana, buzo de polar, pantalón largo, polainas y botas cortas de cuero para cambiarse ante aquel crudo invierno de Julio. Finalmente salió de su cuarto y bajo por las escaleras acompañada del sonido de los tablones de madera ante cada pisada. Llegando a la sala comedor, tomo la pava celeste de la mesa y lo llevo hasta la cocina para calentar un poco de agua. Tras dejarlo a fuego medio, salió por la puerta de la derecha de la cocina para el patio a sacar leña y huevos. Sus gallinas y conejos se encuentran correteando entre las vallas que separan su terreno del campo vecino. Entra primero la madera y la pone en una caja que tiene debajo de la escalera y después la canasta con los huevos que deja sobre la mesada de la cocina. El pitido de la pava le avisa que el agua ya esta lista, pone una taza amarilla con un saquito de tela que contiene hebras de lavanda y manzanilla y vierte el agua caliente. Antes de llevarse su té a la mesa también agarra un plato de vidrio con galletitas de avena y finalmente se sienta a desayunar en la mesa de quebracho en el centro de la sala comedor. Se sienta de espaldas a la chimenea y frente a una ventana que da a una parte de su patio. Levanta la vista hacia el cielo y contempla las nubes aisladas y el cielo despejado, desea que el tiempo se mantenga así para cuando venga de visita su hermana y familia.
Recuerda su infancia cuando pasaba de visita los fines de semana y se sentaba en la misma silla mientras su abuelo amasaba pan casero y la abuela cebaba mate para todos. No eran una familia numerosa, sus padres eran hijos únicos y los familiares maternos habían fallecido uno por uno antes de que su madre llegara a la adolescencia, es por eso por lo que a sus suegros los querían como si fueran sus padres. Mas allá de que eran pocos, la casa rebalsaba de amor y tranquilidad, y eso se transmitió en la relación entre las dos hermanas que se mantuvieron en compañía por diez años en la casa del campo hasta que Florencia conoció al actual marido en un viaje a la capital, y tres años más tarde se mudarían juntos a la gran ciudad donde él nació y creció, al igual que su sobrino. Irma se sentía muy orgullosa de la prospera familia de su hermana y convivio en parsimonia soledad hasta que conoció a una mujer en una situacion complicada de la cual pudieron resolver y jamás separarse. Estuvieron juntas por veinte años hasta que el corazón de la otra mujer dejo de funcionar mientras dormía un sábado a la noche de hace cinco años atrás. Irma en sus ochenta inviernos cada tanto contempla el cielo para trasmitirle sus mejores deseos a aquella compañera de vida.
Parpadea un poco para dejar caer las lágrimas, se seca con su pañuelo y vuelve sus pensamientos al presente. Quiere agasajar a Florencia y su familia con una torta de vainilla y dulce de leche que Juancito, su sobrino de diez años, adora al igual que jugar con los pequeños animales del patio. También tiene preparado hojas de dibujo y acuarelas para cuando se canse de jugar afuera y prefiera entretenerse al calor del fuego en el comedor. Terminado su desayuno se dirige a la cocina, lava su taza y el pequeño plato, y se pone un delantal celeste para cocinar la torta y una tarta para el almuerzo. Pero antes deja una olla chica con agua y cascaras de banana, manzana y naranja a hervir con el fin de rociar las plantas de su invernadero. Luego saca de la alacena harina leudante, azúcar y polvo para hornear, después de la heladera busca la leche y la esencia de vainilla, y pone todo en la mesada. Precalienta el horno que esta debajo de la mesada de la cocina en 180 grados por una hora, y tras terminar el preparado en veinte minutos lo coloca en una asadera circular alta, abre la puerta del horno y lo coloca en la rejilla de metal. Mientras lo deja cocinando, guarda los alimentos exceptuando la leche y empieza con la preparación de la masa de la tarta. Saca nuevamente de la alacena harina 0000, aceite y sal, luego de calentar en una olla chica un vaso de leche, lo vierte en un bol junto con el aceite, para después mezclarlo con la harina cuatro ceros y la sal previamente mezcladas. Una vez deja reposar la masa, vuelve a la heladera para sacar unas pechugas de pollo, fetas gruesas de jamón cocido y un pedazo rectangular de queso cremoso, todo para el relleno de la tarta. Deja el pollo cocinarse en la sartén mientras corta el queso en una tabla circular de madera. Estira la masa y la coloca en otra asadera circular más baja que la anterior, y lo tapa con la base inferior de la tarta, y lo cocina en el horno. Repite el proceso cuando ya tiene el relleno listo y estira la masa restante para la parte superior de la tarta después de una hora, y finalmente lo deja cocinar en el horno junto con la torta. Se limpia las manos con agua tibia de la canilla y las seca con un repasador. Prepara otro té de hierbas para descansar un rato en la reposera hasta que la comida este lista.
De repente escucha dos golpes a la puerta principal. La señora se dirige a la puerta no sin antes tomar su bastón, muy pocas veces lo usa para caminar, salvo en los días de mucha humedad cuando el dolor grita en sus cansados huesos. Lo siente más como una protección a que un apoyo físico. Apoyándose en el picaporte pregunta quién es y no obtiene respuesta. Finalmente abre la puerta y se encuentra con una mujer alta y delgada vestida completamente de negro, desde su sombrero de ala ancha hasta sus zapatos de charol, a excepción de una valija color mostaza. Lo que más le llamo la atención fue lo impecable que se encontraba la extraña dama cuando alrededor hay hierbas altas y caminos de tierra seca, y la poca sensación de calor que transmitía la tela de su vestimenta, ni siquiera una chalina o guantes para combatir la ventisca. La hace pasar y con gestos tímidos la joven mujer se saca el sombrero, Irma le señala uno de los sillones poltrona que se encuentran cerca de la chimenea y ambas se sientan frente a frente con dos tazas de té.
- Por favor, tome el té y no espere a que se enfrié.
- Muchas gracias, señora... disculpe no se su nombre.
- Irma Núñez, y usted?
- Kala. Solo Kala. Y gracias por el té, señora Núñez. Es justo lo que necesitaba después de un viaje tan largo.
- ¿Puedo preguntar cuál es su destino?
- Voy para el norte a visitar unos parientes, no recuerdo exactamente el nombre de la ciudad, pero se con quien debo cruzarme para llegar a mi residencia.
- Entiendo, o sea que solo está de paso.
- Algo así. De pasada voy dejando recados.
- ¿O sea que sería una repartidora, mensajera o algo por el estilo?
- Es un poco complicado de explicar, sobre todo cuando no es costumbre por mucha gente…
- Es usted una persona enigmática, si me permite serle sincera.
Irma termina su segundo té y ofrece las galletitas que quedan a la invitada, pero esta declina y retoma la conversación:
- Perdón, no suelo ser un libro abierto a todo el mundo. Y si me permite, tiene una casa hermosa. Parece un lugar muy tranquilo en comparación con la ciudad.
- Gracias. Si, eso es verdad, pero no apta para personas afectadas por la melancolía o la soledad. Por su comparación me imagino que viene de alguna capital.
- Si, pero no de este país.
- Se me hacía que por su acento podía llegar a ser extranjera. ¿De alguna parte de Europa?
La mujer asiente mientras termina su té. Irma nunca fue de creer en las buenas o malas energías, pero había algo en aquella persona sentada frente suyo que no encajaba y la hacía sentir incomoda e insegura.
- Si, pero la ocasión de mi viaje es una de las pocas veces que me muevo desde tan lejos. Por lo general llevo una vida más sofocada por así decirlo en un solo lugar.
- ¿Sofocada en que sentido? ¿Por la cantidad de gente?
- Si y no. No hablo de personas en concreto, pero similar. Ay, Irma, es tan complicado de explicar… solo cuando llega determinado momento las personas caen con la verdad de frente.
- ¿Y se puede saber en qué momento?
- En el fin de la existencia, Irma. Pero eso ya lo experimento un par de veces en su vida, ¿no?
Irma se queda en silencio sin saber que responder. Un sudor frio le recorre la espalda mientras observa de reojo que su bastón quedo apoyado en el marco de la puerta, a tan solo siete pasos.
- Se lo que piensa, amable señora. Pero este tranquila, no vine por usted, todo lo contrario. Vine a dejarle esto.
La extraña mujer le extiende un sobre celeste que la señora de la casa duda en hasta tocar, pero nota cierto perfume conocido y observa una inicial en el borde del papel que podría reconocer entre miles de tipografías. En el intercambio accidentalmente rozaron sus dedos y la señora Núñez sintió escalofríos como si hubiera tocado un bloque de hielo. Temblorosa no solo por la sensación sino también por los nervios que le recorre la espina dorsal, mira con atención el sobre.
- ¿Cómo? Esto… no puede ser… ¿Mi Debbie? Pero ella…
- Si, sé que no se encuentra en este plano, pero tampoco en mis dominios, A través de otros mensajeros termino en mis manos y como estaba de paso, decidí hacerme cargo.
Irma vuelve a leer la dedicatoria y lo abre. Al leer la primera palabra, su apodo, siente un terrible nudo en la garganta. La carta rezaba de la siguiente manera:
Mi querida Numi: No puedo expresar con palabras como te extraño y a la vez el deseo permanente de no querer que perezcas tan pronto, porque quiero que disfrutes todo de la vida tanto más como aquellos tiempos felices juntas en aquella casa de campo al que bautizamos como nuestro nido. Nunca supe como agradecerte por haberme salvado la vida de la miseria y la violencia por parte del monstruo al que me obligaron casarme, ojalá en las próximas vidas pueda recompensártelo de mil formas. Por favor, cuídate mucho y sobre todo ama con todas tus fuerzas. Abraza muy fuerte a tu familia de mi parte. Recorda que siempre seré tuya en cuerpo y alma.
Con todo mi amor,
Debbie
Ya casi no podía ver la dedicatoria por culpa de las lágrimas. Saca su pañuelo del bolsillo canguro del buzo para secarse los ojos y sonarse la nariz. La extranjera no emite sonido ni parece acongojada por la situacion. Irma se lleva el sobre celeste, sabiendo que era el color favorito de su compañera, al pecho y luego a la nariz, y reconoce el aroma a violetas y eucalipto que usaba siempre de un perfume propio.
- Esto es increíble. No sé cómo qué decirle señorita…
Pero Irma se quedó en silencio ante la visión del sillón vacío y el viento frío que se cruzaba por su espalda dándole aviso de que la puerta está abierta, y sin rastros de la mujer de negro. No supo en qué momento se había esfumado tan rápido, lo único que realmente sabia es que seguía con el corazón palpitando, la carta de su difunta mujer en la mano y el sonido familiar del auto de su cuñado que se aproximaba al frente de la casa.
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C. R. Gotta
Camila ⛥ 27 años ⛥ Estudiante audiovisual ☆ Recomiendo libros por ig ⛥ "Escribir no es la vida, pero yo creo que puede ser una manera de volver a la vida" (Stephen King)
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