Ser mujer y estar triste me habían definido toda mi vida.

Mi sueño siempre fue escribir un libro pero nunca tuve la fuerza de voluntad suficiente como para levantarme de la cama y terminar un capítulo.

Vivía gritando en silencio por un hombre que no me amaba, y a pesar de saberlo seguí luchando por ello, como si mis tristes esfuerzos pudieran significar algo en un corazón sin remedio.

Si no te ama no podés hacer nada para cambiarlo, el amor nace solo, nunca hay que forzarlo. No sirve forzarlo.

Desde que tenía uso de razón lloraba por las noches en mi habitación, por mi peso, por mi rostro, por la forma de mi cuerpo, por mi familia, por mis amigas, por no tener al chico que quería, por la gente que ya se fue, por las decisiones que ya tome y por la pelicula que mire ayer.

Tenía tantas razones para ser feliz que solo me centre en las tristes.

Porque un cuerpo criado bajo la presión del dolor nunca esta dispuesto a buscar algo mejor.

Desde que soy chica siempre encontré más linda a la mujer triste, la que esperaba por meses a que llegara su hombre, la que explotaba en un ataque de ira y la que tenía la cara manchada con el maquillaje corrido por sus lágrimas. El cine moderno me crio con el pensamiento de que estar loca era lo mejor y de esa forma me encontré en la asquerosa belleza del dolor.

Mi cuerpo esta cansado, mi alma esta triste y mi cerebro pide un descanso.

No dormir por las noches me hace daño.

Los cigarrillos baratos son un asco.

Amar al tipo más malvado no es romántico.

Odiarme tanto solo me hizo más vacía.

Quiero dejar de darle tantas vueltas a la vida, porque no hay nada más.

No entiendo con que pensamientos quiero lidiar si verdaderamente, no hay nada más.

Hoy voy a dejar de estar triste, porque no hay nada más.