Poder jodernos

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Una enorme y apestosa mierda española.

Lo que han hecho con PODEMOS no es una anécdota política ni una disputa entre partidos. Es una operación quirúrgica del Sistema. Precisa, brutal, eficaz. Desde el bisturí afilado de los jueces hasta la porra policial, desde las plumas mercenarias de los tertulianos hasta los susurros cobardes de los "compañeros" de la izquierda domesticada. Una caza. Una purga. Un mensaje.

Todo el espectro se ha alineado: la ultraderecha sin disimulo, la derecha de guante blanco, el PSOE con su eterna vocación de traición, Sumar y sus clones asépticos... Todos, en romería, a descuartizar la única opción política que, con todas sus contradicciones, ha osado decir: “Esto hay que romperlo”.

Porque el Sistema no es tonto. El Sistema huele el peligro. El verdadero. No ese que ladra consignas mientras pacta sillones. El que señala la raíz. El que amenaza la arquitectura entera de privilegios, clientelismos y servidumbres. A ese hay que triturarlo.

Y lo han hecho. Con saña. Con ilegalidades vestidas de legalismo. Con infamias mediáticas repetidas hasta que calan como verdad. Con un bombardeo diario de desinformación, desprestigio, caricatura. La maquinaria entera en marcha. Un golpe de Estado lento, cotidiano, disfrazado de democracia ejemplar.

Y lo más grave: les ha salido bien.

No ha ardido nada. No ha habido rabia en las plazas. Ni siquiera desconcierto. La gente sigue con sus cañas, sus procesiones y su plataforma de series de ficción. La gente se traga el veneno sin rechistar, se traga la soga sin toser. Y el Sistema, viendo que no pasa nada, aprieta más.

Ya no se conforman con robar. Ya no se molestan en ocultar la impunidad. Ahora quieren el retroceso. No solo evitar nuevos derechos, sino extirpar los que costaron siglos y cadáveres. Quieren desandar la historia. Volver a la España de la obediencia, del miedo, del cura y el cabo de la Guardia Civil.

Y nosotros, mientras tanto, balbuceamos. Callamos. Tragamos. Nos dejamos ahorcar en paz. Como si la soga no apretara lo suficiente. Como si el silencio fuera una opción digna.

Pero aceptar lo inaceptable no es rendirse. Es colaborar. Es permitir. Es mancharse.

Y eso, tarde o temprano, se paga.