Cuando cumplí diecisiete años, un extraño paquete llegó envuelto en papel de regalo. No tenía ni nombre ni dirección del remitente. Rompí el colorido papel en pedazos dejando a la vista una caja de metal, un poco más grande que una cajita musical. Forcejee para sacar la tapa, sin éxito alguno, estaba atascada como la del frasco de mermelada recién comprado.
—¡Esta porquería no se abre! —me quejé, tan fuerte que mamá me escuchó desde la cocina.
—¿Así empezas tu cumpleaños vos? —dijo mientras batía con fuerza la mezcla de la torta—. Andá acá a la vuelta a comprar, me hace falta más harina leudante.
Agarré plata de la mesita donde guardamos siempre y salí del departamento. Bajar los siete pisos por las escaleras me llevó más tiempo que caminar hasta el almacén de la mamá de Anita. Toqué el timbre y observé alrededor mientras esperaba, no había mucho tránsito en la calle más que un par de autos y personas caminando por la vereda, parecía una mañana de domingo. Pasaron más de dos minutos y nadie abría.
—Hooooola —hablé apoyando la cara sobre el cristal de la puerta, intentando ver el interior.
Tiré hacía afuera sin pensar en que se iba a abrir. La melódica campanada me recibió, los pisos estaban lustrados y un exquisito olor a vainilla ambientaba la tienda, como si todo estuviera en su lugar. Sin embargo, no había nadie dentro. Desde hace dos semanas, una chica de más o menos mi edad atendía de lunes a viernes. Lamentablemente, parece que esta vez le tocó a ella. Al salir de ahí noté un detalle que había pasado por alto, el tacho de basura contenía varías cajas de medicamentos abiertas. Tomé una de ellas y caminé de regreso a casa, sintiendo que el tiempo iba más lento. Aunque yo no tenía nada que ver en lo sucedido, la intranquilidad pesaba sobre mis hombros, haciendo más difícil subir cada escalón.
—Tardaste mucho, ya improvisé con otra harina —me reprochó mamá apenas me vió llegar. Se quedó un rato con cara de pánico mirándome de arriba a abajo—. ¿Con este calor saliste tan abrigada?
—Mamá, la chica del almacén… también desapareció —dije con una expresión de susto que no podía disimular.
—No te preocupes por eso, vos estás bien, hoy tenés que disfrutar de tu cumpleaños.
—Hace tiempo que solamente es un día más.
—No seas tan negativa, Clara. No podes estar así siempre.
—Sí mamá, es verdad —asentí con dudas, sin ni siquiera mirarla.
Me dirigí a mi habitación a tumbarme en mi cama unos minutos que resultaron más eternos de lo que pensaba. Me vestí con el uniforme del colegio, miré fijamente mis brazos un rato y luego me volví a poner el buzo negro que llevaba en la mañana.
—Chau ma —me despedí con prisa.
—No olvides avisarme quienes vienen hoy —exclamó, aunque ella ya sabía que solamente tengo una amiga.
Por suerte vivo a pocas cuadras de la escuela, así que puedo evitar el quilombo de los colectivos. Aún quedaban 10 minutos para las 13:00 hs y ya había llegado, me quedé sentada en un banco del patio con los auriculares puestos, hasta que vi llegar a Ana.
—Claraaaaa —saludó con euforia—. ¡Feliz cumple! ¿Cómo se sienten los diecisiete?
—Gracias, Ana.
—¿Por qué esa cara?
—Hoy fui a su almacén y…
—Entonces te enteraste —interrumpió, su tono de voz ahora era apagado—. Sus padres aún no pueden creerlo, justo ahora que parecía estar cómoda en un trabajo.
—¿Antes no lo estaba?
—Parece que abandonaba cada empleo a los pocos días, aunque no daba muchas explicaciones.
—Ana después de saber eso yo estuve pensando mucho en que… —anclé mis ojos en ella, pero al final no me salieron las palabras.
Justo ahí el timbre anunció que ya era la hora de entrar a clase. Ana se fue con su curso así que yo estuve sola el resto de las horas. Volvimos a vernos en los recreos pero no se habló del tema, quizás mamá tenga razón y deba intentar disfrutar mi día. A la salida me despedí de ella y quedamos en que iría a cenar a casa.
En el camino de vuelta, pasé por el almacén otra vez. Vi por la ventana a la mamá de Ana encargándose de atender, parecía que no había pasado nada. Si bien no quería meterme en el asunto, no podía quedarme tranquila sin saber más, me carcomía la mente. Toqué el timbre y ella enseguida corrió a abrirme.
—¡Clara, feliz cumple querida! —me saludó, sorprendida de verme—. ¿Hoy va Ana a tu casa, no?
—Gracias Daniela —asentí con la cabeza—. Sí, pero no es eso de lo que quiero hablar ahora.
—Bueno entonces —hizo una expresión de pena—, pasa y charlamos en la cocina de atrás.
Me senté en una banqueta de plástico que tenían por ahí, la mamá de Anita dejó la pava a calentar y se puso a preparar el mate.
—Bueno… ¿Y? —me dió pie a que le cuente, sin dar muchas vueltas.
—No quiero quedar mal por preguntar sobre esto, sé que es un suceso delicado. Yo quiero saber más sobre ella ¿Por qué desapareció de un día a otro?
—Eso es lo que estuve hablando con sus padres hoy. Creyeron que yo podría saber algo pero solamente nos dimos cuenta de que ambos estamos igual de desconcertados.
—¿No hubo ninguna señal de lo que podía suceder?
—Si es que la hubo, no nos dimos cuenta —.Un silencio incómodo se dio entre nosotras, hasta que el chillido de la pava despabiló a Daniela—. Compartimos mucho dolor, Martina tenía toda una vida por delante. Últimamente hubo muchos casos de desapariciones en la ciudad.
—Sí, y la mayoría son adolescentes —señalé.
—Clara, deberías despejarte un poco —aconsejó, con ternura. Miró la hora en su celular y lo volteó para que yo pueda verla también—. Vamos, te abro la puerta. Anita ya debe estar tomando el colectivo.
Apenas entré por las puerta de casa, mamá se exaltó preguntándome por qué regresaba tan tarde. Ya tenía muchas cosas en la mente como para aguantar sus reclamos. Fui derecho a mi pieza y apoyé la cabeza sobre la almohada, mirando la pantalla del celular. Me llegó un mensaje de Anita confirmando que ya había subido al colectivo, tal como supuso su madre. Abrí las redes sociales y busqué la palabra “desaparecida” , a ver si había alguna noticia o información importante. Solo encontré comentarios fuera de lugar y usuarios anónimos haciendo chistes o sacando conclusiones sin tener ninguna idea, como siempre ocurre con cada caso similar. Luego busqué el perfil personal de Martina, solo tenía fotos suyas donde se la veía feliz; rodeada de amigos, familiares o con sus mascotas. No es ninguna sorpresa que todo parezca normal, en cada víctima fue así, es como si aquello que los hace desaparecer apunta a jóvenes de buena vida. Quizás había algo que no mostraban, un lado más oscuro que permanece desconocido, yo creo poder entender sobre eso. Si de verdad estoy en lo cierto, entonces…
—Claraaaa —llamó mi mamá, elevando la voz—. Apurate, llegó Anita.
—¡Ya voy! —tambaleé la cabeza despejando un poco mis ideas.
Fui hasta el comedor mientras me arreglaba el pelo, aunque lo terminé despeinando aún más. Ana estaba conversando con mamá, ambas demasiado producidas para mi maravillosa fiesta de cumpleaños, siendo totalmente irónica.
—Hola, tanto tiempo —bromeó Anita, sonriendo. Estiró sus manos hacía mí, que sostenían una bolsa con un moño rosa—. Espero te guste, nunca sé qué regalarte.
—Gracias, no hacía falta —tomé la bolsa y la abrí ahí mismo. Contenía un remerón negro de mangas rayadas, con un estampado de mi banda favorita—. ¡Me gusta mucho! gracias de nuevo, más tarde me la probaré.
—Bueno bueno, vayan sentándose —intervino mamá—, hoy me pedí el día para cocinarles comida rica.
Comimos, hablamos y reímos las tres. Si bien nunca encuentro algo especial en el día de mi cumpleaños, pasar un buen rato con mi mejor amiga y mi mamá me sirvió para apartar mis preocupaciones recientes. Luego de cortar la torta, fuimos con Anita a mi habitación a tener un poco de privacidad, como cualquier adolescente.
—Tu mamá es muy buena persona —me dijo, acomodándose en el enorme puff.
—Sí, creo que lo es —contesté, mientras buscaba el control de la televisión—. ¿Miramos una peli?
—Clara —me cortó con una mirada de preocupación, como si hubiera visto algo terrible—. ¿Eso es tuyo?
Sobre la mesita de luz, estaba la caja de medicamentos que había encontrado hoy, me descuidé en dejarla a la vista.
—Ana no lo malinterpretes, esto solo…
—¿Por qué no me contaste? somos amigas, sabes que puedo ayudarte en lo que necesites.
—¡Te estoy diciendo que no es lo que pensas! —elevé el tono demasiado, me tuve miedo incluso de mí misma.
—Entonces qué mierda es Clara, te crees que soy estúpida como para ignorar que volviste con eso —ella ya estaba llena de indignación y me discutía al mismo volumen—. ¿De dónde los sacaste ahora?
—Estaba la caja tirada, vacía.
—Sí Clara, obviamente justo la encontraste en la calle, y yo nací ayer.
—Anita no quiero pelear con vos, si de verdad volviera a consumirlos serías la primera a la que se lo diría.
—No pareciera que lo harías.
—Es que vos no lo entendes, no tenes idea de lo que me pasa.
—¿Yo no lo entiendo? ¿Yo que te contuve en mi casa en la madrugada más de una vez? ¿Yo que no podía dormir después de leer tus mensajes y que no me contestes en toda la noche? —me dió la espalda, dirigiéndose a la puerta—. Te cagaste en mi confianza, espero lo sepas.
Yo ya no podía sostenerle la mirada. Mamá le abrió la puerta a Anita y luego vino a mi cuarto a preguntarme qué había pasado. Le pedí que me dejara sola y, aunque no se quedó conforme, terminó respetando mi petición. Solamente me tumbé boca abajo en mi cama, dejando libres a todas esas lágrimas que venía acumulando, con la mente en blanco, no quería pensar en nada más.
Como si hubiera sido un parpadeo de larga duración, mis ojos volvieron a encontrarse con la oscuridad. El brillo de la pantalla del celular me provocó un leve dolor de cabeza. Eran las 03:03 de la madrugada. Sentí mi cuerpo transpirando, tomé las pocas gotas de agua que quedaban en mi botella rosa y me saqué el buzo. Ví mis brazos, aún a oscuras notaba como iban cicatrizando. Estiré mis piernas y oí el ruido de un golpe metálico. Levanté esa caja, esta vez abriéndose con facilidad, no se veía en su interior pero conocía más que nadie lo que había. En ese momento recordé a Martina, eso provocó que me detenga y volví a acostarme a entretenerme con el celular, hasta que volví a caer en el sueño.
Me desperté totalmente desorientada, como si hubiera dormido un día entero. Salí de mi habitación y me encontré con mamá recostada en el sofá, mirando una de sus series de no sé cuántas temporadas.
—Mirá quién por fin se levantó —bromeó, luego reposó sus ojos en la remera que me había regalado Anita—. ¿Te quedó muy bien, no? en la olla tenes el almuerzo.
—No tengo mucha hambre la verdad.
—¿Y la escuela? no podes seguir faltando.
—Solo por hoy, después no falto más.
Se quedó casi un minuto embobada mirando la televisión, seguramente sin prestar atención a lo que pasaba en la serie.
—Está bien Clara, cualquier cosa que pase me llamas —tomó el control remoto y apagó—. Me voy a dormir un rato antes de ir a laburar.
Cargué de agua mi botella y me llevé un paquete de galletitas a mi pieza. Recién ahí revisé mi celular, tenía varios mensajes de Anita sin contestar pero ni siquiera quise abrirlos. Lo que sí acaparó mi atención fue un mensaje de su mamá, donde al final mencionaba que pase cerca de las cinco de la tarde. Aún quedaba más de una hora, aproveché a pegarme una ducha en la que tuve que salir a las apuradas porque mamá ya se iba al trabajo. Me vestí con casi lo mismo que antes, tomé un poco de plata por si las dudas y salí a la calle.
Mis manos temblaban cuando presioné el timbre, una sensación de pánico me transportaba la mente hacía ese recuerdo. Unos segundos después salió un cliente y me encontré cara a cara con la mamá de Ana.
—¡Clara! justo abrí hace un ratito, vení pasá —hizo un gesto con sus brazos para que entre y me miró con sorpresa—. Esa es la que te regaló Ani, te queda muy linda, pero esa cantante…
—Sí, hace cuatro años que desapareció, del mismo modo que Martina.
Fuimos de nuevo al fondo del almacén, en la cocina. Daniela se veía muy ojerosa, encargarse del negocio ella sola le sobrecargó los días, si no recuerdo mal trabaja en un tipo de bar por las noches.
—¿Un tecito?
—Agua está bien.
—Ana tampoco fue a la escuela hoy —mencionó, buscando que le cuente algo—. Apenas la vi un rato antes de venir.
—Bueno, discutimos ayer —se me escapó, no quería hablar sobre eso.
—Seguro se van a arreglar, así fue siempre..
—No sé Daniela, yo siempre lo arruino todo —me quedé petrificada viendo mi reflejo en el vaso de agua.
—La verdad es que te pareces un poco a ella.
—¿A Anita?
—No —inhaló con fuerza—. A Martina.
—Espero no terminar igual que ella.
—¿Te preocupa eso?
—Creo.
Nos quedamos calladas un largo rato hasta terminar nuestras bebidas.
—Clara, seguramente sepas que Anita está para escucharte en lo que sea, pero si sentis que no queres hablarle de ciertas cosas podes contar conmigo.
—Gracias, Daniela ¿Entonces mañana empiezo a trabajar?
—Sí, entrarías a las 08:00, como te dije por mensaje.
Mamá aún no regresó a casa. Aproveché mi tiempo a solas para escuchar música en los parlantes, la voz de ella siempre me sacaba de cualquier pensamiento oscuro. Hace cuatro años sentí mucho dolor por su desaparición, era una chica apenas mayor que yo, y muy talentosa. Sé que mientras siga reproduciendo sus canciones seguirá existiendo ¿Y Martina? ¿Cómo podría evitarse que la olviden? Mañana yo voy a estar en su último trabajo, para los clientes solo será un simple cambió de empleada ¿A mí también me olvidaran?
—¿Clara, puedo pasar? —escuché golpear la puerta de mi pieza.
—¡Ya voy! —me apresuré en apagar la música y esconder las cajas antes de abrirle—. Hola mamá.
—¿Cómo estás hija? La mamá de Anita me contó que mañana empezas a trabajar ahí.
—Sí… es que ella necesita ayuda, no puede sola.
—Está bien, solo acordate de ir a la escuela también —dio un vistazo hacía el interior de mi habitación—. No me respondiste ¿Estás bien?
—Sí mamá, estoy mejor.
Lamentablemente tuve que seguir decepcionando a mi madre. Levantarse temprano para estar un par de horas parada atendiendo clientes molestos descargaba la poca energía que tenía, ya no me quedaban ganas de ir a la escuela. Creía que concentrarse en el trabajo iba a ayudarme a despejar mi cabeza, aunque resultó todo lo contrario, sentí que me acercaba cada vez más a lo que vivió Martina.
También decepcioné a Anita, siempre lo hice. Ella me continuó mandando mensajes durante varios días, hasta que parece que se rindió. Yo estuve más de quince minutos escribiendole un texto, para al final borrarlo todo. Si me encontrara con ella ahora mismo no tendría valor para mirarla y pedirle disculpas, ya no lo merezco. Aunque esa vez fue un error, todo lo que hice después fue totalmente culpa mía. Ya pasó una semana de esa noche, en mi cumpleaños, donde me volví a decepcionar a mí misma. Por lo menos ya no tendrán que preocuparse por mí, no necesitan seguir cuidándome ni pendientes a lo que esté haciendo, Daniela pronto encontrará otra chica seguramente más apta que yo. Tampoco tendré que seguir ocultando nada, evitando que se horroricen al verme por dentro. Ya pensé muchas veces en este momento, desde que cumplí doce años, antes era más felíz y todo sonreía a mi alrededor. Así que ahora…
—¡Clara!... hija qué pasa —entró bruscamente en mi habitación, que creí haberla cerrado con llave.
—Mamá… —la miré a los ojos devastada, dejando salir un grito acompañado del llanto—. Mamá… no estoy bien, no lo estoy.
La caja metálica con pastillas se estrelló contra el suelo, junto al objeto filoso que rebotó hasta los pies de mamá. Ella me contuvo en un abrazo que nunca supe que necesitaba tanto.
—Hija, tranquila, estamos para acompañarte. Anita me dijo que también quiere verte.
—Perdón mamá perdón por todo, de verdad no sé qué me pasa —sollozaba sin detenerme.
—No tenes que disculparte, Clara. Me alegra haber llegado, no debes tener miedo de que te veamos así.
—No podía más, mamá. Soy débil.
—Hija, mostrarse frágil no es una debilidad. Buscaremos ayuda juntas.
Esta vez se evitó. Mamá y Anita apaciguaron momentáneamente el desorden que había en mí. Lamentablemente, como Martina, hay otras personas que tuvieron otro destino. En unos meses voy a cumplir dieciocho, no sé qué es lo que ocurrirá entonces, lo que sé es que no estaré sola nunca más.
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