Que placer me dan los domingos a la mañana, solo eso, existir un domingo a la mañana, aunque el 70% de los mismos me debata entre una resaca horrible y las malas decisiones tomadas del día anterior, para mi no existe momento más solitario y mas lindo.
La calle casi vacia, el sólcito que pega en la cara y una musica tranqui sonando en los auriculares mientras camino lo más lento que puedo hasta la casa de pastas en la que mi familia compro toda la vida, Natale.
_ 4 planchas de ravioles de ricota, le digo a Nilda
_ Algo más?
_ No, gracias
Mientras le pone harina a cada caja me explica, como me explica todos los domingos que tengo que tirarlos con agua bien hirviendo y cuando pasen 8 minutos, los saque con espumadera. Me da ternura que no se acuerde de mí o que me piense tan boluda como para no saber hacer unos ravioles, pero yo la dejo explicar las instrucciones básicas de cómo hacerlos y asiento con la cabeza mientras sonrio a forma de chiste y queriendo crear una complicidad que no existe entre nosotras le digo:
_ tendrían que ponerlo en la caja
_ que cosa? Me dice Nilda
_ Eso, lo del agua hirviendo y sacarlos con espumadera
_ Y para que se lo vamos a poner si te lo estoy diciendo yo?…me dice con toda la razón del mundo.
Cuando estoy esperando para pagar veo la caramelera. Me paro al lado, cerquita y miro como pidiendo permiso a un mayor que no estaporque ya tengo 33 y no tengo que pedir permiso para casi nada.
Le doy a Nilda la tarjeta de débito y se ofusca, no le gusta usar el aparatito de las tarjetas y la entiendo, le pido perdón como si fuera una maestra pero no tenía efectivo encima.
Sigo esperando observando los 3 palitos de la selva dentro de la caramelera, tristes pero resistiendo como todos, agarro uno, rápido como a escondidas, mientras Nilda lucha con la tarjeta y el aparato, se da cuenta del movimiento raro y veloz; y me mira por sobre sus anteojos, me clava una sonrisa, sonrisa falsa, se rie con la boca pero no con los ojos, yo se lo que piensa: “los caramelos son para los nenes, no para boludos de 30 años”.
Pero no me importa porque no me acuerdo cuando fue la última vez que comí un palito de la selva y le devuelvo una sonrisa pícara que no encuentro de vuelta.
Caminando por la avenida por Sarmiento lo abro de forma torpe y me lo meto en la boca como si alguien me lo fuera a robar, todavía quedan restos de papel en el caramelo, pero la ansiedad de probar un pedacito de niñez de nuevo es más fuerte, comer un palito de la selva de desayuno, la envidia de cualquier niñx. Casi me lo trago entero y me ahogo pero cuando logré sacarlo de la garganta con una tos torpe y meterlo en la boca, primero lo saboree, a la primer mordida estaba bastante duro, paseaba por toda la boca y yo trataba de revivirlo con saliva, cuando por fin lo pude aflojar se me pegó en el paladar, intente sacarlo con la lengua, pero se pegaba más, mientras me ganaba las miradas de extraños que me pasaban por al lado, logré desencajarlo metiéndo un dedo y rascando con la uña. Seguia intentando reanimar el sabor si es que había alguno, ese sabor en mi recuerdo, en mí memoria, pero no era lo mismo, no lo pude tragar, con gran tristeza decido terminar con esta fantasía, le doy el último mordisco, abro la boca y acerco mi mano para poder escupirlo, me lleve una sorpresa cuando lo que me encontre fue el último arreglo de mi muela siendo abrazado por el palito de la selva, como resultado me quedaba un agujero en la boca y en el corazón. No me puse mal porque el arreglo me iba a salir una fortuna sino porque Nilda tenia razón, los caramelos no son para los boludos de 30.
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