La nostalgia no me golpea la puerta. Entra.
Así, sin permiso, se sienta conmigo mientras intento vivir.
Me muestra escenas, lugares, rostros, todos atrapados en un tiempo al que no puedo volver.
Y lo peor es que los hace brillar, como si el pasado hubiera sido perfecto. Como si yo hubiera sido feliz, sin saberlo.
Me enseña un atardecer que no termina, me dice “mirá, eso era tuyo”. Y me lo creo, hasta que recuerdo que ya no existe ese cielo.
Que el lugar cambió.
Que la gente cambió.
Que yo cambié.
Camino por calles que antes me llenaban de alegría, veo casas, plazas, escuelas, esquinas…
todo igual, pero distinto, como si algo se hubiera roto en el aire, como si fuera yo la que está de más.
Las personas que alguna vez fueron hogar, hoy son nada.
Casi ni me recuerdan, y lo que más duele no es eso… es que yo todavía las recuerdo con ternura.
La nostalgia me agarra cuando estoy viva, cuando estoy sonriendo, cuando creo que ya pasó. Y entonces, me quiebra. Porque me hace mirar atrás, sabiendo que se puede volver.
Sabiendo que lo único que puedo hacer
es extrañar.
Me repite cosas que ya sé: que perdí, que solté, que se fueron. Me martilla la cabeza.
Me llena de culpas por lo que no hice, por lo que no dije, por lo que ya no puede repetirse.
La nostalgia no quiere que sane, quiere que me quede ahí: congelada, temblando, mirando un pasado que brilla más de lo que fue y olvidando que, el presente también puede doler… pero está vivo.
Our picks
Become a supporter of quaderno
Support this independent project and get exclusive benefits.
Start writing today on quaderno
We value quality, authenticity and diversity of voices.
Comments
There are no comments yet, be the first!
You must be logged in to comment
Log in