Local bailable

Estaba recostada sobre la pared, con los brazos cruzados, sintiendo frío por una campera que no abrigaba nada.

Caminó delante de mí y mis amigas un grupo de chicos. Sin previo aviso, uno de ellos se despegó.

Cuando se me acercó como un rayo, poniendo una mano en mi campera y brazo izquierdo, inclinando un poco su cuerpo y cara hacia el mío, lo primero que hice fue moverme a un costado (a la izquierda) y correrle la cara (la mía). Creí por un segundo que me iba a encajar un beso.

Cuando volví a mirarlo, me preguntó algo poniendo su boca al lado de mi oreja, custodiada por una de sus manos. Hablaba casi gritando para que lo escuchara por encima de la música.

Me estaba preguntando algo y yo no lo entendía. Miró a mi amiga y se acercó a hacerle la misma pregunta mientras yo miraba desconcertada. Ella tampoco lo entendió. Volvió a dirigirse a mi.

Entre toda esa situación mi pensamiento principal se había disipado y en su lugar pensaba, no solo en lo me me decía, sino en su mano cálida apoyada en mi campera fría, en su otra mano que apenas rozaba mi pelo, en su agradable perfume y en el aire caliente que sentía mientras hablaba.

Solo al tercer intento lo entendí: preguntaba donde estaba la barra llamada de no sé qué forma. Intenté comunicarle a mi amiga lo que decía porque era la primera vez que iba a ese boliche (a un boliche en general). Parecía que el pibe me había visto cara de que iba a tener la respuesta (qué sé yo, seguro que no).

El pibe le volvió a preguntar y ella también lo entendió. Le indicó con el dedo hacia una dirección. Él avanzó unos pasos en ese sentido, volvió, le dijo algo y ella, sin entender ninguna de sus palabras, le contesto cualquier cosa.

El chico de retiró a su tan deseada barra llamada de qué sé yo que forma.