Hay algo que me sucede cada vez que termino una novela romántica, me quedo con una mezcla rara de melancolía y deseo. Como si algo se hubiera despertado y, al mismo tiempo, algo se hubiera ido. Una sensación agridulce que no sé bien cómo nombrar, pero que aparece siempre. Ese anhelo silencioso de vivir algo así, de sentirme amada y querida como ese personaje. De encontrar, aunque sea por un instante, una historia que se escriba con la misma intensidad.
Y sé que no soy la única.
Hay quienes leen romance para descansar la cabeza, para alejarse del ruido del mundo, para encontrar refugio. Pero hay también quienes, como yo, se quedan enredados en los vínculos que las historias narran. No solo por lo que ocurre entre los personajes, sino por lo que eso despierta en nosotros. Por lo que nos deja resonando dentro nuestro. Leer sobre el amor, cuando está bien contado, cuando está lleno de matices y de deseo, nos hace recordar que eso también es posible. Que, incluso cuando no lo estemos viviendo, podríamos.
Las novelas románticas a veces cargan con el estigma de lo superficial, como si hablar del amor fuera hablar de algo menor. Como sí lo emocional no fuera también político, profundo, incómodo. Como si no nos pasara nada mientras leemos. Pero no es cierto. El amor que se construye en los libros de romance no siempre es perfecto. Y, cuando lo es, es justamente eso lo que incomoda, esa perfección que no encontramos en lo cotidiano, esa entrega que parece tan fácil en la ficción pero tan esquiva en la vida real.
Y entonces aparece la comparación, sin querer empezamos a medir las relaciones reales con la vara de lo que leímos. Y no porque no sepamos que es ficción, sino porque hay algo del orden de la emoción que sí sentimos verdadero. Lo que buscamos no es un príncipe ni un final feliz con fuegos artificiales, lo que buscamos es la mirada atenta, el deseo recíproco, la conversación nocturna que parece durar toda la vida. El gesto chiquito que tiene un mundo detrás. Lo que buscamos es sentirnos elegidos, como ese personaje se siente en la página 227, cuando se da cuenta que realmente está enamorada. Lo que buscamos, en el fondo, es ser parte de una historia donde el amor sea posible.
Y sin embargo, el amor real es otra cosa. No siempre tiene soundtrack ni resolución clara, no siempre hay declaraciones épicas ni gestos cinematográficos, pero tal vez tampoco hace falta. Leer romance no es para copiar las historias, sino para recordarnos que podemos construir las nuestras. Con otras palabras, con otros gestos, con otros ritmos. Puede ser que ese deseo de “un amor como en los libros” no sea tanto una trampa, sino una brújula. Una manera de reconocer lo que nos gustaría sentir, y atrevernos a buscarlo.
Porque leer este género también es una forma de esperanza. Un acto de fe en que lo bueno puede pasar. Un modo de sostenernos mientras el amor real llega, o mientras lo cuidamos cuando ya está. Es una manera de seguir creyendo, incluso cuando el afuera se pone gris.
A veces leo historias de romance para escaparme pero muchas otras lo hago para recordarme que todavía puedo vivir y sentir todo eso, que todavía quiero sentir todo eso. Que no me da vergüenza desearlo, que no me parece poco, que buscar una relación con conexión, ternura y deseo no es ingenuo, ni exagerado, ni cursi.
Y mientras tanto, sigo leyendo, sigo marcando escenas, subrayando frases, imaginando finales. Sigo encontrando, en cada historia, un pedacito de lo que me gustaría construir, porque leer romance es, también, un modo de escribirnos.
Hace poco terminé First-Time Caller, de B.K. Borison, y me pasó eso otra vez. Eso de cerrar el libro y quedarme quieta mirando un punto fijo, pensando, imaginando, sintiendo. La historia es simple y hermosa: la hija de una madre soltera llama por accidente a un programa de radio conducido por un experto en amor que ya no cree en el amor. Lo que empieza como una charla al aire se convierte en algo más: en una conexión de esas que se dan despacito, con palabras, con silencios, con ternura.
Lo leí en dos noches, no porque tenga un ritmo frenético, sino porque necesitaba saber si eso que se insinuaba iba a florecer. Necesitaba creer que todavía es posible que alguien escuche del otro lado, sin juzgar. Que alguien quiera conocerte no a pesar de tu historia, sino a través de ella.
Si alguna vez te preguntaste cómo sería vivir una historia de amor que empieza en la voz, que se construye desde la escucha y no desde la apariencia, este libro es para vos. Y si estás en esa etapa donde querés sentirte vista, elegida, buscada, también.
Tal vez por eso leemos romance, para recordar cómo suena el amor cuando todavía no tiene forma, pero ya tiene dirección.
¡Hasta la proxima!
Gracias por llegar hasta el final de esta primera entrega.
"Subrayado al margen" nace como un espacio para detenernos en lo que no siempre se dice en voz alta.
Cada semana, vas a recibir una historia, una reflexión, una de esas frases que no pudiste no subrayar.
Algo que quede latiendo, aunque cierres el libro.
-Euge

Subrayado al margen
Subrayado al margen llega cada semana con lo que quedó flotando entre lo que leí y lo que sentí.
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