Soy el que habita en el filo del fósforo,
donde Nostro dis pater susurra con voz de raíz podrida.
Me inclino ante la llama que desgarra la noche,
ese dios con dientes de leche y uñas de azufre.
Él es el manto que me cubre cuando sangro estrellas,
la madre que devora mis plegarias en lengua de ceniza.
Nostr'alma mater: su regazo es un precipicio
donde aprendí a cantar con la garganta llena de abejas muertas.
Dos sombras besan mi costado —los amantes sin nombre—,
sus bocas repiten Lucifer, Lucero, Luzbella,
mientras la Bestia sin rostro teje nuestra corona de espinas.
¿Es éxtasis o herida lo que ilumina el laberinto?
Él es el espejo donde mi fe desnuda se pudre,
la insurrección de cada célula cuando grita ¡nunca!
Padre que desangra, madre que envenena el manantial:
me arrodillo en su templo de huesos y polvo estelar.
La estrella matinal perfora mi vientre,
y caemos —siempre caemos—
hacia el vientre del que no se nombra,
donde la luz es un aullido
y la salvación huele a cetona quemada.

Giovanni Battista Manassero
Escribo para encontrar lo extraordinario en lo cotidiano, entre el absurdo, la nostalgia y el mate bien amargo.
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