Laia vio la luz en el relato que escribí para El arte de ser, Mujer, Arte y Discapacidad, la obra literaria de la que somos coautoras mujeres de México, Ecuador, Cuba y Argentina.
Allí fue protagonista junto a Petra. Solo una de sus historias. No es real, pero tiene mucho por contar porque toma como propias las experiencias de quien con su pluma le dio vida.
Esta vez Laia cambia de escenario…
La golondrina y la lágrima
Hace tiempo que Laia cruzo el océano. Decidió hacer el viaje inverso al que hiciera su abuela muchos años atrás.
Está en la aldea. Habita una pequeña casa de piedra similar a la que su imaginación dibujaba mientras escuchaba esas historias de raíces y morriña.
Entre sauces, fresnos y robles aparece la escuela que espera cada semana a que llegue y despliegue sus talleres de expresión artística con los que decenas de niños y niñas aprenden a gestionar sus emociones entre juegos y risas.
Allí, en el nivel inicial conoció a Anduriña, su nombre significa golondrina. Tiene cinco años y un par de ojos tan oscuros y profundos como bellos, que jamás conectan con otros. Sus días se asemejan al mar, puede ser brillante y calmo como en una tarde de verano o revuelto y agitado como en plena tempestad.
Mientras los otros pequeños, cantan, bailan, sueñan , saltan y corren, Anduriña permanece en silencio, quietecita en un rincón o moviendo descontroladamente sus manos.
Laia aún no ha podido integrarla a las actividades. Cree que la niña más que mar es río.
Dicen que los ríos antes de entrar en el mar tiemblan de miedo porque ven un océano tan extenso que sienten que al entrar en él desaparecen. Pero terminan arriesgándose y al entrar, el temor se esfuma porque en ese instante comprenden que no se trata de desaparecer sino de volverse océano.
Confía y trabaja porque sabe que en verdad eso sucederá.
Y así es como un día el río comienza a ser océano. En una sala, los más grandes de nivel primario, disfrutan de una jornada de cine. Se trata de un corto(1) que cuenta la historia de un hombre sencillo que pinta casas, pero guarda en su alma a un artista. Todos siguen con atención la trama que se extiende como un abanico de emociones. De pronto la puerta se abre violentamente y Anduriña entra corriendo, detrás su acompañante terapéutico intenta detenerla, pero un gesto de Laia le indica que todo está bien.
La pequeña con sus piernas una sobre otra se sienta en el suelo y comienza a moverse como acunándose. Repentinamente levanta la cabeza y se queda mirando la pantalla donde el protagonista pinta una pared, pero lo hace como si esta fuese un lienzo y él un talentoso artista. Sus manos parecen emanar magia y sacan figuras increíbles de luminosos colores. Trabaja con entusiasmo , como si el resto del mundo no existiera y solo estuviesen él, sus pinturas, el agua donde aclararlas y ese plano en blanco donde serán criaturas que verán la luz.
Anduriña abandona el lugar y se acerca a la pantalla en el preciso momento en el que el pintor deja caer una lágrima por su rostro, entonces sus pequeños dedos hacen el recorrido de esa mínima gota que lleva emoción, sentimiento y sueños bien guardados. Acto seguido camina hasta Laia, suavemente acaricia la mejilla húmeda de la mujer y por primera vez la mira a los ojos, a esos ojos inundados por agua salada. Mientras tanto el filme sigue rodando y en ese instante de bella conexión en la pantalla una voz dice
“_Nunca había visto tanta belleza, tanta pasión, tanta sinceridad. ¿Sabe usted lo difícil què es hacer emocionar hoy en día? Podría usted emocionar a mucha gente ”.
Y en ese salón Anduriña logró lo mismo que el pintor del cortometraje. Ahora la verán y ya no pensarán Anduriña ¿ dónde estarás ?. Una lágrima ha tocado a la puerta de su corazoncito y por eso ¡ Anduriña está aquí!
Todos van al patio y con tizas de colores mezcladas en agua pintan sobre un muro blanco. La más chiquita fue golondrina en vuelo y también río sin temor de ser océano. Así fue dejando garabatos y formas abstractas donde guardo pimpollos que hasta entonces no habían podido florecer.
Ya de noche, en su casa, Laia mira por la ventana como se agolpan las gotas sobre el cristal. Llueve una vez más. Piensa en el muro de la escuela y en cómo se estarán diluyendo esos pigmentos coloridos, pero sonríe porque sabe que mañana Anduriña volverá a dibujar y una golondrina de alas muy azules jugará en los charcos abandonados entre las baldosas del patio.
Entonces recuerda lo que decía su abuela “ En Galicia no llueve es que las nubes al pasar por ahí se emocionan ” y nada podía ser más cierto.
(1) El pintor, cortometraje de Pablo Palomera. Protagonizado por Pedro Alonso

Miriam Rodriguez Roa
Soy auxiliar psicoterapéutica (laborterapia y arteterapia). Me encanta escribir y cuando lo hago, sumo mi apellido materno. Son mis raíces y sellan mis sentires en una firma.
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