Más me amaste de lo que yo misma podía soportar, y en respuesta te alejé.
Me mirabas con una ternura que me resultaba insoportable,
como si tus ojos supieran algo de mí que yo no quería reconocer.
Y así, en lugar de acoger ese afecto,
me convertí en espinas y te abracé,
esperando que el dolor te hiciera desistir
antes de que te hundieras en mi propia miseria.
Te empujé al límite de tu paciencia,
probando hasta dónde llegaría tu amor
antes de quebrarse.
Desconfiada, al ataque,
como si estuviera esperando que, en algún momento,
te cansaras y te marcharas por tu cuenta.
No podía permitirme ser el refugio de nadie,
no cuando mis propias tormentas
ya habían destruido tanto.
Elegí el orgullo porque conocía mi propio desastre,
sabía de qué estaban hechas mis manos
y el daño que podían causar
a quien se atrevía a sostenerlas.
Preferí mantenerte a raya
antes que verte caer por querer salvarme.
No eras tú el que debía soportar el peso
de un amor que a veces parecía más una batalla.
No quise que terminaras siendo mártir de mi caos,
ni que tus días se vieran atrapados
en el vaivén de mis inseguridades.
Porque donde otros sembraban calma,
yo solo dejaba marcas y cicatrices
que no podía reparar.
Y entendí que, aunque quisieras quedarte,
mi naturaleza era alejarte.
Así que me aparté, no por falta de amor, sino por miedo a arrastrarte conmigo.
Y en cada intento de acercarte,
yo retrocedía un paso más,
porque sabía que al final
mi desastre terminaría por alcanzarte.
Preferí verte a lo lejos, reconstruyendo lo que yo misma había quebrado,
aunque eso significara cargar con el peso
de saber que fui yo quien eligió la distancia.
Our picks
Start writing today on quaderno
We value quality, authenticity and diversity of voices.
Comments
There are no comments yet, be the first!
You must be logged in to comment
Log in