Una ceniza cae, me ensucia la rodilla.
Vos, ya sos poco.
Un huésped, una paloma con forma de rosa,
quise tocar la cruz de la tumba que se veía desde el balcón.
Aplasté las horas de la resaca, tu mano negra sobre mis pómulos.
Todo es fantasía hasta que desaparece el deseo.
¿Cuánto dura el abrazo?
Me senté en el borde de la cama,
estiré el cuello, conté hasta más de cincuenta. Seguías ahí,
pero no me acuesto encima tuyo,
sos una sábana de mil hilos, el espacio que se abre entre las ganas de
quererlo todo y arruinarlo para siempre.
¿Fue la noche más hermosa de mi vida?
Pero nunca me dijiste que te ibas, que dejabas la cámara,
el estilo. No se terminaron de curar las articulaciones,
el choque entre dientes.
No conozco tu ternura, ni la forma en la que suave,
me abrazas para que me convierta en animal.
No sé en qué momento,
la ciudad empezó a dejar de querernos.
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