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    Hasta que olvide recordarte

    Nina

    Jun 6, 2025

    44
    Hasta que olvide recordarte
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    Considero que la memoria está ligada, de alguna manera, al alma y toda esta teoría comenzó

    a gestarse después de leer las etimologías de las palabras memoria y recordar. Memoria

    proviene de la palabra en latín “memor” que significa “el que recuerda”, mientras que

    recordar en latín es “recordari” que en resumen significa “volver a pasar por el corazón”.

    Ambos términos me llevaron a preguntarme muchas cosas, ¿hay alguien que no recuerda?

    ¿Cómo es que los recuerdos pasan por el corazón? ¿Es el corazón un anexo directo al alma?

    Inmediatamente mi mente me trasladó a una escena que presencié hace unos años atrás, en

    este mismo living, con estas mismas manchas de humedad, solo que ahora el tiempo las ha

    expandido por todas partes y el lugar, de alguna forma, se ha vuelto más frío y silencioso.

    Me recuerdo sentada frente a la televisión y a ellos tomados de las manos. La imagen es tan

    nítida que aún hace que me escuecen los ojos a pesar de los años que pasaron. Recuerdo sus

    manos arrugadas entrelazadas y el brillo de sus alianzas que relucían gracias al rayo de luz

    que se colaba por la ventana aquel cuatro de abril.

    “No quiero olvidarte”, había susurrado ella. Él simplemente le sostuvo la mano en silencio y

    así ocurría cada vez que ella sentía la necesidad de mencionar su más grande temor: olvidar.

    Suelen decir que el amor lo vence todo, hasta las peores batallas. Podría refutarles y decirles

    que no, pero sería mi lado mezquino y ponzoñoso el que hablaría porque realmente cuando

    uno ama hace hasta lo imposible para simplemente ver sonreír al ser amado. Para mí no hay

    acto de amor más grande que enamorar a una persona cada día, recordarle quién es y cuáles

    son sus deseos. Ser el capitán de los recuerdos de otra persona es un arduo trabajo que solo

    los valientes son capaces de enfrentar, como navegar contra una corriente furiosa, es el

    hundimiento de un navío que ya tiene pactado su destino, pero los valientes siguen luchando

    porque su ser amado susurra “no quiero olvidarte...”.

    Ella tenía miedo a olvidarlo porque eso significaría que una parte importante de su vida se

    perdería para siempre. No quería olvidarlo, pero sabía que tarde o temprano lo haría, y él

    estaría dispuesto a luchar contra la corriente para simplemente tener más tiempo.

    Todas las mañanas se levantaba, preparaba el desayuno para ambos y juntos se sentaban a

    recordar el tiempo vivido.

    —Te acordás, viejita, ¿cómo nos conocimos?

    Ella se limitó a observarlo. Vio que los años habían hecho estragos en su piel, pero detrás de

    las arrugas y las manchas marrón claro de la vejez, todavía estaban aquellos ojos pardos y

    esa sonrisa de buen mozo que la había conquistado.

    —¿Y la primera vez que te besé? —preguntó con una expresión pensativa en su rostro.

    —No, yo te besé porque resultaste bastante tortuga.

    Cada mañana, cada tarde y noche se hacían preguntas, se leían las cartas que con puño y letra

    se habían mandado cada vez que estaban distanciados. También, cada foto y regalo fueron

    desempolvados porque se trataba de eso, de quitar el polvo a los recuerdos hasta que el

    tiempo, tan tirano y avaro, se llevase todo, hasta las telarañas.

    Mi momento favorito fue una mañana en la que me despertaron con una melodía lenta que

    provenía del living. Al llegar, los encontré bailando en el medio de la habitación. Ella

    descansaba su cabeza en el pecho de él mientras bailaban al compás del piano con los ojos

    cerrados. Me senté en el suelo a observarlos. Ella tenía un vestido celeste que le llegaba hasta

    las rodillas y se movía mientras giraba entre los brazos de él. Todavía tengo impregnada su

    fragancia y el sonido de su risa en mi mente, risa que solo él podía evocar. Se miraron a los

    ojos y pude ver la tristeza de ella en la mirada.

    —Tengo miedo a olvidarte —murmuró con la voz quebrada. Sus ojos se empañaron de

    lágrimas que pronto iban a deslizarse por su rostro—. A perderte, a perderme... —Sus manos

    arrugadas acariciaron el rostro de él—. A perdernos.

    Él no dijo nada, sus ojos también se habían empañados. Dejó que ella volviera a recostar la

    cabeza en su pecho y mientras cerraba los ojos, él se permitió derramar una sola gota

    cristalina. Nada más, solo una y luego besó su sien con tanto sentimiento que siempre creí

    que con ese gesto estaba diciéndole que jamás la dejaría sola, que se aferraría a ella hasta que

    su alma dijera basta.

    —Si te pierdo o si ambos nos perdemos, te aseguro, viejita, que te buscaré hasta en mis

    sueños —susurró con tanta dulzura y sentimiento que no recuerdo con exactitud, pero tengo

    la sensación de que yo también derramé lágrimas mientras los observaba.

    Y así, es preciso concluir que la memoria es lo único verdaderamente valioso que puede

    llegar a tener el ser humano. Un hombre sin memoria, es un hombre sin vida, así como las

    abejas no son nada sin las flores y viceversa. Y cuando ese fatídico día llegue, como le llegó

    a la viejita y poco tiempo después al viejito porque, sus palabras textuales fueron: “no tolero

    un segundo más apartado de ella, de mi viejita”. Créeme, cuando ese día llegue, el ser humano

    perderá su esencia porque no es nada sin memoria. He aprendido que no hay que temerles a

    los recuerdos, ni mucho menos al pasado, sino a la posibilidad de que esos recuerdos se

    esfumen y de perder mi alma cuando la última imagen de mi mente se vaya para siempre, así

    como a la viejita le ocurrió una noche en el que no recordó quién era el hombre de ojos pardos

    que sostenía su mano.

    Llegué a la conclusión que no le tengo miedo a la muerte, sé que tarde o temprano llegará,

    pero mi mayor temor es vivir sin mis recuerdos porque sin memoria no hay corazón, lo que

    significaría que el alma se ha esfumado y sin ella, hay un vacío que quema por dentro, una

    pieza que falta y que es imposible reemplazar.

    Nina

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