Después de atravesar el largo camino, todas las tierras se unían en un mismo sentido. Habían descubierto cómo fortalecer su imperio, como entenderse por encima de todo, y de qué manera podrían estar a un paso gigantesco de alcanzar la cima que perdieron durante tanta penuria y errores pasados. Empezaron a organizarse, a comprender lo que el otro quería transmitir, y se veía un futuro brillante para aquella civilización. Fue durante todo este sueño, que los azotó la desgracia.
De un día para otro iban perdiendo la complejidad de entenderse, de comunicarse, de colaborar entre ellos. Ya las palabras no alcanzaban, cada paso que daban parecía entorpecer años de trabajo y esfuerzo. Dentro de los pasillos anchos, donde se sonreía la gente una con las otras, y compartían entre ellos cuentos y maravillas, ahora solo existía confusión. No tardaron mucho en empezar los conflictos, y los intereses separados, cada segundo alejaba más a la personas entre ellas. Pareciera que la creciente altura de Babel había enfurecido la divinidad que admiraban todos por igual.
Dentro de toda esta discordia, una voz se hizo a la luz. Cuando habían decidido todos abandonar el viaje y establecerse en un solo lugar, había un desentonante de toda esta realidad. Defendía que el camino debía proseguir; no fue escuchado. Cuando descubrieron la nueva herramienta que les daba el potencial para ser imparables, este único sujeto consideraba lo siguiente “vosotros alardearéis, pero el gran tiempo y lugar les demostrara que erráis”. Entonces partió, sentía que tenía un propósito más importante, más cercano a un mandato. No se esmero en corregir lo que sentía ya perdido, comprendía que tenía un camino más iluminado, que se valía de la verdad. Sin temer a dejar todo atrás, tanto familia como queridos, se aventura a buscar y cumplir con su promesa.
Pasaron los años, la discordia se armó en Babel. Ya no había nadie que pusiera un punto de inflexión. La sociedad se dividió en varias áreas, y los que trabajan más al bruto, decidieron llevar a cabo las indicaciones de los pocos que entienden, aunque ellos no supieran las indicaciones correctas. Todo se volvió precario, y no avanzaron por años, ya parecía todo perdido, y estaba a punto de dividirse aquella civilización que costó tanto alcanzar.
Mientras tanto, el nómada se dedicó a explorar nuevos rumbos. Conoció maravillas que lo esperaban fuera de todo lo que pensó conocer alguna vez, su camino se veía guiado y luminoso. Cada lugar que hallaba, era recibido de bienes y riquezas, pero, a pesar de eso, él no se dejó tentar por ninguna de estas maravillas, y reconoció así como en el pasado, que lo único que debía mantener en constante, era el recorrido. Aunque en cierto punto, no recordaba que fue lo que buscaba en primer lugar. Sabía solamente que su promesa era la verdad inquebrantable, aquella que no podía negar, la cual le daba un por qué a todo. Y veía todas estas maravillas como atajos para evitar el final, no se quería conformar con lo primero que lo deslumbraba, el quería algo más allá; las puertas del paraíso.
Con el pasar, mientras que en Babel las disputas no cesaban, y flagelaba toda paz; el viajante iba aprendiendo mas y mas sobre la vida, cada paso que daba parecía acercarse más a su tan deseado destino, pero sin embargo, una culpa inmensa le pesaba constantemente. No se sentía conforme sabiendo que las puertas de su aclamado cielo solo iban a ser abiertas para él; su familia y amigos quedarían fuera de ellas, y él en completa paz eterna. La idea de ser tan egoísta y no compartir su recorrido con el resto que alguna vez le abrió las puertas mortales le asqueaba al punto que sus ojos lagrimeaban por las noches al ver las estrellas.
Fue en una noche, donde el frío emite la pena más oscura, y el torrencial le arrebataba a bofetadas en la cara, donde tuvo su primer encuentro con el temor. Toda la idea de seguir parecía ya lejana, no encontraba lo que Dios había prometido. Grito al cielo “Seguí cada paso, escuche cada señal. Viaje donde ningún pie ha pisado. Y gire la vista a cada maravilla que me has presentado. Entregue la vida entera a tu propósito, solo al tuyo y de nadie más, y si hice eso toda mi vida, respóndeme entonces mi Dios: ¿Por qué me siento tan miserable?”. El cielo se llenaba de estruendos, pero para el peregrino solo era ruido. Lloro y grito con todas sus fuerzas, dicen las leyendas que su llanto se escuchó en todos los hemisferios, y que fue este el que hizo temblar la tierra. Se perdió en el cielo, sus ojos se tornaron grises, y en medio de su fe perdida, algo le dio color. Recordó a su querida madre, a su enferma hermana, a su pequeño hermano. Vio que su destino no estaba en esas tierras tan lejanas que él había llegado después de tantos años, por ende tomó la decisión de abandonar ese camino que lo llevó a la soledad, y recorrer toda la rienda de vuelta hacia el hogar que habían formado aquellos que dejó atrás. Esperando encontrar en su regreso, tal vez, el verdadero rumbo de su vida.
Sin embargo, a pesar de las falsas esperanzas del caminante, en Babel las cosas no iban bien. Ya la sociedad estaba cansada una de las otras. La cultura ya no se compartía, y los integrantes de aquella gigantesca torre que tan inspiradora fue, solo representaba tristeza y un fracaso más para la humanidad. Dios los había abandonado, los dejo a su merced. Muchos cuestionaron que esto sea obra suya, aseguraban que la culpa caía en ellos por acomplejar sus ideas, y recordaban aquel muchacho que hace tantos años decidió emprender el camino solo. Deseaban que al menos ese joven, sea el único que hubiera encontrado la paz consigo mismo y no tentara al destino a su merced.
Mientras aventuraba su regreso aquel ya adulto muchacho, reconoció como las maravillas que encontró en su camino de ida, habían sido corrompidas en su mente. Ya sus ojos no veían el mismo cielo, el mismo sol, las mismas nubes, ni los mismos árboles. Todo parecía haber perdido su chispa, y los senderos tan bien afortunados que pisó con anterioridad, sólo representaban el camino hacia la derrota esperando que alguien lo salve. Fueron tantos los años tantos de ida como de vuelta, que las canas empezaban a hacerse notar, y su barba se volvía energía frondosa en su barbilla, remarcando todos los rasgos masculinos que este había adaptado en su recorrido. Tomaron tormentas extendidas, y muchos momentos de hambre lo que decidieron que su cuerpo haya adelgazado al punto casi inexistente de su estado físico. Las ojeras le mantenían los ojos abiertos por la noche, y estaba tan falto de agua que sus párpados ya ni se dignaba a llorar.
Después de tanta agonía pasada, vislumbro de lejos un páramo lleno de carpas y ferias, una ciudad sumida en la riqueza pero corrompida por oscuridad. Como principal plano de esta secuencia, una gran torre que posaba como un gigante protector de la ciudad, a la cual asemejaba a aquellas montañas por las cuales trepó en su viaje. Sus ojos usaron sus últimos recursos de hidratación y este cayó rendido en la entrada de aquella ciudad, con una sonrisa amarga en su rostro; de felicidad por llegar, pero de penurias de a donde.
Fueron unos ciudadanos fronterizos que lo llevaron con alguien que lo asista. Le dieron comida y agua, y esperaron que este tomara conciencia de nuevo para preguntar de dónde había llegado. Cuando entro en si, solo miro boquiabierto la ropa que estas personas usaban, sabía que estaba en donde podría haber sido su hogar hace algunos años, pero desentonaba que los que allí se encontraban vestían distinto a como él los había despedido. Pero fue su mayor susto, escuchar las primeras palabras emitidas por estas personas, y escuchar que ellos no se comunicaban como él. Arremetió contra ellos con gritos, preguntando cómo se atreven a hablar una lengua no otorgada por su Dios. Pero capto al instante como estas personas no podían entender ni una sola palabra que salía de su boca. Tomó un respiro, y entendió algo completamente nuevo. Ellos no lo entendían, pero él perfectamente podía escucharlos con claridad, sabiendo toda palabra nueva que estos soltaban. Entendía sus exclamaciones, sus señales, inclusive lo que decían detrás de lo que decían. Les habló en su nuevo idioma, y ellos quedaron asombrados de lo que él les preguntaba acerca de aquella lengua que entonaban. La mujer que se encontraba al frente del grupo que lo recibía, le contó la historia de cómo fueron castigados por desobedecer egoísta y avariciosamente las palabras de dios, y ahora estaban destinados a nunca entenderse.
Algo se despertó en la cabeza del anciano, y entendió que ahí era donde debía estar. Viajó por la ciudad y escuchaba como los disturbios giraban por la falta de comunicación, e iba resolviendo los conflictos de las personas. Se ganó una gran popularidad apenas llegar, y al paso de los días, ya toda la ciudad había escuchado de aquella persona que entendía el idioma de todos. Él había comprendido en su despertar, que nunca fue castigado por Dios, ya que fue el único que cumplió con su propósito por tantos años, y tenía miedo de que pierda su facultad para comprender todo. Así que empezó un nuevo camino. Pidió a la gente que lo llevará hacia las puertas de la torre de Babel, y era ahí donde iba a hablar con sus obreros que nunca pararon sus obras. Cuando llegó se comunicó con ellos, y les dijo que a partir de ese momento él era el único capaz de estar a cargo, y debían escuchar atentamente su sabiduría del mundo exterior.
Regresó la armonía en Babel, ya todos tenían un intérprete que actuaba cuando había conflictos, y se sentían que este enviado de dios sería aquel que los deje terminar con su camino hacia el cielo. A su vez, el anciano había tomado la iniciativa de dejar la torre terminar, así podía llegar a las puertas del Edén por su cuenta.
El pueblo lo nombró como “El erudito de Babel”. Era el sabio mayor, y toda decisión por mínima que sea debía pasar por su consejo y oídos primero. Todos entregaban su buena fe a él, ya que lo consideraban el más cercano a dios, por ser el único multilenguas en la tierra. Pasaron los años con el mandato, fue cubierto de ofrendas, y tenía su propia habitación en el centro de la torre, con conexión a cualquier pasillo de esta. Su tarea era permanecer ahí y controlar a toda Babel desde sus aposentos.
Los primeros años de su tarea le hacían sentir completo, ya tenía un nuevo propósito. Hacer prosperar la humanidad tanto como para llegar hasta dios. Era el guía supremo. Todos lo alababan, y le daban el conocimiento de cada cultura que había nacido durante su ausencia. Ya no era más un triste hombre solitario que viajaba por el mundo sin ninguna rienda. Por primera vez en años, se sentía realizado con lo que hacía.
Pero no todo fue así por mucho tiempo.
No tardó la gente en utilizarlo por su propio bien. Cuando él estaba ahí para asegurarse que la paz prosperará, venían discípulos a pedirle el consejo y la aprobación para sentirse inseguros de sí mismos. Contaban sus problemas, y él tenía la obligación de escucharlos. Fueron años y años de notar toda la maldad que aportaba al ser humano, y como este no dejaba de pensar de forma egoísta por encima del otro, y aún más inaceptable, por encima del cuerpo y alma que les dio Dios. El punto más bajo de su tarea, fue cuando escuchó a un obrero de la torre agradecerle por darle la oportunidad de ser dueños del cielo tanto como Dios. Esas palabras destruyeron al anciano por completo. Mientras él pensaba llegar hasta arriba solo para encontrar el hogar de Dios y que este lo recibiera como su hijo, el interés de la humanidad era ponerse por igual al todopoderoso, y reclamar una tierra que no le pertenecía. De nuevo esa tarde, sus ojos se apagaron por completo.
Al día siguiente de la tragedia, pidió a los obreros el construir una ventana en su habitación para poder hablar con dios, bajo la orden de que todos debían alejarse por completo de su oración, ya que era un mensaje directo con el creador de todo. Por la noche, tuvo su charla con Dios, le otorgó un silencio largo en el que no pensó ni emitió una sola palabra. Fue entonces que entendió la respuesta que la vida le estaba dando. En ese mismo momento, dijo para sus adentros “Ya no estás ahí ni para mi ni para nadie”.
Al salir de su habitación busco al ciudadano más cercano, y le dio la orden de reunir a todo el pueblo para contemplar el último mensaje de dios. El muchacho se apuró en hacerle llegar el deseo del Erudito a todo el pueblo. Mientras este chico cumplía su tarea, el anciano subió a lo más alto de la torre que había llegado hasta ese momento. Sentía como los huesos le pesaban cada escalón que pasaba, pero se negó a recibir ayuda de nadie; dijo y solamente “Esta es mi última voluntad, no pueden ayudarme”.
Una vez en lo más alto, miro el cielo por última vez. Y mientras todo el pueblo esperaba que emitiera las palabras finales. El solo permaneció en silencio por un largo rato y sentenció “Soy tan culpable de esto como ustedes " Acto seguido, se lanzó desde la altura, hasta caer en su muerte.
Después de un profundo silencio y una luz enceguecedora. Abrió de ojo en ojo y encontró unas largas escaleras de un material que no existía con él en vida. Soltó una lágrima de respeto, y por primera vez en su vida, soltó su ceño fruncido, y se dignó a sonreír, mientras escuchaba los ángeles cantarle la bienvenida, lentamente subió hacia el portón que alguna vez su pueblo perdió.
Al perder a su profeta y sabio, Babel entró en una profunda melancolía. Y como si hubieran escuchado sus primeras palabras de la juventud, el pueblo se dispersó, y abandonaron aquella ciudad y su torre, para descubrir las maravillas por las cuales el Erudito había abandonado a su familia.
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