Cara de payaso y cuerpo de puta es lo que ellos puden leer de aquella mujer. El basurero social, la que entretiene. Atavíos atrevidos que son motivos de burlas y muecas obscenas.
Asesinos encubiertos en forma de amantes se le aproximan para dispararle a sus ilusiones. Muchos le han dicho que les fascina su carne y otros han hecho todo lo posible por cortarla en trozos de desdeño.
Que ángulo triste—chilla el elenco del circo detrás de las bambalinas. Los focos se abren para resaltar el cuerpo de puta que arrastra consigo. Una nariz que no encaja con la cara; la aman y la odian a la vez.
Un ligero movimiento dedos y caderas en círculo comienza a florecer del cuerpo de la payasa: ellos chiflan y ahora ella es una carne salpicada, repleta de saliva. Lo detesta: anhela el escape, pero bien es sabido que si deja de ser puta será payasa, de hecho, ya lo es, pero ellos no lo saben. El escenario es un circo: leones hambrientos y sedientos de placer, luces tenues en flúor, cerveza que fluye entre el calor de la sangre, paredes sudorosas y una presa dispuesta a romperse sólo para cautivar. El código moral de los aplausos puede ser bastante retorcido—pensó la mujer.
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