Se acercaba el verano y con eso más trabajo; por lo que uno de los chicos del grupo propuso que fuéramos un fin de semana a la playa para aprovechar el disfrute, porque luego en fecha de vacaciones escolares, las playas estarían llenas de familias.
Sacando cuentas de los gastos y los preparativos, acordamos hacer el viaje la semana siguiente al fin de mes, para así aprovechar el bono que nos daba la empresa cada año antes del verano.
Aunque no me sentía muy emocionado por el viaje, traté de no mostrar desganas y así parecer el aguafiestas. Para mí no iba a ser facil ya que, sufriendo de alopecia desde temprana edad, el sol hacía de las suyas en mi cuerpo cabelludo, provocando muy fuertes quemaduras y terribles dolores de cabeza...
De inmediato me apresure a llegar a la farmacia más cercana a mi apartamento y solicitar la ayuda de una de las farmaceutas que, muy solícita, colaboró siempre con una linda sonrisa...
Había un mueble inmenso y multicolorido, repleto de productos para combatir el sol, los mosquitos y cualquier otra cosa que uno mencionara. Por suerte la joven me ayudó a seleccionar entre tantos productos que apenas si variaban en uno o dos ingredientes, color o tamaño de la caja. Pero siempre con los mismo resultados...
Luego de mostrarme unos doce tubos de cremas protectoras contra el sol escojimos uno que, si bien tenía un factor bloqueador de rayos ultravioleta más alto, poseía además, entre sus componentes, productos hidratantes, lo que me ayudaría a no sufrir tanto, ya que igual al final, terminaría bronceandome mucho si no me acobijaba bajo alguna sombra.
Al llegar al apartamento, tome del armario de la sala, el bolso de viaje que tenía guardado en la parte superior, el cual, sin ton ni son, me cayó encima tumbandome al piso sin previo aviso. Había olvidado que justame unas semanas antes había guardado dentro unos tarros con monedas que debía llevar al banco a cambiar. Por suerte y para bien no sufrí ningún accidente de causa mayor, dejando como resultado nada más, un fuerte dolor de cabeza y un chichón apenas visible.
Ya en la mesa del comedor, saqué los tarros y los aparté, dejando en cambio el tubo de crema bloqueadora y un par de gorras que me llevaría por si acaso la crema no hacía bien su trabajo o el sol estaba demasiado fuerte...
No me había percatado que el ya el destino me estaba enviando señales.
Aquella noche, luego de la cena, hice algunas llamadas a los compañeros para conversar más sobre el viaje, mencionando que algunos querían llevar sus propios autos para mayor comodidad. Pensando también que era una buena idea, asentí y me despedí hasta el día siguiente, sintiendo las ansias del viaje.
Unos días después, ya en vísperas del fin de semana del viaje, durante el descanso en el trabajo, cuadramos algunas ideas sobre la comida que llevaríamos, expresando que no debíamos hacer grandes gastos ya que el tiempo de estadía sería poco y la mayor parte del mismo estaríamos en la playa, bañándonos.
De camino a casa mi auto comenzó a presentar unas fallas que antes no había tenido, unos ruidos en el motor, bote de humo gris por escape y el que me preocupó más, una baja de temperatura en el acondicionador de aire; solo de imaginarme el viaje a la playa con calor, me hacía transpirar como una esponja...
No quise llenarme de angustias por lo que decidí que al regreso del viaje, el mecánico se encargaría de todos esos desperfectos.
Los días transcurrieron tan rápidos como un parpadeo. La noche anterior al viaje cordamos encontrarnos en la estación de combustible que estaba en la salida a la autopista principal. Llenaríamos los tanques de gasolina y compraríamos lo que hiciera falta. Así en unanimidad, nos despedimos por ese día.
No había conducido por esa autopista en mi vida, en realidad por ninguna. Así que decimos aquella mañana que yo sería el último en la caravana, que los seguiría para no perderme.
Al principio todo iba bien. El escape no estaba botando tanto humo gris como los días anteriores, el motor no emitía ningún ruido y el acondicionador de aire funcionaba de maravillas... "No hay nada de qué preocuparme" pensé.
No soy un piloto de formula uno y por mi inexperiencia, conduje a una velocidad algo baja, muy baja si miraba los letreros de límite de velocidad... Uno minutos después había perdido de vista el último de los autos que debía seguir. Tome el teléfono para comunicarme y avisar de mi retraso pero no tenía seña alguna... "Si aceleró los alcanzo" pensé.
Fue el pensamiento lo que detonó una serie de situaciones que hicieron de esos días, una agonía en mi vida. Situaciones tan trágicas y a la vez tan hilarantes, que cuando las recordaba luego con mis compañeros, las expresiones en sus rostro y las carcajadas hacían que me sonrojara de vergüenza.
En el momento que hice presión en el acelerador ,un sonido metálico, como si hubiera colocado un juego de cubiertos en la licuadora, se escuchó fuertemente. Intenté orillarme en la carretera y ver que era lo que sucedía. Me estuve, y respirando profundamente para calmarme, baje del auto y abrí la cajuela del motor. Inmediatamente un chorro de aceite negro y espeso salió disparado hacia arriba, sumando a ello, la nobe de vapor que brotaba del radiador. Estaba nervioso. No supe que hacer en ese instante porque era la primera vez que me sucedía algo así y para colmo de males, no tenía experiencia en mecánica.
Luego de unos minutos y otros tantos intentos por comunicarme con mis compañeros, decidí esperar dentro del auto. "Cuando noten mi ausencia seguro alguno me dará auxilio"... Nada más lejos de la realidad. Casi dos horas estuve solo, sentado al volante, con la franela emparamada por el calor, con hambre y como toque final, con necesidad de usar un baño urgente.
Por suerte para mí, si se puede llamar así, un auto se detuvo a unos metros. Dos gentiles monjas se ofrecieron a llevarme al pueblo que estaba algo más adelante, dónde seguro encontraría algún mecánico o a mis compañeros.
No habían transcurrido unos cinco minutos cuando una de las monjas se volteó y me dijo, en un tono serio, pero muy apacible, que debía entregarles todo lo de valor que llevará encima. "Reloj, teléfono y dinero" me solicitó. "Nuestro señor Jesucristo lo pide para buenas causas". Les entregué todo y luego me dejaron en la orilla mientras por la ventanilla observaba la mano de una de ellas despidiéndose...
Un auto se detuvo uno minutos después. "Falta que me quiten la ropa" pensé mientras escuchaba mi nombre en un grito. Uno de mis compañeros al notar que no venía en la caravana, advirtió a los demás y se regresó para ubicarme, para darse cuenta que estaba allí, a un lado, con la cara empapada en sudor por el exceso de sol y calor.
Entre disgustos y risas, llegamos al sitio donde tenía mi auto, intacto para la buena fortuna. Con lo que tuvimos a mano, resolvimos el inconveniente y echamos a andar hasta llegar al apartamento que habíamos arrendado para ese fin de semana. luego de contar la comedia trajica del atraco, quedamos en disfrutar esos días y que luego nos preocupariamos por dar aviso a la policía, igual lo que se habían llevado no lo recuperaría más nunca.
Comimos unos sandwiches y bebimos unas cervezas, nos relajamos con anécdotas parecidas aunque siempre, la última frase era "pero dejarse robar por unas monjas es único".
Nos acostamos ya bien entrada la noche, ya agotados para decir verdad.
En la mañana siguiente, mientras todos dormían, decidí bajar a la piscina y darme un baño antes de irnos a la playa, a unos kilómetros de distancia.
Con el torso y la cabeza protegidos del sol me recosté en una de las esterillas ubicada frente a una de las escaleras de la piscina. De pronto, como un presentimiento, todo comenzó a transcurrir como en cámara lenta. Ella salía de la piscina. El mesero pasaba por mi lado con una bandeja con vasos y copas servidas. Un par de niños corrían a su alrededor.
No sé que sentí en ese momento. Fue algo indescriptible. No soy creyente se supersticiones pero lo sucedido no fue algo algo casual. Mientras observaba salir de la piscina aquella chica perfecta, no me percate de nada más. Sus cabellos castaños hasta la pequeña cintura. Su piel blanca reflejaba los tallos de sol haciendo que se viera como un ángel radiante. Su pequeños pero firmes pechos ni se movían con su suave levitar. Sus caderas en su ir y venir cuál péndulo en total armonía. Y aquel diminuto bikini negro, que apenas si cubría lo que debía cubrir.
El mesero también se dió cuenta de aquella belleza saliendo de la piscina, perdiendo de vista a los niños que corrían a su alrededor, sujetándole el delantal y tirando de éste. Mientras el mesero giraba e iba a para en la piscina, la bandeja con su contenido volaba por los aires hiendo a caer sobre mi y desparramando todo su contenido.
Aquella belleza de ojos azules y labios prominentes de color rojo como los rubíes, quedó en shock mirando todo el espectáculo y sonriendo al mismo tiempo. Yo también estaba en shock mientras la miraba y admiraba su belleza levantándome de la esterilla y sacudiendo todo el líquido pegajoso de los cócteles en mi piel, desde la cabeza hasta los pies.
Me descuide unos instantes para limpiarme pero ya era tarde, aquella despampanante mujer de hipnotizante figura y diminuto bikini negro, había desaparecido. No pude más que maldecir la suerte que me había llegado con aquel viaje.
Al entrar al departamento para ducharme, mis compañeros ya estaban desayunando y alistando los preparativos para bajar a la playa, al percatarse de mi estado, las carcajadas fueron mayores a las de cuento del atraco de las monjas.
Luego de habeme dado una ducha superficial, solo para quitarme lo pegajoso, me cambié de ropa y les alcance en la playa. Yo preferí quedarme bajo la sombra del toldo ya que había llevado bastante sol en la mañana en la piscina mientras los demás entre risas y bromas se encaminaron a la orilla para disfrutar de la arena y las frías aguas. Aunque estaban en la orilla se sentía una fuerte brisa, trayendo consigo, grandes olas hasta la orilla.
Yo me había quedado sentado en la arena pendiente de la comida y la bebida, aunque solo había por los alrededores algunos grupos de niños y un par de perros sin dueños husmeando entre los postes de basura cerca de los baños públicos.
Entre gestos exagerados y gritos, mis amigos me llamaban para que me uniera a ellos, y aunque en un principio con la cabeza yo me negaba, termine levantándome para ir con ellos.
Ya en la orilla, lentamente me introduje en las aguas, luchando contras las olas. De pronto y sin notarlo, una enorme ola me cayó por sorpresa sumergiendome bajo las aguas y arrastrando me por el fondo hasta soltarme de nuevo en la orilla, casi inconsciente. Trastabillando y sin equilibrio intenté ponerme en pie pero otra ola me cogió por un lado llevándome de nuevo, como un yoyo, de un lado a otro. Pero está vez fue un poco más fuerte. Cuando pude controlar mi cuerpo y salir caminando, las risas de todos me hicieron caer en la realidad. No tenía puesto el bañador y estaba completamente desnudo.
Rápidamente, corri hasta el toldo y me cubrí avergonzado, con una de las toallas, no sin dame cuenta que, con un rostro de asombro, tenía en frente a la chica que había visto aquella mañana en la piscina. Una gran carcajada salió de su boca. Sus mejillas estaban coloradas, y seguro no era por el sol.
Bajé la mirada con pena para cubrir mis partes al aire. Y luego, apresuradamente, caminar al apartamento... Esa tarde y al día siguiente, fui el principal motivo de bromas y chistes entre mis amigos. Un fin de semana de sorpresas y sucesos inexplicables que no le deseo a nadie. Porque no creo que a otra persona puedan pasarle tantas cosas juntas como las que me pasaron a mi.
Traté de ordenar mis pensamientos y emociones esos días, sin poder sacar de mi mente aquellos ojos azules como el cielo más despejado, aquellos cabellos ondulados color castaños, esos labios carmesí provocativos y aquel diminuto y muy llamativo bikini negro.
Pasaron los meses y con el tiempo, las bromas de aquella travesía se fueron disipando, las ansias por llegar a conocer la identidad de aquel monumento se fueron apagando, asumiendo lo imposible como algo tangible.
Einstein tenía razón con su relatividad, el tiempo no transcurre igual para todo el mundo aunque sea uno sólo. Cada día para mí era una agobiante agonía. El recuerdo del momento en la piscina cuando ella salía tan perfecta no desaparecía y saber que los meses pasaban y no sabría más de ella me atormentaban sobremanera. Su rostro me distraía. Intentaba imaginar cómo sería su voz. "Seguro tiene las más melodiosa de las bmvoces y quedaré embelesado a sus pies cuando me hable"... Era lo único en lo que pensaba a cada hora del día.
Ya había pasado un año del fatídico show de la mala suerte; había cambiado de auto, nunca recupere mis pertenencias pero supe que habían detenido a las monjas cuando intentaron atracar a unos hombres que venía de la playa unos días después que me atracaran a mi, resultado ser policías vestidos de civiles en sus vacaciones. Sin duda, la vida tiene sus giros.
Mientras los compañeros planificaban otro viaje a la playa por las cercanas fechas, yo que amablemente me negué a pasar por lo mismo, decidí pasar ese fin de semana en la piscina del club de la ciudad. Me quedaba cerca y lo considere más seguro para mí. "¿Qué mal puede pasar?" pensé... "¿Que mal?"
El sol estaba en su apogeo, incandescente como ningún otro, el cielo estaba completamente despejado, sin nubes por kilómetros, apenas una una leve casi imperceptible brisa cálida se dejaba venir del este. Los árboles apenas si se movian. La piscina del club no era para zambullirse desde un trampolín, por lo que su máxima profundidad era de unos dos metros. La piscina de niños era apenas un charco para refrescar los pies, aunque los niños, siempre bajo el eterno, y exagerado a veces, cuidados de sus madres, tenía sus llamativos y coloreados salvavidas.
Un suave hilo música se escuchaba en los parlante mientras que algunos niños correteaban al rededor de la piscina y los columpios.
"¿Qué mal puede pasar?" Me pasaba por la mente mientras disfruta en la esterilla de gaseosa helada. Era el día perfecto para que todo estuviera perfecto.
De pronto, como un rayo en mitad de la tormenta, una sensación extraña me paralizó. El sonido de la música desapareció y en su lugar fue sustituido por un silencio absoluto. Los árboles y las personas se movían en una especie de camara lenta. Mi corazón comenzó alstir con fuerza y mi respiración a acelerarce. "¿Qué mal puede pasar?" Se hacía eco en mi cabeza... Fue cuando me percaté. La piscina. Los niños corriendo. El mesero que se acercaba a mi con una bandeja inmensa de vasos y copas con cócteles. Y ella...
Aquellos dorados cabellos finos como hilos de seda cayendo sobre sus hombros, sus delgados y estilizados dedos sujetando el tubo metálico de la escalera de la piscina. Su piel tersa y brillante, blanca como la de un ángel. Aquellos carnosos y rojos labios tan provocativos, aquellas piernas tan definidas y curveadas hasta su diminuta cintura... Y aquel espectacular y nada imperceptible pequeño bikini negro, ese bikini tan que chico que apenas si le cubría su integridad... Ese bikini causante de todas mis desgracias...
Al salir de la piscina ella levantó la mirada, y ante su asombro, demostrado por el levantamiento de sus cejas al abrir al máximos sus ojos azules, sonrió al verme de nuevo allí de pie, observándola, en silencio, imaginándome un futuro imposible con ella...
Los niños se acercaron corriendo al rededor del mesero, sujetándolo con fuerza por el delantal y haciendo que éste perdiera el equilibrio, mientras asombrado trataba de descubrir qué sucedía. Los niños espantados por los gritos de los adultos ante lo que se avecinaba, salieron corriendo del lugar. Ella mirando la bandeja volar por los aires, debió imaginar lo que sucedería. Me miró luego mientras seguía sonriendo.
Yo viendo la bandeja salir dispara por los aires, las copas y vasos, todas llenas de bebidas heladas, que venían en dirección a mí, me hicieron observarla a ella y sonreír también. La pena y la vergüenza de la primera vez se habían esfumado.
"¿Qué mal puede pasar?"... No importa la suerte que uno sienta en algún momento. El destino tiene preparado para ti, muchas sorpresas.
Alejandro Barrios
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