Cuatro historias sobre un cuarto de helado
Feb 29, 2024

Algunas veces me han preguntado de donde saco las ideas para escribir cuentos, o en que me baso o en que me inspiro. Claramente como cualquier movimiento artístico, es difícil encontrar una sola respuesta a eso. Sin embargo, una de las respuestas más ciertas que puedo dar, es que observo mucho. En cualquier momento, en cualquier situación, los detalles son los que hacen a las historias. Un gesto, un objeto, un nombre, una anécdota, todo puede tener detrás una historia fascinante, sólo hay que imaginarla.
Hace unos días, volvía caminando del trabajo, y me encontré con algo genial, simple, pero totalmente enigmático: apoyado en un árbol de la calle, reposaba un tarrito de telgopor, destapado, con un cuarto de helado entero adentro, derritiéndose bajo el sol. Quizás a nadie le hubiese llamado la atención, pero a mí me pareció fantástico ¿como alguien deja abajo del sol un cuarto de helado completamente entero? ¿Que le sucedió a ese delicioso postre para finiquitar su vida haciéndose agua junto a un árbol y no siendo disfrutado por un ser vivo?
Aproveché todas esas preguntas, y en el camino que restaba hasta mi casa imaginé cuatro historias cortas sobre que pudo haber pasado con aquel cuarto de helado.
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No fue un día cualquiera para Francisco. Aquel, particularmente había recibido en el colegio más bulling del que recibía casi diariamente. El pobre había resistido estoicamente toda la secundaria recibiendo maltratos, pero ese día, ese maldito día, todo fue peor.
Laura, su única amiga, la que lo defendía de los ataques y de la que él estaba enamorado en secreto, había faltado al colegio, y el pobre Francisco tuvo que pasar la jornada entera sufriendo todo tipo de acosos y sin su amada secreta.
Cuando la campana sonó, y los chicos salieron a la calle, Francisco tomó la decisión más importante de su vida, nunca en sus 17 años había pensado en hacer algo así: declararle todo su amor a la bella Laura, terminar con el sufrimiento y comenzar una vida nueva.
Sabía que su amada era fanática del helado, así que, antes de pasar por su casa, se detuvo en un local que quedaba de camino, y compró un cuarto, para comerlo junto a ella y ahí declarar todos sus sentimientos.
Cuando llegó a la casa de Laura, todo fue un trauma. Pudo verla en el balcón de su primer piso, sentada en una reposera tomando sol, detrás de ella, un muchacho mucho más grande, de barba y tatuajes, haciéndole masajes y dándole besos en el cuello. Francisco sintió que el peso del mundo entero caía sobre sus hombros. Pudo identificar un tsunami de lágrimas subiendo de manera catastrófica desde su corazón hasta sus ojos. Dio media vuelta a la esquina, y dejó el pote de helado junto a un árbol, derritiéndose al sol, igual que su alma.
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La feliz pareja volvía de una manifestación contra la utilización de productos en animales de prueba. A bordo de sus bicicletas, mirándose, hablando de los libros que iban a ir a comprar, siendo felices en su universo romántico.
Ataron sus vehículos con una cadena un tanto vulnerable, e ingresaron a la librería. Él compró "la verdad del capitalismo" y ella "por qué las rosas se marchitan más rápido en países sub desarrollados". Salieron tomados de la mano, mirándose a los ojos, completamente envueltos entre sí.
Yendo a buscar sus bicicletas, pudieron ver en la esquina un niño sentado, sólo. Se lo podía ver descuidado, sucio y hambriento. El pequeño tenía un cartelito donde indicaba que necesitaba cualquier tipo de ayuda para llevar a su casa.
La feliz pareja no pudo pasar por alto semejante imagen, y decidieron ayudar. No sin antes tener un largo debate sobre las obligaciones del estado y como deberían ayudar a ese pobre niño. Después de muchas idas y vueltas, llegaron a la conclusión de que si le daban dinero, posiblemente, el joven, lo iba a llevar a su hogar y quien sabe que pasaría con esa ayuda. Así que tuvieron la brillante idea de comprarle un cuarto de helado y dejárselo.
El nene, al ver semejante regalo, se emocionó tanto hasta llenar sus ojos de lágrimas. Abrazó a los jóvenes quienes se fueron de inmediato publicando una foto del hecho en sus redes sociales.
El niño abrió la tapa y se dispuso a disfrutar de su tesoro. Comió el primer sabor, menta granizada. Rápidamente pasó al segundo, quinotos al whisky, depositó todas sus esperanzas en el último sabor, sambayon.
Decepcionado y asqueado, el pequeño, dejó el cuarto de helado entero junto a un árbol. Olvidado, igual que él.
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Don Cosme y doña Luisa, eran el ejemplo de amor eterno. Todos en el barrio los conocían y los admiraban por la hermosa pareja que conservaban después de 55 años de casados. No dejaban de decir lo felices que eran, se besaban en público, se miraban a los ojos, se hacían reír y caminaban tomados de la mano haciendo juntos los mandados.
Un día, sin previo aviso, la parca se llevó a doña Luisa, murió durmiendo. La vida de don Cosme se transformó en un completo vacío, más allá del cariño de sus hijos y nietos, su corazón estaba partido, le faltaba una mitad.
Aquella tarde, Cosme, decidió recordar a su amada Luisa, todos los viernes, sin importar el clima que hicera, ellos iban tomaditos de la mano hasta la heladería, compraban un cuarto de helado y lo comían en el camino de regreso a casa.
Don Cosme compró su cuartito de helado y emprendiendo el regreso a su hogar, comió dos cucharadas entre lagrimas. El nudo en su garganta no dejo pasar ni un bocado más.
Cosme, comprendió que nunca fue el helado lo que hacía especial aquellas tardes. Entendió que lo material se puede comprar, pero lo que no se compra son los momentos, y aquellos momentos con su amada, jamás iban a volver.
Apoyó el helado en un árbol, y lo dejó morir, igual que murió su amor.
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Paula salió de la oficina al grito de "¡por fin viernes!". Se revolvió el pelo, se cambió los zapatos por unas ojotas, se colocó las gafas de sol, se puso los auriculares con un disco de reggae y emprendió su caminata hacia ningún lugar.
El sol que le acariciaba la cara, y el hecho de que ese era exactamente el momento más lejano a volver a trabajar, hicieron propicio el momento para prender un porro y celebrar. Así, la caminata de Paula se hizo perfecta.
Un helado, pensó Paula. Un helado sentada bajo la sombra de un árbol sería perfecto. Así que, sin dudarlo, entró y compró un cuarto, con los sabores más empalagosos que la carta ofrecía.
Se sentó, acomodó con unos pequeños movimientos su espalda contra el árbol para que las cortezas no le molesten, y comió los primeros dos bocados. No tardó mucho en sentir sed, y el plan perfecto ahora necesitaba una coca bien fría. Apoyó el helado en el árbol y caminó hasta la esquina donde había un kiosco.
Al salir del negocio, dio los primeros sorbos de la azucarada gaseosa y sintió que todo era perfecto, así que, se fumó una seca más, volvió a ponerse los auriculares y se fue contenta a la casa, tomando su coquita y olvidando el helado en aquel árbol.
Paula, aquella tarde perdió un cuarto de helado entero, pero ganó otra anécdota más para su colección.
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Nunca sabremos cual fue la realidad de ese helado abandonado, ni tampoco es tan importante.
Las historias están ahí, siempre, frente a nuestros ojos, sólo hay que saber verlas, antes de que se derritan.
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