I
A veces me imaginaba que las nubes lejanas carcomían el suelo e iban y venían cómo quién en un intento desesperado esperaban encontrar algo, o a alguien.
A veces me imaginaba que eran titanes que destrozaban pueblos y aplastaban todo a su paso. Quizá por eso mi madre se ponía triste cuando las veía grises. Quizá por eso una pequeña alegría aparecía en la casa cuando estaba soleado. A veces me hubiera gustado no vivir en un lugar de neblina constante un lugar en dónde se conoce más la sombra de las nubes, que la de uno mismo. Quizá por eso mi madre se decía desdichada, quizá por eso me veía con esos ojos.
Quizá le faltó conocer su propia sombra para poder amarme.
Los truenos azotaban seguidos y yo salía al patio de mi casa a ver las gotas caer, al viento hacer cantar los bambús gigantes que a veces sentía qué alcanzaban las nubes y tocaban el cielo.
Y empezaba un pequeño silbido acompañado de incontables armónicos provocados por el constante choque del viento con las incontables hojas de los frondosos bambús de ese patio.
Y salía.
Salía por mera curiosidad a ver qué era lo que ponía tan triste a mi madre, salía a llegar a conocer esa sombra qué tanto angustiaba a la señora del hogar y hacía qué ni siquiera se pudiera parar en días.
Y veía las nubes, gigantes, colosales, tan grandes que ni siquiera acercando la uña mi dedo a mi ojo era capaz de taparlas, tan grandes que sentía que si me descuidaba un segundo, iban a caer sobre mi cabeza y despedazarían mi cráneo hasta que empezara a fundirme con el concreto del suelo del patio.
Estaban tan cerca que incluso podía llegar a notar los pequeños relieves acompañados de los hundimientos, las grandes franjas entre las infinitas intersecciones que dividían la superficie interminable de las nubes aborregadas.
Y veía los relámpagos que se compartían entre las nubes que no se terminaban de bifurcar, un rayo iba de nube a nube pareciendo que compartía un mensaje, o tal vez un recordatorio, o quizá un sentimiento
Probablemente odio.
Odio, por no llegar a estar completamente unidas en una sola nube...
El viento me tragaba las palabras, sentía que me ahogaba. Y buscando cierta voluntad de escapar, grité. Y sin buscar de cierta forma un sentido de pertenencia:
Le hallé un discreto gusto a buscar en el cielo una nube lo suficientemente grande para poder imaginar que podía escapar en ella.
II
Últimamente sueño con la muerte, la miro desde el balcón de la casa, a veces me observa desde el otro lado de la calle, o sentada en la pequeña isla enfrente de mi casa, a veces observa directo a mi cuarto, casi adivinando el espacio preciso en el que estan mis ojo. la observo, cada vez más de cerca, acechando la puerta, tocando el timbre, sin temor a que la vean, acercándose por dentro de mi patio delantero, empezando a subir las escaleras y empieza desacomodando mi cuarto, cerrando las cortinas, abriendo los cajones y prendiendo un cigarro.
Últimamente aparece muy seguido en mis sueños, se trepa entre las paredes de mi cuarto y me voltea a ver desde una esquina oscura, susurrando un poema que nunca termina y casi al mismo tiempo, yo le rezo la misma oración:
Oh vida
Hace tanto tiempo qué te me escapaste
Oh vida
Solo dejaste 3 poemas
Y yo solo recuerdo uno
Oh cielo,
qué sueño me invade al mirarte,
Los párpados se me arrancan en la noche y las sabanas me envuelven hasta ahogarme de día.
Oh muerte, sueño tanto contigo que me acostumbré a verte, acaricio tu mano con la punta de mis dedos tan seguido que ya ni siquiera te dignas en voltearme a ver.
¿Cuál es ese poema? Dímelo por favor, nunca me terminas de contar la historia, siempre te vas antes de terminar de cobijarme.
Por lo menos, antes de que te vayas, deberías recoger, pues cuando abro los ojos y el sueño se acaba.
Veo que está todo cómo lo dejaste.
Pero lo peor de todo,
es que ni siquiera me puedo mover.
Me gustaría poder preguntarle el por qué terminaron así las cosas
El por qué me hizo terminar así
Pero lo único qué sabe es prender un cigarro.
III
Ni siquiera entendía el juego cuando te conocí, pero estaba emocionado por jugar contigo.
El día estaba soleado y me jalaste el brazo para empezar a jugar, el viento soplaba y un mosquetero rojo nos miraba desde una ventana.
¿Crees que quiera jugar con nosotros? Me dijiste dulcemente.
Quizá.
Te respondí con la ternura de quién responde a quién ama.
El viento soplaba y el mosquetero se fue, nuevas nubes quizá más tristes, tal vez enojadas llegaban y, con calma, te hablé sobre el árbol de eucalipto bajo el que descansábamos.
Me contaste de los sueños, de las estrellas que se esconden detrás de las nubes, de los animales que corren libres bajo el cielo, de las heridas que sanan lentamente y de los cementerios donde los recuerdos descansan.
Una tristeza apareció en tus ojos, la misma con la que siempre me miró mi madre.
Quizá por eso a mí madre no le gustaban los días nublados.
Y quebraste el silencio:
¿Crees que mañana esté acomodado mi cuarto..?
Y te contesté qué no,
mientras apagaba un cigarro.
IV
Hace años que me sigue dando ese Déjà vu, pareciera casi mística la idea de no poderme deshacer de esa pequeña incomodidad que me brinda el vivir en esa casa.
Cada mañana entro al mismo cuarto donde de pequeño me cantabas, cuando aún me tolerabas, cuando de cierta forma me seguías queriendo...
Y noto las pequeñas cosas que en algún momento pensé que eran parte de tu esencia:
Las ventanas cerradas pues nunca quisiste ver fuera porque seguías pensando que estaba nublado
Los cajones abiertos porque una vez ví que dejaste uno así y derrepente todos los demás habían entrado a la moda de nunca saberse cerrar.
La ropa tirada, acomodada específicamente para que no fuera un estorbo a la hora de que alguna visita que nunca llegó viniera, pues aunque de cierta forma dejaste de ser tú, la cordialidad que tuviste espero que haya sido una cualidad heredada que me hayas dejado.
Y noto la pequeña forma de tu cuerpo hundida por los años en el colchón, quizá por eso no he recogido, en 15 años tú no lo hiciste, quizá parte de tu escencia sigue aquí, a veces, cuando me concentro lo suficiente, huelo el mismo aroma hogareño que siempre me diste, huelo el mismo aroma que alcancé a apreciar el día que me diste un último abrazo, e incluso, podría notar que ha cierta hora de la noche, en las paredes de la habitación, cuando una pequeña luz entra por la intersección de la ventana con la cortina, se refleja tu sombra, esa qué tal vez nunca conociste por siempre estar dormida y qué ahora, la palabra "siempre"
No será una exageración.
Recojo mis cosas y cómo cada año después de una semana en tu aniversario regreso a mi casa, antes de entrar al cuarto pareciera que miro de nuevo aquellas 2 nubes qué nunca se terminan de unir, entro a mi habitación en el que se escucha un
"Amor, cierra las ventanas por favor y apaga ese cigarro que tienes en la mano."
Y el Déjà vu pareciera regresar.
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