Él va de la cocina al comedor, del comedor al baño, del baño a la cama. Y yo lo miro. En la cabeza tengo un millón de cosas: algunas son huevadas y otras preocupaciones reales, de esas que ocupan tiempo y espacio. Está en otra, pienso. ¿Qué significa eso? Significa que no está en la misma que yo, en el ahora, en el mío. No hay desconexión, sino que ambos coexistimos. Y creo que esa es la magia: Nadie te enseña a coexistir con el otro. O al menos en la tele, en el cine, siempre mamamos una bajada de línea que parece descomunal: el amor es = a pasión e intensidad las 24hs. Un escenario prefabricado, exagerado, destinado a fracasar en la mayoría de los casos. “El amor romántico nos cagó la cabeza”, exagera. Te amo, te odio. Ahora estoy sentada en una reposera incomodísima, y mientras pienso en que el amor es todo. Y no lo digo como algo cursi, vacío y romantizado. Digo que amar es vivir, es hacer y es pensar, teniendo al otro al lado. Mirarse y verse, reconocerse. Escucharse, sostenerse, entender cuándo y cómo funciona lo imprescindible (¿qué es imprescindible?). Es que se venga una mala, y querer meterse en la película del otro, así de prepo, para darle un giro favorable a la trama. Es sacarse la mierda de adentro, buscando a veces sin éxito, el modo de filtrar, de tamizar, para que al otro le duela lo menos posible. Y si cuando sale esa mierda, hay lesiones, saber enmendar, porque la moral es una utopía. Tener la sabiduría suficiente para permitir desencuentros, para naturalizar momentos, para aceptar monotonías y silencios. Pero también para abrazar y entregarse. Tomarse el tiempo, hacerse el hueco para besar, para mirar, filosofar, llorar hasta que se hinchen los ojos y no te queden palabras, cagarse de risa hasta el calambre y la falta de aire (ésta última como mantra).
Al final, la vida es todo y es nada. Nadie es quién para decirte cómo amar, querer, o garchar, porque acá, profesionales y aficionados, tocamos todos de oído y no hay un manual universal. Mandate con miedo pero de lleno. No hay nada peor que no hacerlo, y arrepentirse. Total, vamos todos por la vida queriendo, sin saber la fecha de vencimiento, y quizá, eso sea una ventaja.
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