El éter abisal corrompido en el noctívago sigilo,
ha de imbuir en nectárea parusía,
carente de determinismo cronológico,
el entierro del hastío.
El tiempo cercena lo vivido y lo representable.
Desde Bergson hasta Heidegger, las relativas proposiciones objetan el tiempo apodíctico,
aquel auténtico siempre atribuido desde forma óntica,
diferenciado del impropio y aritméticamente cuantificable.
Es exacerbado el Kairós que deslinda los entes temporales y espaciales.
He considerado al tiempo cualitativo; revelador irreductible a la epistéme como sorites,
puntos concéntricos de apotegmas, metonimia de hipálages y rosas de zeugmas
que han actuado desde la primigenia palabra proferida.
Antinómica temporalidad susceptible a la dóxa,
Kairós, vástago de Zeus y Týje, suscitado a la categórica Ética Nicomáquea,
concede sus virtudes al tiempo oportuno,
y cuánto he podido evidenciar que habrá sido y es el saber kairológico heideggeriano
que deseo concederte, pero me excede el tiempo y solo me queda la aparición.
Surca el noumenon que, apelando al idealismo trascendental,
es antepuesto al fenoménico material.
Aunque tú, siendo noúmeno y fenómeno mental,
es el dualismo empírico de la doctrina del alma,
la materia entendida en sentido externo como sustancia fenoménica.
El yo pensante, por efecto, es incluido dentro del sentido interno como sustancia en el fenómeno.
Tales fenómenos correlativos, según leyes de la sustancia,
exordian la conexión dual nacida desde las percepciones externas e internas de un ágape próvido.
Dada la conversión aristotélica hacia la heideggeriana,
la objetal phrónesis ya no serán principios necesarios y eternos;
en cambio, será imbuida de contingencia,
atribuida al concreto suelo de fática razón.
Aquí, en el instante racional irreductible a la epistéme,
es hallada no la prudencia en tanto virtud,
sino la determinación ontológica que rige las vidas en isonomía ante el destino,
que desveló el Kairós.
El desvelamiento del intelecto supo calcular la infinidad del instante;
cual derivación encuentro el punto cuspidal,
que en mí se hace infinitésimo.
No alcanzarán palabras, pues presa yo de ellas, me son desconocidas.
Numen de fermosura cuánto hallo en las palabras inspiradas por ti.
No siendo suficientes los vocablos humanos,
con palabras de otro mundo deseo nominar el pleorema vacuo.
Existiendo el mito de la vacuidad,
pues las palabras de sensación solo son vociferadas en el mito trascendental.
El canto del hexámetro dactílico narra el abandono de los dioses:
Atenea deja en soledad a Héctor.
Es así como, en este ateísmo, la sensación de la palabra me ha delegado.
Mas aún los cínifes preludiaron el cántico de Eros,
consolidando la exodia del tiempo anterior al tiempo.
En afelio ptolemaico designado al punto orbitante del planeta alejado del sol,
alejada en mismidad a una órbita elíptica,
es cuánto he percibido en abandono de la lucífera estrella.
Sin embargo, encuentro la redención del tiempo pretérito cubierto de sombras nefandas,
que ahora adolecen de suerte,
porque la luminosidad se bifurca no desde
lo necesario y lo que es siempre, sino con lo que puede ser de otra forma,
esculpida en la estatua hierática de Atenea Pártenos,
que no solo es sabiduría, sino en consonancia la gratitud de cincelar el kairológico suceso
brotado de las formas del Olimpo;
constelaciones bajo el plenilunio célico.
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