A veces lo que deseamos durante tanto tiempo, finalmente se cumple, pero no siempre como esperábamos. Tal es el caso de Florencia, enfermera experimentada del servicio de neonatología, que trataba a los pequeños pacientes como si fueran frutos de su propia entraña. Rezaba cuando no mostraban mejoría y sufría al sentirse responsable de cada deceso, aunque fueran inevitables.
Le costaba retirarse del establecimiento porque no veía el mismo amor y compromiso de parte de sus compañeras, más pendientes de las redes sociales que de la vocación; por eso, siempre que se lo permitían, se quedaba a hacer horas extras sin goce de sueldo, descuidando así su vida personal. Ideaba planes en su imaginación para secuestrar a los bebés sin que nadie lo note, con el fin de evitarles una infancia traumática por culpa de sus padres desinteresados y disfuncionales, pero nunca los llevaba a cabo.
Después de una jornada nocturna, mientras esperaba el colectivo para volver a su hogar, un sujeto armado la condujo a un carro de comida rápida abandonado para abusar sexualmente de ella, y desde aquel episodio espeluznante, tenía siempre la misma pesadilla en la que una serpiente igual a la que el agresor llevaba tatuada a lo largo de su brazo, rodeaba su cuello y la asfixiaba.
Dos meses más tarde, una prueba confirmó lo que temía, estaba embarazada y comenzó a utilizar una faja para disimular el tamaño de su abdomen pero los síntomas repetitivos generaban sospechas en su entorno. Y cuando se acercó la fecha de parto, se tomó licencia por vacaciones para dar a luz en una cabaña aislada, donde colocó a la criatura sin llanto en una bolsa de arpillera y la golpeó con una pala hasta que dejó de moverse, y luego sepultó los restos entre los árboles del lugar.
Al reincorporarse, solicitó continuar su servicio en el sector de pacientes de la tercera de edad, a quienes veía como bebés abandonados a los que podía disfrutar durante más tiempo.
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