Siempre
después del primer desencuentro,
aunque nos esforcemos por cruzarnos
en la misma esquina,
empezamos a soltarnos un poquito más
en cada paso, las manos...
el agarre se vuelve débil,
dudoso,
propenso a romperse ante el más mínimo cambio
en el viento que golpea de frente,
en la lluvia intermitente,
por el calor sofocante...
Y ya no parece tan importante que algo duela,
porque el desencuentro parece crecer.
¿Por qué te iba a interesar sentirme rara,
inquieta y triste?
Si hace rato yo te puse peor.
Así que cuando empezas a percibir la vibración de la ansiedad
corriéndome por los dedos, me soltás un rato
y yo procedo a tropezar
con tu desinterés,
efecto colateral de los muros que toda persona herida necesita
y, como dicen por ahí, antónimo del amor.

Florencia Velázquez
Escribo como evidencia de que aún estoy viva. El libro está en proceso, lo actualizo cada vez que me inspiro.
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