mobile isologo
    search...

    Another Day

    Jun 3, 2025

    117
    Another Day
    Start writing for free on quaderno

    El despertador marcó las siete de la mañana y la música comenzó a sonar. “It’s just another day”, cantaba Paul. Gustavo se refregó los ojos y apagó la alarma de su celular. Se sentó en la cama, bostezó y estiró sus brazos, ignorando por completo al ex Beatle, quien se encontraba tocando el bajo frente a él. A esa altura ya lo había intentado todo y sabía que hiciese lo que hiciese, McCartney seguiría cantando esa maldita canción una y otra vez con el mismo entusiasmo. De modo que la única opción era tratar de ignorarlo. Se levantó y se dirigió al baño esquivando al músico que agitaba la cabeza para marcar el ritmo. 


    Abrió la canilla y esperó unos segundos antes de entrar a la ducha para que la temperatura se estabilizara. Colocó la cabeza bajo el agua por unos segundos. Era un ritual que necesitaba para despertarse por completo y acomodar sus ideas. Tenía un día importante por delante. Era la presentación del producto y las instancias de pitch siempre lo ponían nervioso. Intentó visualizar la presentación y practicar su discurso. Cerró los ojos, respiró tranquilo mientras el agua relajante recorría su cuerpo y abrió la boca para comenzar. De repente, un re séptima interrumpió su práctica: “it’s just another day”, cantaba Paul mientras corría la cortina de baño para ingresar a la ducha. El bajo cubría el cuerpo desnudo de la leyenda del rock inglés. Aun así, Gustavo se corrió hacia un costado ya que no quería que sus cuerpos desnudos se tocaran. Apreciaba que McCartney se quitara la ropa ahora, ya que antes se metía al agua vestido y mojaba toda la casa, pero el baño todavía era el único lugar donde realmente necesitaba su privacidad. El ex Beatle continuaba cantando la canción y movía la cabeza para incitar a Gustavo a que se le uniera, pero él no hacía caso. Se enjabonó rápido el cuerpo y apagó la canilla. 


    Llegó a la estación. Era tarde. Solía salir más temprano para tomar el subte en José Hernández y asegurarse un asiento. Carranza era mucho más cerca de su hogar, pero allí hacía combinación con el tren y solía estar mucho más estallada. Pero ese día no había tenido tiempo. Debería ir parado. No era un problema si lo hacía solo. Lamentablemente cuando se subió al vagón repleto de gente apretada y acalorada junto a una persona con un hoffner que cantaba “it’s just another day”, las críticas no tardaron en llegar. 


    “No toque la guitarrita si está lleno de gente” “Dejelo, es un señor grande y las jubilaciones son un desastre” “¿Está con vos?” “Se puede bajar?”


    El ascensor se detuvo en el piso de la oficina. Cova estaba esperándolo en el pasillo. Lo apartó a un costado. No creía que presentar su idea fuera una buena idea. Gustavo no podía entender por qué. Miró el reloj de su Apple Watch. La videollamada estaba a punto de comenzar y los españoles eran muy estrictos con el horario. Intentó ingresar a la oficina y Cova lo detuvo una vez más. Le recordó la importancia de la llamada. Gustavo estaba al tanto de la misma.

     —Vengo trabajando en el proyecto hace más de un año— dijo con fastidio por estar repitiendo una obviedad.

    —Lo sé— contestó Cova —Pero no estás pudiendo controlar a McCartney. Se está entrometiendo demasiado. De hecho, está cantando al lado tuyo mientras hablamos— agregó, subiendo el volumen de su voz ya que lo único que se podía escuchar en el pasillo era “Another day”.

    Gustavo corrió a Paul del medio e intentó decirle a su jefe, a los gritos, que sabía que su presencia era inconveniente, pero le recordó que el proyecto era suyo y que había trabajado muchísimo en él. Sentía que merecía la oportunidad. 


    —¿La qué?— preguntó Cova confundido, tapándose las orejas. 

    —La oportunidad— repitió Gustavo, elevando la voz para que la canción del ex Beatle no confundiera el mensaje. 


    La sala de reuniones estaba repleta. Alrededor de la mesa estaban sentados los tres socios de la empresa y todas las personas que habían trabajado en el proyecto. Gustavo caminaba alrededor mientras terminaba su presentación. Frente a la mesa, un televisor gigante conectaba a los clientes españoles, quienes escuchaban con atención. Gustavo había hecho un pitch simple, sólido y elocuente. Cuando terminó, Cova le guiñó un ojo y levantó dos pulgares con disimulo.  Había un aire de confianza en la sala. Todos sonreían y aguardaban la respuesta de los españoles. 


    —No nos convence— sentenció el CTO europeo, mientras sus dos subordinados negaban con la cabeza para acentuar su decisión. 

    Cova se levantó de su asiento y se acercó a la pantalla. 

    —Disculpen, tal vez algo no se entendió— agregó desconcertado —La tecnología es realmente innovadora y podría ahorrarles fortunas a su empresa. Prácticamente se paga sola.

    —La tecnología es prometedora y probablemente nos beneficie— explicó el español —Pero para serles sinceros, no nos gustan los Beatles.

    —¿Perdón?— preguntó Cova confundido. 

    —Quiero decir, nos gustan los Beatles, especialmente su fase más experimental a partir de Revolver”, explicaba el CTO mientras sus subordinados asentían —Lo que no nos gusta, es McCartney—Ambos subordinados negaron con la cabeza —Nos cae mal. 

    —Es comprensible, pero McCartney no tiene nada que ver con este software.

    —Nos resulta difícil de creer. Especialmente porque está cantando la misma canción hace veinte minutos arriba de la mesa— señaló uno de los subordinados. 

    —Every day, she takes a morning bath— comenzó nuevamente a cantar Paul y el espíritu de la sala terminó de desplomarse. 


    Cova estaba devastado. Había perdido a su cliente más importante. Citó a Gustavo a su oficina. Estaba al tanto de sus capacidades como programador y su talento innato para detectar necesidades concretas en un cliente. Pero si no lograba sacarse a McCartney de encima, no creía que hubiese un futuro en la empresa. 

    —¿Qué?— gritó Gustavo. No había alcanzado a escuchar, ya que Paul estaba cantando el estribillo de la canción por vez número ochenta y siete en el día. 

    —Que si no te sacás a McCartney de encima, estás despedido— sentenció Cova.


    Gustavo odiaba a los psicólogos. Consideraba que eran meramente la evolución del cura: “una figura inerte para que la gente estúpida vaya a lavar sus acciones deplorables”, pensaba. Detestaba a la Iglesia mucho más que a la psicología, pero sus amigos no le recomendaban ir a hablar con un sacerdote cuando tenía un problema; le aconsejaban empezar terapia. Desesperado, al no encontrar otra alternativa, decidió sacar un turno con una especialista en parejas y separaciones: la Dra. Ramos. 

    El consultorio era modesto. Más allá de la decena de diplomas colgados en la pared, no había nada más que tres sillas y una cómoda. La doctora se sentaba de espaldas a los títulos, como si fuera un cazador de antaño que exhibe las cabezas de sus presas en su mobiliario para denotar poder. O por lo menos eso pensaba Gustavo. 


    —Díganme, ¿cuál es el problema?— comenzó la Doctora.  

    —El problema, que me parece bastante evidente, es que tengo a Paul McCartney siguiéndome veinticuatro horas al día, cantando constantemente la misma canción— contestó Gustavo. 

    —Entiendo. ¿Y cómo te hace sentir eso?— preguntó con un tono suave al notar la incomodidad de Gustavo.

    —¿Cómo me va a hacer sentir eso? Pésimo. Es insoportable. ¿A usted le gustaría que ese ser intolerable estuviera cantando esa cancioncita de mierda todo el día?—respondió Gustavo enfurecido mientras señalaba a Paul bailando con su bajo mientras entonaba el puente de Another day. 

    —Lo que yo puedo percibir es que vos estás muy enojado, mientras que tu compañero parece muy alegre de estar acá— agregó la Doctora Ramos, nuevamente con un tono muy sereno para tranquilizar el ambiente —¿De quién fue la idea de venir?.

    —Mía. ¿De quién va a ser?.

    —¿Le dijiste alguna vez que querías separarte?.

    —Es obvio que quiero. 

    —¿Pero se lo dijiste explícitamente?.

    —Sí. A ver… me estoy quejando todo el tiempo… Hay que ser estúpido para no captar la indirecta…

    —No usemos insultos.

    —Every day, she takes a morning bath…

    —Ahí arrancó de nuevo. 

    —Tal vez es la forma que tiene de comunicarse. Vos tampoco sos tan directo con lo que te pasa.

    —A cualquier persona le molestaría. Es sentido común. 

    —Hay mucha gente que le gustan los Beatles. Incluso Paul McCartney solista. Para algunos lo que te está pasando sería una bendición.

    —It’s just another day.

    —No lo creo. 

    —Me parece que el problema acá está en la comunicación de la pareja. Claramente no se están escuchando. Siento que un fin de semana juntos les haría muy bien. 

    —Estamos todo el día juntos.

    —It’s just another day. 

    —Me refiero a un fin de semana fuera de la rutina. Váyanse a algún lado. A la costa. A pescar. Hay algunos hoteles rurales que están cerca y son ideales para desconectarse un par de días.


    La Renault Duster azul de Gustavo estacionó frente a una tranquera donde los esperaba un gaucho con las llaves de la posada y una canasta de bienvenida. Les dijo que vivía a cinco minutos de allí y que no dudaran en llamarlo de ser necesario. Mientras hablaba, Gustavo comenzó a pensar que probablemente esa casa debía ser de la psicóloga. “Seguro mandaba a todos sus pacientes allí y hacía una torta de guita”.


    En la puerta de la cabaña había una canasta de bienvenida llena de frutas autóctonas, mermelada casera, un vino patero elaborado en la zona y un sobre con las iniciales “P&G” grabadas en lacre. 

    —¿Qué es esto?— se preguntó a sí mismo Gustavo.

    —Du du du du du, it’s just another day— contestó McCartney. 


    Dentro del sobre había un pendrive y una nota que decía “Insertalo en el equipo de música”. Gustavo conectó el dispositivo a un minicomponente del living y se reprodujo instantáneamente un audio de la doctora Ramos. Les daba la bienvenida a su fin de semana y les sugería algunas actividades a realizar para fortalecer la pareja. Recalcaba que la confianza en el proceso era fundamental, aun si las ideas no parecian atractivas al comienzo. Gustavo cerró los ojos, se mordió los labios y aceptó la propuesta.


    Luego de una caminata por el campo, tomados de las manos, un baño de barro, una hilarante comedia romántica con Sydney Sweeney, una sesión de masajes de confianza, una clase de yoga, meditación y cuarenta y cinco minutos de sauna, las cosas seguían exactamente en el mismo punto. Solo quedaba una última actividad: una sesión de musicoterapia. Gustavo y Paul se sentaron en una alfombra con sus ojos cerrados mientras se reproducía una playlist de cantos de ballena. Pasadas las dos horas, la música llegó a su fin. Gustavo abrió los ojos y por primera vez en mucho tiempo, se sintió bien. No recordaba cuándo había sido la última vez que había pasado dos horas sin que el ex Beatle interrumpiera sus pensamientos. Giró la cabeza y vio a Paul abrir sus ojos pacíficamente. Hicieron contacto visual. Sonrieron. Nunca se habían sonreído el uno al otro. Algo definitivamente había cambiado. McCartney inspiro tranquilamente antes de hablar, pero al hacerlo tragó accidentalmente una partícula de polvo y comenzó a toser. La tos era bastante violenta. A Gustavo no le gustaba nada. Salió corriendo a la cocina y regresó con un vaso de agua. 

    McCartney bebió el vaso de un solo tirón e intentó recomponerse. 


    —¿Estás bien—, preguntó Gustavo, preocupado. 


    Paul asintió mientras recuperaba su aliento. Levantó la cabeza y dijo:


    —   Du du du du du, it’s just another day.


    Toda la ira de Gustavo se concentró en sus puños y de una manera completamente primitiva, arrojó una trompada en la cara de McCartney, derribándolo instantáneamente. Gustavo saltó sobre el líder de Wings y comenzó a golpearlo de una manera brutal. Una golpiza digna de una película de Tarantino. Gustavo nunca había herido a nadie. Jamás había estado en una pelea. De chico siempre había temido cualquier enfrentamiento físico. Pero esto se sentía bien. Nunca en su vida se había sentido tan realizado como cuando sus puños lastimaban la cara de Paul McCartney. Probablemente lo hubiese matado de no ser por la interrupción de su teléfono. 


    El celular de Gustavo estaba configurado en silencio. Solo sonaba si lo llamaban sus contactos de emergencia: su madre y su ahora exnovia, Lucía. Miró desconcertado el teléfono que desplegaba la foto de perfil de su antiguo amor, soltó la ropa ensangrentada de Paul y corrió a atender. El padre de Lucía había fallecido. El entierro sería el día siguiente y su exsuegro lo apreciaba mucho. Lucía quería que asistiera si era posible. 


    Gustavo había tenido muchas parejas en su vida, pero a ninguna había amado realmente. Excepto a Lucía. Hasta el día de hoy recordaba sus cuatro años juntos como los más felices de su vida. Incluso tomando en cuenta lo traumático que fue para él la separación. La única vez que experimentó ser dejado. A decir verdad, jamás entendió por qué Lucía había terminado la relación. Nunca le dio una razón válida. Eso lo desconcertaba aún más. ¿Qué había hecho? ¿Por qué de repente esa decisión tan abrupta? Gustavo no lo podía comprender y se obsesionó con el tema. “Tal vez esté saliendo con otra persona”, pensó, así que decidió seguirla a todas partes para descubrir la identidad del nuevo amante de Lucía. Pero no encontró nada. “¿Por qué, entonces?” pensaba de manera obsesiva. No podía dormir, trabajar o distraerse con ninguna actividad. Había sido un excelente novio con ella, tenía en cuenta sus necesidades, era atento con su familia, le atraía sexualmente, e incluso proyectaba un futuro juntos. Si había hecho todo bien, ¿por qué entonces lo había dejado? Estaba monotemático y lo sabía pero no podía pensar en otra cosa. Estaba obsesionado. Sus amigos lo evitaban e incluso su terapeuta parecía agotado de dar vueltas y vueltas con lo mismo. El asunto parecía un cáncer que se había extendido por todo el cuerpo de Gustavo y no había una sola célula de su cuerpo que no estuviera tomada por Lucía. Como cualquier enfermo terminal, dejó de comer, bajó muchísimo de peso y perdió cualquier tipo de disfrute por la vida. Hasta que un día, mientras esperaba que la farmacéutica le trajera la caja de Prozac que le había recetado su psiquiatra, sonó una canción en la radio: Another Day, el primer sencillo que lanzó Paul McCartney luego de su separación con los Beatles. A él también le habían roto el corazón. De repente, su socio más importante había perdido interés en trabajar con él. La gente culpaba a Yoko, pero la realidad es que lo que le había sucedido a Lennon era muy sencillo: se había desenamorado. Seguía queriendo muchísimo a su ex compañero de banda, pero ya no era lo mismo, y al fin y al cabo, eso es lo único que importa. Cada cual lidió con su duelo de manera distinta. John concentró su nuevo amor en su esposa e hijo y Paul se encerró en sí mismo. Primero salió el disco de Harrison, luego llegó el turno de Plastic Ono Band y McCartney todavía no había lanzado ningún disco. Y ahí fue cuando entendió que la vida continúa. Que el tiempo lo cura todo. Y que al fin y al cabo, hoy es simplemente otro día. Este fue un sentimiento reconfortante en la cabeza de Gustavo. Llegó contento a su departamento y en vez de tomar una pastilla, decidió poner en Spotify una vez más la canción que había escuchado. Esa noche McCartney lo visitó por primera vez y fue la última vez que pensó en su ex. Hasta el día de hoy. 


    Gustavo se puso un traje. No estaba seguro si era necesario, pero nunca había ido a un entierro y le daba vergüenza preguntarle a su ex semejante frivolidad. Mejor vestirse de más que de menos. “¿Cómo estará Lucía?”, pensaba. “¿Estará en pareja? ¿Con hijos? Aunque es raro que me llame si está en pareja. Qué sé yo… Tal vez lo del viejo le dio una nueva perspectiva a la vida. Tal vez esté pensando en intentarlo de nuevo”. 


    Ingresó al cementerio de Chacarita y buscó un lugar para estacionar. Rápidamente divisó a Lucía y aproximó el auto hacia ella. Seguía tan linda como siempre. Triste, pero igual de hermosa. Gustavo dejó el auto al lado del suyo y bajó del auto. Lucía sonrió cuando lo vio y se dieron un abrazo sentido. Lucía se permitió llorar. No lo había hecho hasta entonces, pero ver a Gustavo la terminó de quebrar. Gustavo le acarició el pelo y le limpió una lágrima de la cara. 


    — Que bueno que viniste—, soltó Lucía mientras se limpiaba la nariz. 

    — ¿Cómo no voy a venir?— contestó Gustavo. 


    La puerta del auto de Gustavo se abrió y Lucía vio que alguien se estaba bajando. 


    — ¿Viniste con alguien?—, preguntó Lucía. 


    Lucía separó su cuerpo del de Gustavo para ver de quién se trataba y finalmente reconoció al ex Beatle. Tenía los ojos morados, un cuello ortopédico y el brazo izquierdo en un cabestrillo. 


    —¿Es Paul McCartney? ¿Trajiste a Paul McCartney al entierro de mi viejo porque te acordaste que era el Beatle favorito mío y de papá? ¿Hiciste todo eso por mí?


    Gustavo miró a Lucía completamente desconcertado. Había olvidado por completo que Lucía amaba a los Beatles, y en especial a Paul McCartney. Trató de decir algo pero su mente se puso completamente en blanco. Lucía por el contrario estaba extasiada. Se acercó al músico inglés impulsivamente y extendió su mano. 


    —Paul. Un gusto. Mi nombre es Lucía. Soy muy fanática tuya. Amo todo lo que hiciste con los Beatles, los Wings, tu carrera en solitario, con Linda, con The Fireman, todo. 


    Paul intentó decir algo pero comenzó a toser y su voz estaba completamente afónica. 


    — ¿Qué te pasó?—, preguntó Lucía preocupada — ¿Quién te hizo esto?


    Paul se agarró su cuello con su mano sana para intentar decir algo pero no pudo pronunciar nada, así que señaló a Gustavo e hizo un gesto de golpe. Lucía se dio vuelta enfurecida. 


    — ¿Vos le hiciste esto a Paul McCartney?—, gritó Lucía enfurecida. 


    — ¿Qué está pasando acá?—, interrumpió Mariano, el hermano rugbier de Lucía, junto con dos amigos de igual tamaño. 


    — El hijo de puta de Gustavo sabía que me encantaba Paul McCartney así que lo cagó a trompadas justo el día que papá murió porque no pudo aceptar que lo dejé. 


    — No, pará. Esto es una confusión. El y yo vivimos juntos. De hecho, todos los días cantamos. Mirá, mostrémosle Paul… It’s just another day… Dale. Cantá conmigo…


    Paul intentó decir algo, pero tosió sangre y cayó desplomado al piso. La gente corrió a socorrerlo. 


    — ¡Mataron a McCartney!— se escuchaba que alguien sollozaba dentro del gentío.


    Lucía miró a Gustavo con una cara que jamás le había puesto en toda su vida. Ya no era una cara de desamor. Era una cara de desagrado. De repulsión. Rápidamente lo invitó a retirarse. 


    Gustavo llegó a su casa, se sacó el traje, y por primera vez en años, durmió en paz.  


     


     






    Diego Labat

    Comments

    There are no comments yet, be the first!

    You must be logged in to comment

    Log in