Abismo

La intimidad es un lugar profundamente complejo, brillante, oscuro; como un abismo inexplorado lleno de misterios que se revelan poco a poco. Ahí me sentí segura, protegida, acompañada en este torbellino delirante de la existencia. Lo que no supe fue que adentrarse en sus profundidades podría llegar a asfixiar.

Quise convencerme a mí misma que formaba parte de la rutina, algo ameno, para atenuar un poco el peso que recae sobre los hombros de una persona de apenas metro 70. Algo rutinario que no causaba ningún daño. En tanto el daño fue extinguiéndose como el fuego, llevando consigo risas, afectos, pequeños detalles que actuaban como destellos de luz en plena penumbra.

Como aquella noche: tu cuerpo muerto derrumbado en el fresno de la entrada, rechazando un repulsivo diluvio. Arrastrando con todo el peso, y la culpa de que nuestra hija te observe en silencio y esconda la mirada. Atravesando la puerta de nuestra casa hasta llegar a esa escalera que rehusamos revestir, dejando en cada paso la dignidad que te quedaba. Arropándote como un niño sin su beso de buenas noches, mientras en el cuarto de al lado la verdadera niña esperaba en la cama arropándose a sí misma hasta caer dormida.

Es curioso como la complicidad va tomando forma hasta convertirse en algo espantoso. Bromas vulgares, sonrisas fingidas, miradas culposas, excusas ensayadas con antelación. Tus cristales repletos de suciedad estancada, exigiendo ser liberada para expulsar al monstruo que habita dentro; y lo que escoltaba su ausencia. La sobriedad aterradora, tajante; la piel agrietada y desafiante ante cada mínimo suspiro, cada insignificante detalle. El espejo de los otros, tus propias proyecciones, estallando y cortando con un filo arrasador, sangrante. El silencio, punto de partida y desenlace, cesado sólo ante un sorbo del propio fuego ardiente. Y el olvido, fragmentos elegidos, disculpas aceptadas. Hasta empezar una y otra vez tu ciclo infinito.

Intenté salvarte, me aferré con todas mis fuerzas al amor que alguna vez construimos; me sumergí en la sombra, sofocante, aterradora, como quien no quiere aceptar la derrota.

Tocaste fondo y me hundiste con vos, mar adentro en la oscuridad infinita, rumbo perdido. Costillas comprimidas ante la presión de quedarse sin aliento, quitando el oxígeno, estrechando las venas hasta consumirnos por completo.

Ahora lo asumiste, sin embargo es demasiado tarde.