PERFILES DELICTIVOS Y RORSCHACH
El libro se dirige como un trabajo de investigación producto de más de 16 años de desempeño como profesional psicóloga en el servicio de salud mental del Servicio Penitenciario Federal.
Escrito por
Lic. Esp. Verónica Figueroa Alcorta. Psicóloga Forense y Clínica. Especialista en Psicodiagnóstico del test de Rorschach.

Índice
Prólogo
Constituye un auténtico deleite prologar esta obra, fruto de más de tres lustros de meritoria investigación realizados por la autora, profesional psicóloga del Departamento de Salud Mental del Servicio Penitenciario Federal, sobre perfilación de personalidad, utilizando el Test de Rorschach, en homicidas, secuestradores y agresores sexuales.
En su presentación caracteriza a estos evaluados como personalidadespsicopáticas en quienes la nota más sobresaliente es la agresividad, que pone a los sujetos inmersos en la circunstancia en situación de constituirse en víctimas potenciales de alto riesgo, con frecuencia inminente.
Así, a través de minuciosos capítulos, desfilan los resultados de la aplicación de esta técnica con frecuencia tan manoseada y deficientemente utilizada tanto en el campo asistencial como en el forense como diremos de yuso.
Precedido el conjunto por una sucinta exposición de la técnica, se suceden los resultados obtenidos en los tres tipos de criminalidad elegidos, a los que adoba la autora con consideraciones sobre el narcisismo en ocasión del homicida–, el trastorno límite de la personalidad –al referirse a la personalidad del secuestrador– y a la personalidad antisocial –al hablar de los agresores sexuales–. Sigue en estas exposiciones teóricas al DSM 5(1), clasificación nosonómica estadounidense, de uso universal, hermanada con el CIE 11(2).
El DSM-5 responde a las siglas de Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fifth Edition y su análogo al español es Manual diagnóstico y estadístico de los Trastornos Mentales. Se trata de una herramienta nosonómica creada y publicada por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA, por sus siglas en inglés), al servicio de la Psicopsiquiatría, para tener un referente a la hora de abordar los casos clínicos, únicamente desde el punto de vista del diagnóstico. No aporta directrices sobre el abordaje terapéutico, ni explica las categorías. Se limita a clasificar los Trastornos Mentales. La quinta y última versión (vigente) por el momento data del 18 de mayo del 2013 y ha sido publicada después de más de una década de investigación, gracias a 13 grupos de trabajo, 6 grupos de estudio y medio millar de profesionales. Fue concebida pensando en mejorar las limitaciones que presentaba el DSM-IV respecto a la interacción de la psicología anormal con otras disciplinas como la Neurociencia, las ciencias cognitivas, la genética y la práctica clínica. Así el DSM 5 ha intentado mejorar la nosología psico psiquiátrica ofrecida en la versión anterior, corrigiendo
una serie de incoherencias e incompatibilidades como: a) Altas tasas de comorbilidad entre los diagnósticos: es decir, que había trastornos mentales que podían solaparse al coincidir sintomatología y no estar ésta bien diferenciada; b) Uso masivo y excesivo de los diagnósticos “no específicos” o “no especificados” y c) Una falta de actualización respecto a otras disciplinas, lo cual generaba muchas dificultades a la hora de integrar diagnósticos del DSM con hallazgos científicos en investigación genética, neurobiológica, aut similia.
Es de interés observar que el DSM-5 ha sido acerbamente criticado con múltiples y fundadas razones no solamente originadas en el medio estadounidense, sino también en mundos tan diversos como el europeo –en especial el británico– y hasta el arábico, como lo señala infocop. es, el 29/05/2013.(3)
Algunas de las críticas señalan que muchas de las revisiones y adiciones en el DSM-5 carecen de apoyo empírico; que existe una reducida confiabilidad, para muchos trastornos; que varias secciones contienen información confusa, contradictoria o mal redactada, que la industria farmacéutica psiquiátrica influyó exageradamente en el contenido y que a la postre se trata de un gigantesco negocio internacional.
Por otra parte, la Guía de Consulta del DSM-5 incluye en una primera y exclusiva sección una declaración cautelar para empleo forense en la que advierte de que el comité elaborador ha actuado pensando en su uso clínico, y que por lo tanto, cuando se deriven decisiones legales, como por ejemplo un confinamiento involuntario, la utilización del manual aporta como valor añadido que el diagnóstico de la influencia del trastorno mental en situaciones concretas esté consensuado, pero debiendo siempre tener en cuenta sus limitaciones en el ámbito médico-legal, condicionadas especialmente por el distinto significado médico y jurídico de algunos términos, lo que exige una información adicional a la que esta guía proporciona, que precise la valoración funcional en el momento del hecho supuestamente antijurídico, lo que por la dificultad que presenta excluye el uso del libro a los que no posean formación psicopsiquiátrica forense(4).
En consecuencia, de lo supra expuesto, el uso en el presente trabajo de figuras nosológicas referidas a esta clasificación, debe asumirse como un recurso en procura de expresarse en un lenguaje unívoco dentro de la Babel que conforman los leguajes psi, en significación interpretativa de indicadores componentes de determinados síndromes, pero que no ligan a métodos terapéuticos.
Pero retornando a la esencia del trabajo resume la autora en referencia a sus evaluados, caracterizándolos como “personalidades psicopáticas en quienes la nota más sobresaliente es la agresividad”.
El DSM-V los define como “pacientes carentes de bases emocionales importantes” y los enmarca dentro de los trastornos de la personalidad como un subtipo del trastorno antisocial de la personalidad (TPA). Los psicópatas entrarían en consecuencia, dentro de la categoría en donde se ubican los trastornos disruptivos del control de los impulsos y de la conducta proclives a la producción de conductas agresivas y hostiles, potenciales violadores de las normas legales y que al utilizar a las personas como objetos y no como personas humanas colocan a estas en grave y eminente riesgo de ser victimizadas.
Soslayando diferencias marcadas entre la personalidad psicopática y los llamados núcleos psicopáticos, suele distinguirse varios tipos de personalidad. Así se habla de hipertímicos, depresivos, inseguros de sí mismo, fanáticos, menesterosos de notoriedad, explosivos, lábiles, abúlicos, asténicos y desalmados. Como en todas las cosas, la manía clasificatoria es tan antigua como el hombre, y en la ciencia está exacerbada a partir de Linneo. Empero, es evidente que puede imponerse un tránsito gradual en estos tipos de personalidad que se desliza desde el nivel de los manipuladores simples, que no representan riesgo para terceros, hasta el desalmado, cumbre de lo antisocial. En este sentido, la muestra elegida es por demás heterogénea pero ofrece algunas pocas notas comunes, reveladas en el muestreo realizado, y se integra con sujetos claramente antisociales y en conflicto con la ley.
En la literatura contemporánea, tanto científica como creativa y de divulgación –sobre todo en los mass-media–, la figura del psicópata es tratada con notoria frecuencia como un satán encarnado, lo que suscita toda suerte de inquietudes en el seno ciudadano. En efecto, la comisión periódica de determinados crímenes horrendos avivan en el consciente colectivo toda suerte de turbaciones y pasiones, entre los cuales no puede ocultarse el miedo ante el horror inexplicable y el deseo de desplazar con premura al fantasma del mal del horizonte vivencial.
No se hable ante este fenómeno de pedir reflexiones maduras y críticas. Las sociedades de masas no aceptan razones, reflexiones maduras, ni tampoco autocríticas. La histeria colectiva pugna por evitar la reiteración del mal y halla como único remedio el castigo ejemplificador y, si fuera posible, la erradicación total, absoluta y definitiva del mal que la acosa, sin caer en la cuenta de que el Mal es la contracara del Bien y que ambas forman parte de la vivencia existencial humana. En el fondo desean la muerte del victimario y, con no rara frecuencia, se transforman en ejecutores. La opción es el recurso a la prisión perpetua, expresada con frecuencia con el deseo de que “se pudra en la cárcel”.
En cierta manera, las figuras míticas vengativas de las Euménides, tan bien presentadas por Esquilo, pero ausente la transformación en diosas benéficas impulsadas por la sapiente Atenea, evolucionan en el medioevo en la plaza catedralicia que orna la picota, en donde el hálito de las furias se trasfiere a las masas, y concluye, pese a la contigüidad del pregonado discurso del amor y el perdón –pero con frecuencia inhallable–, en una ejecución despiadada y cruel, atizada por el fanatismo popular. En el siglo XXI, y en el mundo que se proclama civilizado, se respira aún el aliento de las Eriñas y el clamor que rodea la picota, más fétido aún debido al ropaje de derechos humanos, predicados y manipulados que instrumenta la cultura actual. Otra forma de psicopatía en espejo con el victimario victimizado por el fanatismo vengativo.
El término de psicópata, en el ámbito social, en especial de la psicopatología, es confuso e impreciso y, para peor, demonizado en exceso, abundando desde publicaciones de un simplismo y superficialismo que azora, a los que devoran no pocos magistrados con fruición por demás malsana por contener aquello que les gusta oír –el llamado discurso deseado en psicología forense crítica–, hasta hojas y más hojas de cientificismo pseudo sesudo que, a la postre, describe con mucha verba de difícil comprensión aquello que brinda con crudeza la experiencia vulgar cotidiana.
En esta dimensión, la jargonofasia psicoanalítica descuella por su mistérica excentricidad, la que reserva únicamente para el solaz de los iniciados. En el fondo, el concepto sirve a modo de cómodo tacho en donde se arroja todo aquello que es y asusta a la sociedad, pero acerca del cual se ignora en absoluto el “por qué lo es” y cómo llegó a consolidarse en aquello “que es”.
Así se escriben miles de páginas “científicas” acerca del psicópata, la locura moral y su sinfín de variantes, y cada maestro desde su propia chacra anatematiza aquello dentro del “modelo ajeno” que no le gusta, sucediéndose aciertos y errores enancados en invocaciones a factores hereditarios y socioculturales que se lanzan con aceptación o rechazo por parte de los críticos o popes de turno, cual confetti en el policromático carnaval en el que vive la sociedad contemporánea.
La psiquiatría clásica ha hecho correr ríos de tinta sobre el tema. El psicoanálisis y sus múltiples credos otro tanto. Las neurociencias comienzan a aportar datos y más datos serios, pero aislados entre sí, ya no fruto de sesgos propios de los teóricos del psiquismo humano sino de minuciosas investigaciones, aportes que, en las corrientes psicológicas, sociológicas y propias del derecho, son admitidos o rechazados según el capricho que califica al arúspice de turno. En un punto, empero, existe concordancia indiscutible. El psicópata, por sus conductas, es la novedosa figura del diablo encarnado y para él no cabe sino el rechazo y el exterminio, proferido por sus víctimas –o lo que queda tras de ellas–, en los anatemas de yuso descriptos, aun cuando revestidas de piadoso oropel por los manipuladores de turno, caudillejos de la comunicación, imágenes en espejo de la psicopatía victimaria que repelen y condenan.
Tenemos de tal modo a la vista, a un mítico Moloc novedoso, inasible e impenetrable para todos aquellos que intenten develarlo y proclamar que, pese a sus horrendos producidos, no es otra cosa que un ser humano esencialmente igual a nosotros, pero que debido a complejos factores genéticos, epigenéticos, neurobiológicos, como así también del producto del intercambio entre cada ser y su “circunstancia”, salta, de una manera que horroriza, las barreras de lo aceptable dentro de una sociedad desprovista de capacidad de insight y auténtica autocrítica, produciendo estragos.
Cabe acotar que cuando se hace referencia a la circunstancia, recurrimos al concepto orteguiano por excelencia, pero que incluye en psicosociología contemporánea la nota de la dimensión ecológica, del entorno al que la ciudadanía predica proteger aun cuando lo contamine y destruya, medio productor de no escasos estímulos, positivos y/o negativos, los cuales enriquecerán o empobrecerán el nurture que concurre a la formación de toda personalidad humana, si seguimos el paradigma que libáramos años ha de autores como Allport o Filloux, númenes de la Psicología de la Personalidad.
A decir verdad, con casi seis décadas de ejercicio profesional, no encuentro explicación causal sólida para los efectos de aquellas conductas psicopáticas rechazables por el entorno –por su peculiar crueldad–, pero tampoco poseo respuestas al porqué esta misma sociedad tolera, aplaude y gime postrada adoración, ante otras manifestaciones psicopáticas tanto o más repugnantes humanamente que en el primero de los casos. Basta al respecto repasar en un augenblick o pantallazo la sanguinaria historia de la vida humana habitual del siglo XX e inicios del XXI, respondente al sector autodenominado civilización, por contraposición al mundo bárbaro.
Se abre en consecuencia el interrogante ante el fenómeno psicopático, tanto en sus facetas individuales como las societarias, el interrogante del porqué el individuo, ya aislado, ya asociado en grupo, engendra conductas que, a las luces de la contemporánea Etología, no parecieran tener equivalencia en el reino animal –al menos vertebrado–. La respuesta a tal pregunta, si es que el cuestionado mantiene un mínimo de objetividad, es por cierto un balbuceante "en verdad no lo sé".
En otras palabras, ante el fenómeno psicopático, como acaecía con los seguidores inmediatos de Colón ante el mundo nuevo, sé que existe éste, pero tras de ello no se vislumbraba absolutamente nada más que un conjunto mítico pletórico de fantasmas, al avanzar sobre los cuales y tornarlos en realidades, el civilizador pisoteaba, reducía, devastaba sin piedad alguna y en nombre de las más altas virtudes psicopateaba sin asco para reducirlo a sus más bajos instintos. En verdad, qué otra cosa no es la conquista del hombre por el hombre, que el accionar masivo de conjuntos de individuos humanos devorándose en nombre de las más excelsas virtudes y los más divinos lemas a otros seres símiles a los que asume como objetos, despreciando por completo la excelsitud de lo humano que en ellos subsiste.
En este escenario tan real, si quisiera brindar alguna explicación ante este mundo psicopático, diría que lo único que tengo cierto es que estos seres o conjuntos de seres son sujetos racionales absolutamente incapaces de asimilar, generar y producir amor y, para ser honesto, como los seguideros del navegante –hoy en mármol desplazado en nuestra gran ciudad por obra de una gran psicópata aureolada por charros y jusmesos–, debería confesar la más supina ignorancia del porqué de todo ello. Solo veo a lo psicopático como un producto exclusivo de individuos humanos, quienes ni siquiera pueden tener piedad de ellos mismos, encerrados en sus cápsulas narcisistas –individuales o comunitarias–, en donde se perciben rodeados de objetos (personas inexistentes para ellos) con los que juegan y hasta destruyen a gusto y gana.
Pretender sostener, como lo hacen algunos doctos de la iatría, que esta modalidad en el vivir no es una severa patología, no deja de ser algo pasmoso para un seguidor de Hipócrates y Esculapio, como lo es quien esto firma. Lo único que sí puede balbucearse, tras una vida de estudio y especialización en el psiquismo humano, es admitir con humildad la definición de psicópata en donde se postula que son individuos desposeídos ab initio o ex poseedores ahora castrados, tal vez por nature, tal vez por nurture, o tal vez por la convergencia de ambos factores –que sería lo más científico siguiendo a los clásicos maestros de la Personalidad–, de la capacidad de amar.
En síntesis, el psicópata es persona, deshumanizada por su imposibilidad de dar y recibir amor, pero digna de misericordia cristiana y piedad helénica (elija cada lector cuál opción prefiera), aun cuando deba aplicarse sobre ellos toda la fuerza de la justicia humana, la que, de mutarse en Venganza desplazando al espíritu de Temis, no hace más que convertirse en un accionar también psicopático y tanto o más cruel que aquello que anatematiza.
En este controvertido cenagal avanza la autora que presentamos, con claridad y prudencia, intentando develar un poco el misterioso trasfondo que oculta la carencia de la capacidad de amar. Lo hace con destreza, sorteando con habilidad los diversos lenguajes que ofrece el arte de la(s) psicología(s) y, en general, de todas las psico(pato)logías, conjunto que no solamente ofrece disparidad entre objetos formales (metodología del enfoque o abordaje), sino también hasta con el objeto material. Véase si no la diferencia entre el objeto material de la(s) psicología(s) analítica(s), experimental, fenomenológica, psiquiátrica y racional.
Lo más encomiable es la calidad que ofrece la actora para exponer sus hallazgos, navegando indemne entre Escila y Caribdis. El primero, definir si se trata o no de patología; el segundo, especificar si la personalidad es o no culpable y, en consecuencia, imputable a tenor del art. 34, 1 del Código Penal Argentino.
Es obvio que trastornos de personalidad como los descriptos y hallados en la presente evaluación refieren claramente a existencia de disfunciones, disturbios y/o alteraciones conductuales, muchas de las cuales enancan en deficiencias neuro-orgánicas que se reflejan con claridad en la imaginería funcional (SPECT, PET y resonancia magnética).
Siempre se estará ante cada caso individual, pero debe considerarse que la frontera entre lo patológico y lo anormal es algo altamente controvertible, máxime cuando se habla de incapacidades ya funcionales, ya orgánico-funcionales, tratándose de un campo de Agramante que disputan facciones psiquiátricas como los alienistas y antialienistas en vistas a resultados en el foro. Cabe recordar al respecto que no pertenece al oficio psicopsiquiátrico forense concluir en definiciones genéricas sobre culpabilidad y menos sobre imputabilidad.
En este último campo ello obliga a un abordaje interdisciplinar que establezca que en el momento del hecho enrostrado el acusado carecía de la capacidad de valoración (comprensión) y/o de dirigir su conducta, anclando luego la limitación en el componente psiquiátrico de la fórmula, que está a su vez manipulada por las corrientes psico-forenses, pero en donde no es necesario formular necesariamente un diagnóstico, sino únicamente a un componente del tríptico psiquiátrico, es decir, facultades insuficientes, alteración morbosa o perturbación de conciencia, trilogía que debe interpretarse con ausencia de todo sesgo manipulador.
Una vez más, la personalidad psicopática no es, hablando genéricamente, imputable o inimputable, ya que la definición se dará en cada caso peculiar, analizando si en el momento del hecho sufría o no de alguna limitación (componentes psicológicos de la fórmula) y explicando si ello se fundamentaba en algún ítem de la tríada psiquiátrica, reservándose al magistrado la valoración final de la presunta o real incapacidad.
Con estas precisiones, presenta la publicación de Verónica Figueroa Alcorta una contribución innegable a la Criminología transdisciplinar, una novedosa metacriminología que, eludiendo los lodazales intra e interdisciplinares, bullente en controversia sesgada, entrega datos por demás ilustrativos sobre la personalidad común en esta suerte de conductas delictivas severas.
Dr. Mariano N. Castex
mn.castex@outlook.com
PRÓLOGO
Resultó emocionante recibir de Verónica el ofrecimiento de escribir el prólogo de su libro. Verónica fue una alumna destacada de los cursos que, como profesora, dicto en la Asociación Argentina de Psicodiagnóstico de Rorschach. Durante tres años conocí su interés por conocer e interrogarse permanentemente por los contenidos de una técnica tan compleja como fascinante. A la par, expresaba su preocupación por los pacientes que atendía en el Servicio Penitenciario, personas encarceladas por cometer graves delitos: violación, asesinatos, torturas, entre otros. Estos representaban un desafío tanto para la comprensión de su funcionamiento como de la manera en la que podían ser abordados. Su tenacidad le permitió iniciar varias investigaciones que fue plasmando en diversas publicaciones, para culminar con este libro la comunicación de su trabajo. Es importante resaltar el recorrido teórico que ella realiza en relación a este tema, abarcando tanto la teoría psicoanalítica como las teorías forenses, que va articulando minuciosamente a lo largo de la obra con el Psicodiagnóstico del Test de Rorschach. Considero esta obra una herramienta sumamente útil para la detección de estas patologías tan graves, en nuestra tarea clínica y pericial. A la par, me gustaría destacar el desarrollo que plantea de técnicas para el abordaje terapéutico de esta compleja población. Una obra para ser tenida en cuenta.
Lic. Esp. María Teresa Herrera
Psicóloga Clínica
Especialista en Psicodiagnóstico del Test de Rorschach
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión