Ahora es momento de concentrarse en lo posible. Fue demasiado tiempo navegando en el mar infinito de las imposibilidades. Quizás sea tiempo de hacerme de las cosas que puedo alcanzar, y aún sin alcanzarlas, al menos encauzarme por caminos andables. Tomar el camino.
Ahora paseo, ligera y nostalgicamente, por las calles de una ciudad nueva, testigo y víctima fatal de la existencia de las cosas. Le permito, le cedo a la belleza que impacte en mi cuerpo y haga temblar mis huesos. Nunca antes la mirada y el cuerpo resonaron así en mis modos de andar y de decir. Solo quiero hablar en tanto mis palabras representen esta tarde hermosa que cae sobre los edificios y los árboles de Barcelona.
Respiro, una vez más, este aire, y es un aire que me llena de palabras. Acá puedo decir mejor. Acá el lenguaje pasa sobre mí, delicado y suave, y se entrega.
Sin embargo, el lenguaje es imposible. Pero eso no me importa. En este universo de posibilidades, en esta ciudad que abre paso en mí, me sirvo y me guío a partir de la contemplación de las cosas siendo por sí solas. Cuando, sin palabras, observo esta belleza, lo imposible le abre paso a lo posible. Yo soy parte de mi propia contemplación, y al mismo tiempo, lo bello de las cosas me separa. Ahí, solo ahí, puedo respirar tranquilo. Y el mundo existe.
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