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    Lo primero que hubiera querido hacer era mojarse la cara, pero eso tuvo que esperar. Primero las manos. Se vió en el espejo y se sonrió a sí misma. Una sonrisa verdadera, con los ojos llenos de libertad y risa. Entonces sí, la cara. Se secó y redescubrió esa alegría cuando bajó la toalla. La dejó en el piso, ya no hacía mucha diferencia, y salió del baño.

    Vivía en un monoambiente, así que apenas regresó a la habitación lo vió en la cama, donde lo había dejado. Parecía incómodo, pero supuso que no iba a quejarse así que lo ignoró. Se sacó la ropa espantosa que se había puesto solo para gustarle a él. Ya no más. Ahora volvía a ser ella misma, con su remerón gastado y su rodete en el pelo. Disfrutando el silencio de antes del amanecer, con su capuchino y las baldosas besándole de frescura en los pies. Tomó su guitarra, extrañaba tanto cantar, y se dispuso a afinarla mientras bebía sorbitos casuales de su taza y escuchaba a la ciudad dormir. Pero algo no estaba bien, algo desentonaba. Paseó la mirada por el cuarto y se detuvo en lo obvio. El hombre en la cama. 

    Estaba en una posición extrañísima. Ni siquiera apoyaba bien la cabeza y uno de los brazos le colgaba por sobre el borde de la cama. Esta vez había tenido la decencia de perfumarse antes de llegar, creyendo que eso lo hacía distinto a los demás. O que por haber comprado champagne y chocolates podía tratarla como él quisiera, como si ella le debiera algo. Tal vez ella misma lo hubiera creído en algún momento, pero eso había cambiado. Ahora era libre otra vez y quería cantar en paz, sin ningún imbécil molestando. Se levantó y con paso decidido fue hacia la cama, lo puso boca arriba y le sacó el picahielo del cráneo. Los ojos verdes de ella se encontraron con los de él, que la observaban desorbitados en sus cuencas mientras limpiaba los pedacitos de hueso y cerebro en una de las almohadas. 

    - No me mires con esa cara - le espetó - te dije que lo que más amaba era la música. Entonces lo tapó con el acolchado, agarró su guitarra y empezó a cantar, como nunca había cantado en su vida. Una canción de Nancy Sinatra.


    Francisco Allende

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