El monstruo me persigue.
Pensé que había quedado encerrado en el armario cuando me fui, pero no. Se esconde acá también. De alguna manera, en algún lugar; porque vino conmigo.
A veces siento que me persigue. En la calle, en el trabajo, en la vida. Cada momento de debilidad, cada instante de duda; lo aprovecha para respirar en mi nuca. Yo miro espantado tratando de encontrarlo pero siempre se esconde trás de mí, y nunca soy lo suficientemente rápido para verlo.
El miedo vuelve a subir, el mismo ácido de mi estómago quemando mi garganta. La realidad girando en toda su fragilidad y el sentido de todo quebrándose en silencio
Pero la gente sigue durmiendo. O caminando, o lo que sea. Un terror totalmente inadvertido por el mundo. O directamente ignorado, pospuesto. Un miedo suspendido en el aire como una pluma, que cae lento y suave hasta golpear el suelo con violencia.
Y yo, ahora, tengo todo que temer, y lo sé. No tengo coraje porque mi dignidad ya está perdida y el monstruo lo sabe.
Solo le queda esperar. Cuando finalmente me quiebre, de estar solo, cansado y triste.
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