Tentativas de agotar un lugar Luqueño
«Mi objetivo en las páginas que siguen ha sido más bien describir el resto: lo que generalmente no se anota, lo que no se nota, lo que no tiene importancia: lo que pasa cuando no pasa nada, salvo tiempo, gente, autos y nubes»
─Georges Perec.
Decidí no fumar. Me detuve a pensar qué obtengo al adentrarme a metas desconocidas, rumbos esclarecidos en representaciones alegóricas.
Sol en su punto álgido, el calor en su cenit, alrededor las flores rosadas, rojizas,blancas van elaborando un trayecto de atención, contraste de murallas oscuras, ladrillos incrustados y adheridos con cemento, diferentes casas, distintas estructuras arquitectónicas, expresión cultural de sus habitantes.
Describo escasamente los árboles, la visión no escala el siseo de sus hojas, ramificaciones en donde se sostienen los pájaros que cantan y las ensoñaciones que atraigo e invento.
Saludos repentinos, sorpresas en los patios, más de un perro ladrándome al paso. Voy por la vereda más atacada por el sol, el camino empedrado da paso al asfalto que se derrite en espejismos de agua, reflejos disipados por los automóviles y su humo. A lo lejos el rumor de los aires acondicionados funcionando para mantener encendidas las ideas de los niños que gritan en las aulas de mi antigua escuela.
El edificio brillando en ocre hasta el tercer piso, a su alrededor una librería, diferentes negocios, un restaurante que sirve carne asada y un taller de neumáticos sobre la arteria pavimentada.
Cruzo esta calle sin problemas, ningún bólido interrumpe mis pasos, saludo a mis vecinos en la panadería, observo a un trabajador pintar con prisa haciendo sonar un soplete sobre un hierro.
Al llegar a la esquina me distraigo observando un fiat verde y unas flores azuladas y no me doy cuenta de que ya estoy cruzando la calle. Una camioneta para a recordarme la atención a bocinazos.
Al exasperarme dejo rodar mis pensamientos hacia otras ideas; la tragicidad del mundo, la composición de los colores, mi juventud evaporada, humedad de los tumultos, verde musgo y nuevas flores de repente una campana de meditación budista, un zumbido zen totalizante, la magnitud de la vibración y sus frecuencias, el agua manifestando sus preocupaciones, señalizando el camino, dando esa resonancia de emotividad que es una universal sintonización manifestándose; mi botella de metal chocando contra mi celular en el bolsillo, nuevamente está conmigo el universo expandiéndose, haciéndose notar bajo la sombra de un gran árbol que ocupa la mitad de una calle.
La parroquia que exhibe su cruz melancólica invitándote a sus ritos, sus flores explayadas en un recuerdo;
─Cuando arranqué unos cuantos pétalos para ofrendarlos a alguna muchacha.
El camino descendiendo en un largometraje de antiguo pantanal consumido por la civilización. Coro de grillos y batracios, sauces llorones y otras plantas de humedad.
El ojo azorado al costado de la avenida, núcleo del acceso principal, tráfico de claxon ensordecedor. Después de la impaciencia logro cruzar y me detengo en el medio para nutrir futuras pesadillas de autos avanzando en mi dirección.
Después de esquivar pequeños lagos verdes en el camino, la mirada atenta de los primeros agentes de policía patrullando la plaza a la que voy.
Llego y me siento a ignorar a unos adolescentes silbándome desde los primeros banquillos. Quizá para pedirme cigarrillos o para que los entretenga con mis historias.
Me siento a escribir en una sombra hasta que dos muchachas se asoman para mi entretenimiento; Ara y Eli me cuentan sus cuentos con sus ojos rojos, riéndose de todo lo que digo hasta que una segunda patrullera atrae la preocupación a sus rostros, fumamos sin preocuparnos hasta que se van a comer guayabas y yo me quedo a rimar todo esto.
A mi lado tengo a la Poesía Lírica, El divino narciso de la décima musa -Sor Juana,
miel temprana en mis labios del dolor: Describiendo racionalmente la irracionalidad del amor.
El banco donde estoy sentado está torcido, mis pensamientos dormidos despiertan y me saluda un podador con su motosierra antes de empezar la sinfonía mecánica de escuchar a un árbol morir, manteniendo a raya a la naturaleza que inútilmente solo nos provee de oxígeno.
A las cuatro me levanto para seguir caminando, no sin antes terminarme un trago de agua fría mantenida en el hermetismo de mi botella metálica. El flanêur luqueño sobre una ciclovía va midiendo la cadencia de sus pasos, saludando con el pulgar en alto a un conocido que pasa en un tractor, acelerando esta elocución y muchas otras más veo a dos niños jugar con una pelota haciéndola rebotar rumbo a la cancha de básquet.
Mi reflejo multicolor en las vidrieras que están cerca de la extinta parada del tren, levito sobre los viejos rieles que no vendimos a empresas inglesas y silbo una canción de Los Beatles cuando aparezco caminando al costado de las vías.
Unos muchachitos me miran tratando de dar miedo, esa fiera necedad de la juventud sin saber que cuando andaban en juegos de niños yo hacía lo mismo que ellos hacen ahora, les regalo una mirada inquisidora y atravieso sus miradas con una sonrisa sarcástica; símbolo de la ausencia del miedo, bajo las escaleras con un ademán para los vendedores de alfombras y desde un colectivo de la línea 61 un pícaro niño me saca el dedo del medio.
Voy cruzando viejas veredas y sus ladrillos, paso sobre una pizzeria y un estudio de tatuajes, si tuviera dinero me tatuaría un corazón medieval sangrando el fuego de la iluminación y sobre él, el puñal poético de Villon.
Logro llegar a otra esquina, ningún auto cede el paso en esta calle, me ingenio y cruzo de todas formas.
Frente a un colegio una joven madre sostiene a un niñito en sus brazos y besándolo le pregunta; ¿Vos sos pequeñito? Y él decidido responde que ya es grande.
Sonrío por eso, lo mismo unos trabajadores que están barriendo la calle, una montaña de basura me recibe al llegar a la esquina de la plaza principal de esta ciudad auriazul que ahora anuncia a campanazos el cuarto de hora.
Leo unas cuantas redondillas de voces suaves hasta que me distraigo ( a muy pesar mío) con los amantes en el parque, flores nauseabundas, mareo emocional, los veo conversar y reír y besarse y decirse aquello que nuestra voz materializa como felicidad en el alma.
Me pregunto varias cosas al respecto que seguro no vale la pena traer al papel, algo así como;
─¿Por qué yo no? O peor aún ¿Recuerdas cuando vos hacías lo mismo?
Varias veces dormido en el monumento esperé que ocurra alguna acción o que me acompañen a alguna aventura, eso fue hace una década, parpadeo de los dioses radiantes y ahora cansado, sediento, sin dinero, trabajo ni perspectivas me dedico al último atisbo de miseria, el centro del dolor, la justificación de tanta pasión de tanta vagancia:
La literatura - La escritura.
Vuelvo a lanzarme a más caminatas siempre desplazando mi presencia por la vida encontrándome en la mirada de los otros, en los atardeceres de un Jueves del trópico, oliendo los aromas que emanan los cigarrillos exóticos atrás del colegio nacional pasando por un cúmulo de sueños que es una cancha de fútbol (La villa Elena) y el local de comidas; Chukos.
Mi tránsito se pierde en el jadeo y el sudor, ahora estoy atrás del colegio Héroes de la Patria pensando hacer un grafiti marxista que sugiera autores subversivos para nutrir la mente de los jóvenes. A la vuelta el local de hamburguesas; Kuremoi.
La calle volvió a ser un modesto empedrado hasta que nuevamente el flujo pétreo y opaco se revistió del granito asfáltico, de pronto los árboles sonrieron indicándome el camino achicando el pasillo de convivencia hacia una esquina de dos pisos donde funciona un almacén que abastece a toda la cuadra llevando el nombre de Osmarcito.
Una ajetreada construcción está reposando después de un arduo día y nuevas casas van brotando en el vecindario, se alzan los conocidos y alabados árboles de Mango y Aguacate y mi muralla roja de pilares amarillos me recibe.
Extrañamente se cumple la premonición Beatlemaníaca al sonar desde el parlante la canción que estaba silbando hace un rato, maravillado por este suceso celebro con un yogurt de frutilla ofrendado al autor francés Georges Perec y este día literario en el que intento ser como él.

Soldado Desnudo
Escribo en todas las superficies. Las palabras brotan sin significados, son el cúmulo olvidado y de ellas me alimento.
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