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Suspiros

Sep 18, 2024

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Suspiros
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No hay más que una imagen, separada, temblorosa en su soledad, obsesionada por esa intimidad que tuvo un instante con lo real. Y es precisamente esa obsesión, hecha de distancia en la proximidad, de ausencia en la presencia, de imaginario en lo real, lo que nos hace amar las fotografías.[1]

 

Un viaje es la excusa para un regreso hacia ningún lugar. La fotografía, sin dudas, es un testigo privilegiado frente al paso del tiempo: muestra errante de lo que se nos escapa, de lo sido pero que sigue sucediendo, a condición de haber desaparecido.

Un viaje es un compromiso con la distancia. Es la condición de su existencia, compuesta también de otros viajes; todo un mapa de distancias trazadas arbitrariamente que forman parte de nuestra vida.

Alpa Corral se convierte en un mirador casual sobre el cual posarse y reflexionar sobre la imagen y algunos de sus efectos. Aquí suceden al menos dos viajes, con quince años de diferencia entre uno y otro. El primero, asociado a la esfera familiar y a la pubertad, y el segundo a la esfera adulta propiamente dicha, sobre el cual, sin embargo, pesan las huellas del primero.

El álbum entonces se abre, se re-escribe. Esas imágenes mentales que hacen a nuestro acervo identitario comienzan a tambalear, si no es que ya tambaleaban antes. Ahora comenzamos a admitirlo, poco a poco. Las circunstancias nos llevan a un punto de no retorno: un pinar.

Aquel pinar cruzando el vado, símbolo de las sierras frondosas de Córdoba y huella perdurable, se desvanece en el instante en que llegamos al lugar. Tan solo vemos la ruina expuesta, como aquella historia de las fundaciones de Roma. Todo un asunto de recuerdos, en síntesis, de imágenes construidas; esa latencia propia de la inscripción habida que tropieza con su propia naturaleza: su ausencia.

En vano fueron los intentos de recobrar ese primer viaje: tan solo algunos archivos de esa época, registros visuales empequeñecidos, de preservación modesta; apenas unas notas al margen del recuerdo edificado. Pero, en tanto un pinar se encuentra perdido, tantos otros se abren camino, se vuelven ficcionales. Entre los hilos ausentes, como alguna vez escribió Roberto Juarroz en sus versos, esas historias que no se contaron, que no surgieron, que apenas se asomaron por un visor, encuentran sitio. Es que allí, esa pérdida inaugural funda la mirada, la del espectador que arriesgue un contacto con lo que ve, con lo que cree.

Un relato es la excusa para construir sentido a nuestra existencia. La fotografía puede comportarse como un relato, o más bien como un movimiento hacia el contacto con aquello que intentamos representar que, dada su distancia insondable, resulta en algún punto incomprensible. Escribimos, fotografiamos, volvemos a escribir, sentimos, hacemos que la cosa circule, para que siga diciendo, de otras maneras.

 

 


[1] Dubois, P. (2019).  El acto fotográfico y otros ensayos. La marca editora, p. 329.

Patricio Coradini

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