sobre las experiencias y procedimientos estéticos de la vida
Dec 3, 2024

[Imagen de portada: Principales exponentes del tropicalismo brasileño, movimiento contracultural importante de fines de la década de 1960 en dicho país, de fuerte y profunda impronta estética. Un gran ejemplo de cuando la piel tiene en sí una historia, y esa esencia no sólo es de resistencia, sino de impronta y actitud frente al deliberadamente querer mostrar unas «formas», un «ser» que se muestra para como quiere ser, para dentro y para el vistazo de afuera.
De izquierda a derecha: Jorge Ben, Caetano Veloso, Gilberto Gil, Rita Lee, Gal Costa
<3]
Definamos a las experiencias estéticas, aquellas de cuero, como una piel que cubre a la correspondencia temporal de dados momentos. A lo mejor puede pasar que lo primero a lo que asistimos sean las banalidades y clichés del tipo «recuerdo el sol en tu mirada» o «veo nuestras miradas por la mañana» cuando se trata de querer abordar este tema. Probablemente nunca nos preguntamos si acaso las palabras que decimos se sienten como nueces, y si nuestros ojos se ven como rosas. Aún así, tenemos otras mañas para repensarlo y abordarlo sin tropezarnos en vacuidades.
¿Cómo lucen? ¿Cómo lucimos? ¿Será que contienen lo que envenena miradas y hace de nuestra esencia un signo que remite a esos instantes?
Lo que sí o sí es un hecho, es que se trata de un arte cabal, de tiempo al tiempo. Se trata de adorar a la bella sustancia de las formas, las abstracciones de lo visible, coloridos u opacos, distinguidos aspectos que viven dentro y fuera de nosotros, así como también aprender a vivir(nos) a través de ellos: tanto la sumatoria del conjunto de las experiencias como individualmente cada una de ellas tienen la capacidad de sumar un valor substancial al resultado final del producto o momento estético —o a los subproductos de este, suponiendo que aquello que se concibe como «estético» no haya sido necesariamente intencionado, sino una característica o consecuencia más de la experiencia general humana en cuestión— que altere sus fundamentos o aspectos propios, como si de rizomas(1) se tratase. No obstante, a fin de no idealizarla, recordemos siempre que la cuestión del hermoso culto que podemos profesarle a la estética y la salvación que podemos abstraer de ella está profundamente distante de toda superficialidad banal y materialista —dicho en el sentido cotidiano, no filosófico o histórico, claro está—, de falso amor por las apariencias en términos transaccionales, de privilegios o de adquisición de concesiones, por narcisismos de estatus o sectarismo. Estos inescrupulosos fines más bien avasallan y erosionan la cabalidad de su «aura»(2). Contradicen ese carácter afirmante, espontáneo, punto justo de cómo esta se ve y de cómo nos muestra al mundo a través de lo que desde afuera se observa en nuestra piel; no es la epidermis por sí sola algo que exprese más que ínfulas de miradas superantes o verborragias del ego si no se es consciente de las capas sobre las cuales subyace, el origen de su expresión, su finalidad y la propia historia que le precede. Ser un pendenciero de las apariencias es, entonces, cuanto menos una antítesis de la vera admiración por los procedimientos y momentos estéticos que se llevan a cabo dinámica y constantemente alrededor de nosotrxs a toda hora.
¿Qué pasa con la desatención? ¿Acaso lo estético ya resulta intrascendente? ¿Si algo es «estético», sólo significa que es bonito y poco más?
La exponencial y creciente guerra de la dopamina a bajo costo y la plena vigencia de la economía de la atención juegan un papel contrainsurgente frente a la esteticidad observable por fuera de las formas, es decir, se establece una prioridad sobre la atracción superficial o formal de las cosas que deliberadamente mitiga la necesidad de abstracción o pensamiento consciente. Se rezaga así el interés por los contenidos y la historicidad que hacen de la estética una experiencia deleitante, o por lo menos intrigante en sí misma. La mediocridad de lo anti-estético y su consecuente intercambiabilidad o equivalencia del término con la definición de «superficial» son resultado de un entendimiento fundamentalmente errado —ni hablar de la absurda correlación de «bello» con «estético»— que está a la orden del día.
Después hay otra cuestión no menos importante. La adjetivación de la estética por fuera de la subjetividad que nos atraviesa humanamente, en términos de atribuir un carácter benigno o maligno de manera intrínseca a aquello considerado «estético», supone una incomprensión evidente de sus motivos, intenciones, métodos o fines. Desde ya, por si no fuese de antemano una obviedad, que el esteticismo presente en las cosas juega para el bando de quien posee los medios que lo elaboran y difunden; que no nos sorprenda la posible y aparente mística, cualidad «aurística» podríamos decir, que voltea miradas y roba corazones, de la simbología retratada tanto en la actividad mercantil aparentemente más inocente —aquella de la caja de un juguete infantil, con la finalidad de no sólo ser vendida sino de apelar a los anhelos de juego del infante— como en la propaganda política más colonizante y humeada de un aire exterminador, de un carácter cultual —la apropiación de la esvástica dextrógira por el nazismo, el sol negro y las runas escandinavas por las ultraderechas europeas, entre otros ejemplos— que habilita el disfrute y la interpelación a quienes apoyan los considerandos detrás de estos símbolos y se hallan cautivados por la experiencia estética que surge de estos.
El epílogo a esta cuestión debe, podríamos decir, girar en torno a esforzarnos por habitarla desde una deliberación o consciencia presente en la medida de lo posible, donde esas experiencias contenedoras de esteticismos sean genuinas y meditadas, o al menos provenientes de una comprensión real de sus propios orígenes, intenciones y motivos más allá de las efímeras apariencias, evitando atribuir significancia bajo criterios de superficialidad.

luigi @nubedejazz_
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Notas al pie:
El término rizoma fue popularizado por los filósofos franceses Gilles Deleuze y Félix Guattari en el segundo volumen de la renombrada obra teórica Capitalismo y esquizofrenia (1972) titulado Mil Mesetas (1980). En oposición a las estructuras jerárquicas y binarias del pensamiento occidental tradicional —como el árbol, que representa el conocimiento organizado de manera lineal y ramificada desde un único punto de origen— el rizoma es una metáfora botánica que describe una estructura no lineal, horizontal y expansiva. Los rizomas, al igual que ciertas raíces subterráneas, se extienden en múltiples direcciones, conectándose de manera impredecible y no jerárquica. En el contexto filosófico, el rizoma simboliza una red infinita de conexiones en la que cualquier punto puede vincularse con cualquier otro. Deleuze y Guattari lo asocian con conceptos como la multiplicidad, el devenir y la resistencia a las estructuras de poder autoritarias. Extrapolado al campo de las experiencias estéticas, esta noción sugiere que estas no siguen una trayectoria fija, sino que se desarrollan y transforman a partir de encuentros impredecibles y entrecruzamientos en la vida cotidiana.
El concepto de aura fue desarrollado por el filósofo y crítico literario Walter Benjamin en su ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1935). Se refiere a la cualidad única e irrepetible que caracteriza a una expresión estética auténtica. Esta singularidad se manifiesta en la manera específica en que la obra existe y se presenta ante el espectador, dotándola de una presencia particular que la distingue de otras manifestaciones artísticas. El aura comprende tanto la originalidad material de la obra como su dimensión temporal y espacial única, su historia y su contexto de creación. Benjamin argumenta que esta cualidad se ve amenazada en la era de la reproducción mecánica, donde la multiplicación de copias puede diluir la experiencia única y directa con la obra original. En el contexto contemporáneo, podemos extender su noción a la crítica de la reproducción digital y la circulación masiva, epidémica e inconsiderada muchas veces, tanto de información nimia como de imágenes u objetos estetificables con poco o nulo contexto, lo cual erosiona las experiencias estéticas auténticas y meditadas, llevando a concebirlas mediante ópticas superficiales o reduccionistas.
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luigi 🔻☭
vivo en las mieles y las hieles de la vida rezándole a la vendimia eterna mi prosa perenne, injerta au coeur | letras ffyl — uba
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