III
Te recuerdo mirándome, en esos momentos en los cuales de solo correrte un poco para regalarme tu mirada yo encontraba un punto en el cual me hacía de mi verdad. Mi verdad era que vos me mires. Cuando te miraba yo sentía la seguridad de que por primera vez en mi vida entendía algo de mí (y eso mío que comprendía, en realidad era algo tuyo).
Tu recuerdo es una imagen. Una imagen hecha de doscientas mil otras imágenes que yo construí junto a vos, o que elaboré solo, o que vos armaste en mí. Tu imagen fue el resultado de un proceso largo y arduo en el cual, día a día, yo iba conformando tu figura, tus bordes; porque cuando te tocaba el pelo para corrértelo de la cara, por ejemplo, ahí delimitaba un detalle de tu imagen, y también vos delimitabas fragmentos de la mía. En otoño el sol te daba tibiamente en las pecas de tu cara, y yo podía ver tus ojos marrones destiñéndose de a poco por el brillo de los rayos de luz, tus ojos ofrecían combate en una lucha que terminaba por dejarte un poco molesta, cerrando las pestañas suavemente, volviéndote a mí para mirarme y encontrar vaya a saber quién qué cosa; amor, amor mío, ahora ningún rayo de luz del sol me puede brindar tranquilidad, porque solo lo contemplo desde la imagen de tu recuerdo, y ahora ya no estás acá para mirarme, yo no estoy allá para recibir tu mirada. Vos ya no venís a ninguno de mis escenarios, y yo ya no observo tus ojos.
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