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Las consecuencias de un dolor no sanado a tiempo

Tongas24

Aug 30, 2025

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Las consecuencias de un dolor no sanado a tiempo
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Pero si por casualidad existe otra forma alterna de ver la vida como algo hermoso, avísenme. No me dejen afuera. Porque yo los cuidé, y necesito que me validen con acciones sinceras.

No me encuentro bien, aun rodeado de personas que en algún momento justificaban mi felicidad. Todavía pienso en qué momento mi esencia se dejó manipular por la tristeza, dando así argumentos para quienes validaron mi alegría en otro tiempo, y que hoy, ahora mismo, en el presente, me tienen como alguien incapaz de expresarse correctamente al contar lo que pasa dentro de mi cabeza.

Es doloroso no saber cómo expresarse. Bah, en realidad sí sé. Pero cuando llega ese momento esperado por quien pasa sus penas en soledad, ese instante donde un alma pregunta cómo estamos, ahí, justo ahí, mi cabeza queda en blanco. Me preocupo más en disfrazar mis emociones tristes para que aquel que se puso en el lugar de escucha activa se vaya con la sensación de que soy una persona consciente de lo que me pasa, de que tengo la esperanza de que todo cambie, y —¿por qué no?— seguir mintiéndole un poco más para que se vaya a dormir tranquilo, creyendo que soy capaz de lograr un futuro no tan doloroso.

¿Por qué será que, aun largando mis dolores más profundos, en ese trance de pureza me concentro más en que la otra persona no se ponga mal? Porque es el doble de doloroso estar contando una sensación de tristeza y, aun así, en ese fragmento de eternidad donde por fin muestro cómo estoy, donde mi tristeza sale a flote con la esperanza de que la felicidad vuelva a hacer de las suyas como tiempo atrás, me duele. Me duele contarlo y fingir que no es tan grave. Porque pienso yo que, si aquel que se prestó a escuchar un dolor también anda en búsqueda inconsciente de que el tuyo se asemeje al suyo —y así ambos encontrar una solución, aunque sea temporal—, ¿quién se da cuenta de eso? ¿Quién se da cuenta de cuándo alguien pregunta cómo estamos para saber si de verdad lo estamos, o simplemente para que le contemos un poquito de nuestro dolor? Y cuando ese dolor se parece al que el otro sufre, ahí, justo ahí, entra el egoísmo: interrumpir una narración de sufrimiento para encontrar una cura propia en ese mismo instante.

Por eso me cuesta largar lo que siento. Sé que está mal pensar eso. No todo el mundo se acerca con la intención de que tu dolor pueda llegar a ser la cura de lo que alguien sufre.

¿En qué momento pasé de ser un abanderado ejemplar, representante quizá de una felicidad que parecía eterna, a convertirme en un excluido por decisión propia? Con una historia hermosa detrás de cómo amar, pero en la actualidad amargado por ciertas decisiones que tomé por no saber cómo gestionarme dentro de algunas tormentas. Tormentas que habían avisado su llegada, pero mis ansias de empaparme con nuevas tristezas —pensando que era capaz de aguantar aún más dolor del que ya tenía— me hicieron fracasar por la inocencia de creer que, a mis 23 años, podía argumentar qué es la felicidad.

Creo que es evidente: no estoy pasando por una buena etapa. De hecho, ahora que lo pienso, siempre mis “buenas” estuvieron cargadas de dolores. Porque soy así: no sé lo que es reír sin pensar en mi talón de Aquiles.
Porque soy así: no tengo idea de lo que es vivir en un fluir constante donde uno se deja llevar por la marea. Yo no me puedo dejar llevar por la marea. Necesito cuestionar, necesito pensar, necesito saber en qué momento empieza la marea y en qué momento termina.

Soy así: me cuestiono hasta los momentos en los que más felicidad sentí. Porque si sentí felicidad significa que el dolor estuvo. Porque nadie puede ser feliz sin que el dolor haya tocado su corazón. Y nadie puede andar triste si nunca tuvo a alguien o algo que validara nuestra existencia frente a la muerte.

Soy así: consciente de lo que pasa, pero ingenuo a la hora de contar lo que me pasa.


Alguna vez escribí la siguiente frase:

Expresate.
Capaz al principio largás todo de forma rápida, caótica, hasta inmadura.
Pero no pasa nada.
El comienzo de la sanación no suele ser elegante ni madura.
Suele ser desordenada, torpe y profundamente humano.
Porque merecés ser escuchado, incluso en tu caos.
Especialmente en tu caos.
Decí lo que sentís, o ese silencio te va a hacer ruido toda la vida.

Hoy leo eso y lo primero que siento es envidia por haber tenido ese pensamiento. Y lo segundo, dolor, porque sé —como bien dije antes— que en algún momento pensaba de una forma más positiva y bonita.

Estoy tratando de seguir adelante, lo juro, lo prometo. Por Dios, es verdad: sé que mis cambios de humor no están buenos, y menos para terceros. Sé que es incómodo que me presente en una reunión con amigos o familiares y que esté callado, con cara de que todos me deben algo y yo les debo el doble. Lo juro, no es lindo no poder levantarse de la cama y, si por casualidad lo hacés, sentir cómo una fuerza invisible te dice que te tumbes nuevamente. Que si te levantás ahora vas a dar más vergüenza. Que es mejor quedarte acostado.

Estoy muy cansado. Estoy muy enojado. Y si soy feliz, es solo por instantes. Y encima, no soy feliz por mi presente, soy feliz por mi pasado. Y eso, como todos sabemos, es un arma de doble filo. No existe nada más horrible que darse cuenta de que tenemos un presente que resolver, pero desear un futuro que sea como ese pasado puede condenarnos al anhelo eterno de pensar que lo mejor que tuvimos nunca volverá. Y qué error más grande es ese.

Porque aquel que tiene la mente sana sabe que esos recuerdos del pasado pueden ser un plus para levantarse de la cama y salir a buscar en el mundo algo parecido a lo que sentimos aquella vez. Moverse en busca de emociones que alguna vez vivimos puede ser la salvación, ¿no?

Si la salvación está en ponerse en movimiento para ir en busca de nuevas sensaciones o algo parecido a lo que sentimos en el pasado, puede que esté salvado. Ahora, si la salvación está en otro lugar, creo que estoy muerto.



Pero si por casualidad existe otra forma alterna de ver la vida como algo hermoso, avísenme. No me dejen afuera. Porque yo los cuidé, y necesito que me validen con acciones sinceras. Y recuerden: si se les viene el mundo abajo, pueden entrar a mi mundo para charlar. Siempre voy a estar. Siempre voy a estar, aunque no pueda. No dejen de buscarme, no dejen de extrañarme. Cuídenme, aun en mi eterna ausencia. 

Aunque mi mundo se caiga en pedazos, prefiero ver el derrumbe de mi salud mental entre dos, antes que mirarme solo al espejo y darme cuenta de lo que puede llegar a ser una vida llena de angustias sin ser gestionada a tiempo.

“ Validá tus instantes de felicidad con la esperanza de que todo puede llegar a cambiar, pero que esa esperanza no se vuelva cotidiana, porque te vas a desilusionar todos los días “ 


Tongas24

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