La soga muerde y el aire no pasa.
No hay con que gritar, ni como llorar.
La sangre me baña el alma
y todas mis palabras salen rojas.
Cada frase abre la herida
y le cae encima como un puñado de sal.
Mi carne se vuelve mi propia prisión
Entre el interior que castiga, cruel
y el afuera que muerde, sin saber.
Cada acto es un símbolo,
del amor más profundo y real
o la desidia y el desprecio a mi corazón.
Cada día un punto de quiebre,
deja sangrar la herida o no puede cerrar.
La espalda rota bajo la llovizna gris,
Y el sol que no quiere dejar atrás las nubes
Esperando el gesto que de el calor,
que me saque de la tormenta.
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