Yo no soy de mí. Ni mía ni de nadie.
¿Cómo se supone que haga tantas cosas, entonces? Con un cuerpo y una mente que no reconozco como propias. Una vez, hace muchos años, sentí que mi cuerpo era mío; si quería mover las piernas, se movían, si le daba órdenes a mis brazos, obedecían, si quería bailar, bailaba, y si quería llorar, lloraba.
Yo era de mí, y lo sentía.
Quizás (e irónicamente) ese fue el único suceso metafísico de toda mi vida.
Ahora, no estoy segura ni de poder sentirme.
¿Cómo escribo entonces? Si soy un pájaro de hielo y cenizas, que explota fuego azul por los ojos y canta como la desterrada.
Me he apoderado (y debo confesarlo) de sensaciones y nociones que no son mías; me he apropiado de otras vidas hasta quemar mi historia y mi tiempo.
Me he obnubilado con tus ojos para dejar de tener miedo, he contemplado tu sonrisa para ver la creación y he habitado tus manos para escapar del terror conocido y guardarme del frío.
Canto yo así, hija de la nada.
Canto, y mi canto no es mío.
Entonces, el gran cuervo tomo forma de calidez y me abrazó.
—Mi niña —dijo—, ¿hace cuánto que tienes miedo?
Yo lloré y me dejé tocar.
—¿Acaso no sabes hablar? —preguntó.
Yo lo miré, confundida y aterrada.
—Tengo miedo —contesté—, tengo mucho miedo.
Entonces, el cuervo me abrazó más fuerte. Como quien recibe a un viajero errante. Y yo lloré aun más, porque me abrazaba como si yo no fuera yo, como si se pudiera sentir misericordia por mí.
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Necesito un mundo más abrigado y piadoso, un lugar obeso y dulce con olor a opio y a rosas efervescentes.
Este mundo combina con la tierra de los sueños, tierra de las maravillas. Pero me refiero a reemplazar en pensamiento por el ensueño, superponer las realidades, emborracharse en una atmósfera y luego pasar el aire a la otra.
Aprender la locura es, en realidad, apropiarse de ambas tierras al mismo tiempo.
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Primero: una confusión terrible.
Segundo: una estampida interminable de aves negras que chocaron contra la ventana de la prisión de la mente y mancharon el vidrio de sangre verde.
Tercero: una fuga o una confusión proveniente del hechizo de la diosa del filo-palabra, que enseña o ilumina a sus elegidos según su preferencia.
Cuarto: sé que mis rodillas estaban en el suelo pero no recuerdo a qué gravedad estaban obedeciendo.
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—¿Quieres venir? —preguntó.
—No sé qué quiero —dije.
—¿Perteneces a la vida o a la muerte? —dijo.
—Tampoco sé eso —contesté.
—¿Y en qué crees?
—En nada.
—Dame la mano —ordenó.
Yo no obedecí.
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—Mamá —dije—, apúrate; que me están buscando del otro lado. No te escondas, por favor; que les tengo miedo a los relojes y a su marcha arrulladora. ¿Qué haré si vienes cuando yo ya sea vieja? Las ancianas no necesitan a sus madres. Apúrate que te necesito ahora. No te escondas, por favor, por favor, dime algo.
Por favor, protégeme.
Mamá, tengo algo oscuro y frío metido en el pecho; por favor, arráncamelo.
Mamá, ven que me están golpeando y violando por todos lados; apresúrate, que me asfixian.
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Estoy cansada de ser mi hija y mi padre y mi madre y mi hermana y también mi amante y mi médica. Cuando sea sabia, también seré mi consejera y mi maga.
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¿Estoy gritando? Las madres atienden al llanto de sus hijas.
Quizás no fue lo suficientemente alto; quizás no fue con la suficiente fuerza. Quizás hice un montón de ruido aparte y los distraje.
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Entonces abrió los ojos de la palabra y la sacerdotisa dijo:
—¿Cuánto tiempo te daré para detener el tiempo antes de que yo decida detener el tiempo?
Y alzó su mano de frío para acariciarme el miedo.
Ahora hay un enviado en mi ventana que se posa todos los días a la misma hora y pregunta: —¿Ya has decidido?
—No —respondo con sigilo, porque en realidad me tiembla la voz y el deseo.
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Estoy escribiendo un poema hasta llegar a la misma cantidad que Emily Dickinson (1775 poemas en toda su vida) por cada café
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