Tengo un columpio en el que muchas veces imagino que viajo a otros lugares.
Visito universos que nunca nadie antes a soñado y hablo con seres que nadie conoce.
Cada vez que me meso sobre él, siento que la realidad se va desvaneciendo poco a poco, y el mundo a mi alrededor desaparece hasta que ya no quedan rastros de él.
El columpio es algo inestable a veces, o quizás lo son mis piernas, pero no me importa.
El me ayuda a olvidar un mundo del que no quiero ser partícipe.
Me meso, levanto vuelo y luego desaparezco.
Pretendo esconderme en mundos en los que tu no existas, y los idiomas sean otros, donde no haga falta explicar nada a nadie para que te comprendan.
Sueño con un mundo en el que se hable con los ojos y se llore por la boca.
Donde solo sea necesario escribir.
He mudado de piel muchas veces desde el primer cambio de estación, pero no de alma.
Ya no me duele arrancarme la piel una y otra vez con tal de olvidarte.
Pero nunca consigo que sea permanente.
El columpio siempre, en algún momento, para.
Y entonces me veo obligada a volver a la realidad.
Transmite esa emoción que sientes cuando aún no te has dormido y percibes los sonidos a tu alrededor, cuando el insomnio aun te mantiene despierto.
Por eso solo puedo hamacarme por las noches, cuando nadie escucha y nadie cree.
Cuando nadie existe.
Pero como cuando duermes y luego despiertas, el columpio en algún momento para, y entonces no es posible volver al lugar con el que había soñado.
Solo hay un viaje, un sueño, una oportunidad.
Porque el columpio se mese sobre un acantilado y solo tienes una chanse de apoyar los pies en la tierra para empujarte.
Luego, vuelas sobre el abismo.
Sueña.
Hasta que el impulso ya no alcance y quedes a la deriva.
Y para volver a tocar la tierra, debes despertar.
El columpio se mese sobre el abismo.
Las cuerdas que lo sostienen cada vez son menos.
El peso que llevo sobre mi alma siempre crece.
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