Es un coqueteo cruel, esa es la mejor manera de explicarlo. Somos dos, que a la vez somos uno, y nos odiamos. Pero llevamos tanto tiempo juntos que no podemos vernos a nosotros mismos sin ver al otro. Ella me odia tanto que no puede verme con alguien más. Yo la odio tanto que no la puedo apartar de mi mente en ningún momento.
Entonces bailamos, bailamos sin dejar de pisarnos los pies. Y cada vez que la lastimo ella me muestra sus cuchillos.
A Delia le gusta mostrarme sus cuchillos, y se complace en mi fingida indiferencia hacia ellos. Le gusta mirarme a los ojos mientras siento el peso de la hoja en mi mano. Cuando el acero me toca la piel ella se moja los labios.
Me gustaría poder decir que todo esto me parece horrible, pero no sería cierto. Simplemente la observo regocijarse, y disfruto yo también. Disfruto de pararme en el abismo que es el filo del cuchillo, donde se balancea todo lo que yo soy y lo que es Delia. Es una cuerda floja, o un puente quebrado. Una isla en un mar feroz. El lugar desde donde la tormenta me rodea pero el viento no me alcanza.
Y entonces salto. El vértigo de la caída me hace pensar que el abismo no tiene fondo por un instante, y empiezo a desear golpear el suelo con violencia y encontrar el fin. Pero siempre caigo en mis firmes pies, dispuesto a no volver a bailar con Delia de vuelta y dispuesto a probar el filo de sus cuchillos.
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