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Decir. Para no morir.

Conrado

Oct 13, 2025

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Decir. Para no morir.
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Está la muerte. Está acá, está presente todo el tiempo. "No estás pudiendo con los muertos" me dice mi analista después de que yo le contara la manera en la que me deprimo ante ciertas presencias. Vitalización, vida, luz: significantes que recorren el consultorio de ella, quien, sonriente, me escucha desde ese lugar tan extraño que es un analista, porque eso es un analista: un espacio. Un espacio vacío donde la palabra entra y nunca vuelve de la misma manera en la que salió. Un espacio vacío donde uno descubre que el lenguaje es oscuro y enigmático, que las palabras no son lo que uno cree. "No estás pudiendo con los muertos" me dice. Pero, ¿cómo hacer con los muertos? ¿Qué hacer con ellos?

Están los muertos. Están acá. Está la muerte también, y es una muerte en vida. A veces siento que estoy viviendo la vida de un muerto. Pero algo en mí resiste. Algo en mí quiere vitalizarse. Uso muchisimo esa palabra. A mi analista le gusta, a mí también. A la muerte la enfrento desde la vida. Desde el deseo.

¿Dónde está el deseo? ¿Qué es el deseo?

La lucha entre la vida y la muerte. Freud decía que la historia de la especie humana puede resumirse como la historia interminable de lucha entre la vida y la muerte. La luz y la oscuridad. En el ultimo capítulo de una de las mejores series que ví, un personaje muy oscuro le dice a su compañero (un varón radiante y rubio, indiferente, mucho menos sensible y profundo que él) que al final es siempre el enfrentamiento entre la luz y la oscuridad. Uno elige el bando. No es facil elegir. Hay que elegir. Pero cuantas veces uno cree que va hacia la luz y en realidad se está metiendo en el otro pozo. Cuantas veces, también, la luz encandila.

Se necesita un poco de muerte. Tenerla en consideración, decía Freud. No negarla. Porque si se la niega no se puede vivir. Anne Dufourmantelle decía que a la vida hay que arriesgarla un poquito, para no morir. Arriesgar la vida para no morir. No se puede vivir sin tener en cuenta que ahí a la vuelta está la muerte. Dolina decía que admiraba ciertos tipos de pesimistas, sobre todo aquellos que bailan arriba de las mesas en las fiestas, alegres y eufóricos, pero que cuando te miran vos entendés que en su mirada hay un saber, hay un recordatorio: yo no olvido. Yo no olvido eso que espera.

No olvidar. Nunca olvidar. No olvidar a la muerte pero tampoco a la vida. El infierno está acá, dijo Italo Calvino. Está acá todo el tiempo. Pero hay un solo camino: ir hacia aquellos que no son infierno, armar un refugio, reunirse, hacer lazo. Dar amor, recibir amor.

"¿Cómo doy amor yo?" le pregunto a mi analista después de un trabajo inmenso con mi palabra hasta llegar a semejante pregunta. En un analisis es más importante llegar a una buena pregunta que ensayar respuestas. Me emociono, me angustio. Nunca antes había pensado en eso. ¿Cómo me abro? ¿Cómo amo? "El corazón está abierto siempre, depende quién lo lea" dice Charly. En mí caso es al revés. Está cerrado siempre, no importa quién lea.

Después de un tiempo inmenso volví a ver a, quizás, la unica persona con la cual alguna vez abrí mi corazón. Pero yo no conozco esos tiempos ni procesos, entonces lo abrí demasiado. Me perdí. Me perdí ahí, en ella. Creo que ella también se perdió en mí. "O me pierdo en el otro o me aíslo" le digo a mi analista. "No me quiero perder en el otro" me dice ella después de tanto tiempo. Yo que pensé que ella sabía, que ella tenía más experiencia en esto de los tiempos y los espacios del amor. Yo que pensé que ella podía calcular, saber de mejor manera dónde meterse, dónde no. Alguna vez supimos encontrarnos en esos tiempos en los que los dos estabamos perdidos en el interior del otro. Una luz nos unió, una cierta manera de entender las cosas, de observar el mundo. Alguna vez nos escuchamos y nos sostuvimos en las palabras del otro, y encontramos una manera de narrarnos, equívoca y errónea, incorrecta y confusa, pero algo se escribía. Juntos escribimos un texto hermoso que hoy ninguno de los dos sabe a quién le pertenece, ni de quién fue la mano que sostuvo el lapiz. Pero eso fue nuestro.

Algo armamos. Y eso, a la vez, fue lo que nos armó a nosotros. Al mismo tiempo.

Hoy no podríamos leerlo porque no lo entenderíamos. Pero el texto se escribió. Una pieza de ese texto quedó en mí y alguna otra parte habrá quedado en ella. Ojalá. Ojalá que sí.

Hoy por hoy me pregunto qué habrá quedado en ella. Qué imagen le hará acordarse de mí, con qué cosas asocia mi nombre.

Siempre termino hablando de ella.

Escribir un texto. No saber de quién es la letra. ¿Quién escribió? ¿A quién le pertenecen estas palabras que tienen un poco de vos y un poco de mí?

Así se arma uno. Sin saber nunca qué es de uno y qué del otro. Para Lacan eso es todo lo mismo: lo propio y lo del otro, lo de adentro y lo de afuera. Usa una banda de Moebius para representarlo y un concepto: lo "éxtimo".

Reconocerse afectado, constituido y construido por lo que llegó de los otros. Tener una casita propia y personal donde volver. "Guilty pleasure" le llaman ahora. Todo placer es culposo. No hay nada más culposo que el placer.

Todo es una mierda y no tengo fuerzas para nada porque gobierna la ultra derecha en casi toda America Latina, dice el poema. No puedo soportar tanta crueldad e imbecilidad todos los días. La locura es atractiva hasta que la ves durante mucho tiempo, me dice un amigo. Tiene razón. Al tiempo empieza a degradar, a destruir. Por eso es terrible. Es terrible, no hay que olvidar eso.

Extraño a una amiga y no sé cómo decirselo. "Por el lenguaje se puede sufrir de dos maneras: o decís de más o decís de menos" me dice un gran compañero de laburo, psicoanalista. Nunca el punto justo. No hay punto justo. No hay equilibrio significante-significado. Yo digo siempre de menos. Soy lo no-dicho, soy ese momento etéreo y fulminante en el cual elijo no decir. Es lamentable. Para mí es muy lamentable. Odio eso de mí. Quisiera hablar de más. ¿Cómo le digo a mi amiga que la extraño? ¿Por qué me cuesta tanto decírselo? ¿Qué se pone en juego en mí si tan solo pudiera decir más? (No de-más, solo más; un poquito, solo un poquito no-más, escribió Charly).

Solo un poquito. ¿Dónde ubicar ese poquito? ¿A dónde ir a buscarlo?

Hay que decir. No morir con las palabras no dichas. Hay que poder decir. No decir es morir. Estamos enfermos no de lo que se dijo en nuestra familia sino de lo que no se dijo, decía Freud. Tiene razón.

Para no morir. Decir para no morir. Nombrar para dar vida. Hablar para causar el deseo.

No hay mayor segregación que la de no hablarle a alguien, dice mi compañero de trabajo. El abandono también es una palabra que no contiene a nadie adentro, dice Manoel de Barros.

Hay que decir los días, los sucesos, los momentos. Armar la historia, hacer una cartografía de las palabras que faltaron. "Faltaron palabras, quizás las encontremos ahora" le digo a una paciente que me relata angustiada partes de su vida.

Hoy es domingo y no quiero morir. Siempre muero los domingos.

Entonces escribo. También converso con un amigo, nos reímos. Hablamos de cosas sin sentido.

Para no morir un domingo.

Hacer el domingo. Hacer la semana, los días.

Hay que hacer los días.

Todas las veces hay que hacer de nuevo los días.

Conrado

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