Siempre creí tener un corazón inquieto, sí, inquieto.
No solo porque bombee a destiempo, va más allá:
es inquieto porque nunca se resignó a un amor completo.
Tan inquieto que se me infla el pecho,
lo siento golpearme por dentro.
¿Soy honesto? Me encanta este sentimiento.
No por masoquista, no es una pena,
es un regocijo, un anhelo que me quema entero.
Estoy seguro que otros lo han notado,
en especial aquellos que gozaron de encenderlo.
Podría ser que en ciertos momentos estuviera seco,
pero les juro que incluso así seguía terco;
no importa cuánto lo aplasten, no lo abandona ese anhelo.
Por eso le pido al siguiente humano con quien me encuentre
que me lo cuide, que sea atento,
que no tenga miedo, pues mi corazón me exige hacerlo.
Pero que siempre recuerde que no soy yo,
es él el inquieto.
Yo solo obedezco.
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